El miércoles 15 de agosto de 2007 es una fecha que los peruanos no olvidaremos en mucho tiempo. No solo porque no podremos borrar de nuestras memorias las imágenes que día a día vemos frente a nosotros, sino porque además quedará registrado en los anales de la historia, que ese día hubo un terremoto que osciló entre los 7,8 y los 8 grados (eso depende de la escala que elijamos como nuestra referencia) que causó – hasta el momento según registran las estadísticas- más de 500 muertos y cerca de 2000 heridos. Desde ese día los ojos de todos los peruanos dispersados en el territorio nacional y fuera de él (yo me incluyo entre los peruanos en la diáspora) se fijaron en las sureñas localidades de Ica,
Chincha y Pisco. Sí, Chincha, esa tierra que nos hace pensar en la música negra, en el barrio del Carmen y en la Valentina de Oro, sí, allí mismo se centró la desgracia, allí donde tenemos un colegio de Fe y Alegría que ha sufrido fuertes daños materiales y la muerte de ocho de sus alumnos. Sí, Pisco, ese pueblo que se hizo célebre porque por allí pasó Don José de San Martín antes de llegar a Lima y proclamar la independencia nacional en 1821, pero además porque según cuentan las “leyendas urbanas jesuíticas” fue allí donde los jesuitas de la época colonial comenzaron a producir el hoy tan famoso y aclamado licor de bandera: el pisco. Sí, allí mismo lo poco que quedaba de nuestras antiguas iglesias ha desaparecido, así como miles de casas de los habitantes de este pueblo. Las imágenes por internet muestran un espectáculo desolador. Pisco ha quedado prácticamente en ruinas.


Y ¿cómo vive esta situación un peruano en el exilio? Supongo q
ue de distintas maneras. Yo voy a comenzar por contar mi propia historia. El 15 de agosto fue feriado en Francia. El mismo día que la Iglesia Universal celebra la Fiesta de la Asunción de la Virgen María, los franceses no trabajan. Paradojas de la vida. La Francia, país radicalmente laico y defensor de la igualdad religiosa, mantiene como días feriados varias fiestas católicas. Además de la Asunción, también se celebran como feriados: el día de la Ascensión de Jesús a los cielos y el día de Pentecostés, y claro está, los días de la Pascua y de Navidad. Es cierto que hay muchos franceses que no tienen ni la más peregrina idea de qué se celebraba este día ni por qué del feriado, pero eso es lo de menos, lo importante es descansar. Entonces ese día no hubo clases en la Universidad Stendhal de Grenoble, a donde yo asisto diariamente para recibir mi curso de francés (el enésimo curso de francés que llevo en Francia desde que arribé), pero igual siempre hay trabajo por hacer. El feriado no era perfecto. Justo ese día me tocaba hacer la cocina por la noche. Y no se me ocurrió mejor idea que preparar causa rellena por primera vez en mi vida -gracias a una receta que me envió Calilo desde Londres. Para hacer de la cena una cena típicamente peruana, hubo mazamorra morada de postre (era mazamorra morada de sobre y sé que no se compara a la mazamorra morada hecha en casa, pero ni modo, aquí no hay maíz morado ni los ingredientes necesarios; y después de todo los comensales disfrutaron igual) y para terminar o mejor dicho para comenzar porque fue el aperitivo: pisco sour (sí, también hecho con un polvito que viene en sobre porque aquí no hay limón peruano ni amargo de angostura) Al final de la cena, aplausos para el peruano, que se sentía un digno competidor de Gastón Acurio. Y así me fui a dormir, con el eco de los aplausos en mis oídos y con la sensación de que con un par de sobres, la receta de Calilo y un poco de entusiasmo, uno podía sentirse un poquito más cerca del Perú.

Al día siguiente como todos los días me dirigí a mi clase de francés y a media mañana (eso quiere decir a las 10 y 30) aprovechando el descanso de 15 minutos entre clase y clase, fui a la sala de computadoras a consultar mi correo y leer las noticias. Y ¡pumba! La realidad me dio una bofetada. Recibí un mensaje que me contaba lo del terremoto. Y el correo empezaba diciendo algo así: “a estas alturas ya sabrás lo del terremoto…” Pues no, a esas alturas no sabía nada de nada. Cómo iba yo a saber, si entre el Perú y la Francia hay una diferencia de siete horas. Cómo iba yo a saber, si cuando ocurría esa desgracia en el Perú, yo estaba en pleno sueño aquí en suelo francés. Cómo iba yo a saber, si el Perú y América del Sur le quedan tan lejos a los franceses que casi nunca hablan de estas zonas geográficas en sus noticieros. Cómo iba yo a saber, si el diario Le Monde publicó la noticia con una foto en su portada, pero recién en su ¡edición del viernes! ¡¡¡Cómo iba yo a saber!!!

Pero ahí no queda la cosa. Al instante un compañero jesuita chileno me avisó que él también había leído la noticia en Internet. Claro que fue de los pocos que se enteró de la desgracia nacional. Los compañeros de mi clase de francés que vienen de todo el mundo (Suecia, China, Rusia, España, Brasil, México, Irlanda, Alemania y Hong Kong) casi no saben ni qué es ni dónde queda el Perú. Y desde entonces no he dejado de revisar la Internet para tener noticias. En la tele, el mismo día pude ver algunas imágenes en los noticieros franceses. Dos días después no hay más noticias por la televisión. El Perú queda muy lejos y desgracias hay en todo el mundo. Y como no hay más muertos de los ya presentados, de pronto dejamos de ser una noticia importante para las cadenas galas. En la prensa escrita encontré algunas noticias, aunque con días de retraso. Y fundamentalmente la fuente de mis informaciones ha sido la Internet. El terremoto en el Perú fue destacada en casi todos los portales de los diarios más importantes del mundo entero. Claro, pronto ha dejado de ser así para dar pie a otras desgracias mundiales. Porque al terremoto en el Perú, se suma el Huracán en el Caribe, el terremoto en Filipinas, y antes de eso las inundaciones en la India y en Inglaterra, además de las ya consabidas noticias de las disputas en el Medio Oriente.

Portada de La República, donde el autor de este texto
trabajó como periodista hasta antes de hacerse jesuita.

Es duro lo que pasa en el Perú. Y para uno que está fuera del país, es un verdadero alivio saber que la familia está bien, después del susto inicial de no tener noticias por el colapso que sufrieron las líneas telefónicas, algo que constaté yo mismo al tratar de llamar al Perú para hablar con mi mamá, pero no pude hacerlo hasta la noche del 16. Es un alivio saber que los jesuitas del Perú están bien, gracias al mensaje que envió Jero al día siguiente del terremoto o quizás fue el mismo día, uno no sabe bien con esto del cambio de horario. Pero del alivio inicial uno pasa al sentimiento de frustración al ver lo mal que la están pasando por allá y uno aquí, al otro lado del Gran Charco, sin saber bien qué hacer. Porque es frustrante encontrarse con las imágenes en la tele, en los diarios o en Internet; y enterarse del dolor y sufrimiento de tanta gente que no tiene qué comer, de gente que lo ha perdido todo, de gente que no para de llorar, que no para de pedirle a Dios que cesen las réplicas, que encuentren a sus familiares perdidos o que lleguen más alimentos.

Cada noticia que uno lee es como un cachetazo. Las historias del clan familiar que desapareció mientras celebraban la Eucaristía por un difunto, de los pobladores que caminan horas de horas buscando ayuda, de la gente que saquea tiendas y boticas porque quiere algo de comida, de los ladrones que asaltan los camiones que llegan a la zona con víveres, de los alumnos del Fe y Alegría de Chincha, las historias anónimas, aquellas que no sabemos y que no sabremos. Y uno aquí, tan lejos, y rodeado de tantas seguridades, de tanto confort.

No hay día en que no deje de pensar en el Perú y sus víctimas. No hay día en el que no pida por ellos en la Eucaristía que celebramos juntos los jesuitas extranjeros que estamos este mes en Grenoble. No hay día en el que no aproveche el tiempo que paso en Internet para leer las noticias y ver las imágenes de lo que va sucediendo en el Perú. Y en medio de tanta mala noticia, es bacán saber que el Perú entero se está movilizando. Mi mamá me cuenta que ella junto a otras señoras de su parroquia han recolectado ropa y víveres para enviar a la zona afectada. Mi hermana me cuenta que mi sobrina Carla que tiene casi once años estaba dispuesta a donar sangre. Deyvi me cuenta que Benja y José Antonio llevarán a algunos voluntarios este fin de semana a dar una mano en Chincha. Rómulo nos cuenta del apoyo al colegio Fe y Alegría en Chincha. Y las noticias siguen llegando. Y así me voy enterando de historias de solidaridad, de deseos de apoyar a tanta gente necesitada. Y yo desde aquí, sin saber bien qué hacer, solo me animo a escribir y así compartir este sentimiento de sentirme tan lejos y tan cerca del Perú.

Hugo

Víctor Hugo Miranda, S.J. (Teólogo). Limeño. Comunicador. Estudia Teología en el Centre Sevres de Paris.


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esejotas del perú