Por Nino Villarroel, SJ 37906eaf32En la música académica los conciertos para orquesta se pueden dividir principalmente en dos grupos, los conciertos para solista y los conciertos sinfónicos. En la primera división, toda la orquesta entra en diálogo con un solo instrumento, quien tiene mayor protagonismo que los demás. Este instrumento puede ser un violín, un piano, un clarinete, etc. En este tipo de conciertos la primacía la tiene este único instrumento, con el objetivo de que exponga lo mejor de sí, es decir, toda su virtuosidad. Para tener una idea de ello podemos escuchar el Concierto para Clarinete de Mozart o el Concierto para Violin de Mendelson.

En los conciertos sinfónicos, en cambio, se busca explotar lo mejor de cada instrumento de la orquesta. En estos conciertos cada grupo de instrumentos da lo mejor de sí en el momento adecuado, las cuerdas a su tiempo, los vientos en el momento preciso y la percusión también. Cada instrumento entra en diálogo con toda la orquesta. Así, las composiciones sinfónicas son muestra de armonía y de genialidad, en la medida en que logran hacer de cada miembro de la orquesta un protagonista, respetando sus peculiaridades, respetando la diversidad. Las nueve sinfonías de Beethoven o las diez de Gustav Mahler pueden darnos una idea de este tipo de composiciones.

Pues bien, creo que la imagen de un concierto sinfónico puede ayudarnos como criterio de discernimiento para nuestra vida eclesial y comunitaria, precisamente, porque en una sinfonía todos participan desde su peculiaridad, desde sus dones propios. Desde este criterio creo que es posible construir una Iglesia donde todos tengamos voz, donde todos y todas seamos protagonistas desde nuestra diversidad y peculiaridades, una Iglesia cada vez más ausente de los clericalismos que paralizan. Asimismo, una Iglesia que, como plantea el Papa Francisco, respete la colegialidad y las propuestas de las iglesias locales. Una Iglesia misericordiosa que discierna el mensaje del Evangelio para los tiempos de hoy, como lo hace la exhortación post sinodal Amoris Laetitia. En definitiva, una Iglesia que acoja y sea hogar para todos y todas, más allá de cualquier condición. Una Iglesia que no condene.

Pero, ¿es este un desafío solamente para la Iglesia? ¿no podríamos también extender la analogía de lo sinfónico a otras esferas? Definitivamente sí, podemos de hecho extender esta analogía a toda nuestra sociedad si lo que buscamos es construir un país justo y con oportunidades para todos. Bajo la idea de lo sinfónico podríamos, por ejemplo, construir un país donde la representación política no sea solo oportunidad para exhibir el poder de un grupo político o para defender propuestas extremistas o políticas que discriminen a grupos minoritarios en la sociedad.

Tenemos un gran desafío. Nos queda empezar a ensayar el concierto con esmero, pero sobre todo escuchando las peculiaridades de cada uno de los miembros de nuestra comunidad, tanto en la Iglesia como en el país, eliminando la violencia y el afán por tener la última palabra.

Nino VillarroelNino Villarroel Morante, SJ
Realiza su etapa de Magisterio en la Plataforma Apostólica de Ayacucho y en el Instituto de Protección al Menor y Personas Vulnerables de la UARM