Por Carlos Morales SJ | Aprox. 5 min. de lectura.
Hace algunos meses tuve la suerte de asistir al conversatorio Los excluidos ¿Solo Dios los ama?, promovido por la Red Peruana Inter Confesional en Respuesta al VIH – SIDA. En aquel evento conocí una variedad de asociaciones y comunidades cristianas (católicas y evangélicas) dedicadas a la atención de personas portadoras del VIH; así como a diversas agrupaciones confesionales pertenecientes a la comunidad LGTBI, cuyos miembros, tras haber superado el duelo de saberse portadores, se dedican en la actualidad a difundir información sobre las vías de transmisión del virus y a la atención de personas infectadas.

A lo largo de este encuentro, diversas fueron las situaciones que me ayudaron a examinar mi seguimiento de Jesús y mi vocación de religioso. El desvelamiento de una fe en Jesucristo capaz de trascender barreras doctrinales; el hallazgo de una Iglesia discreta que trabaja incansablemente en favor de los descartados; el testimonio de hombres y mujeres que se sumaron a la causa de los desplazados tras tomar conciencia de su condición de excluidos, son algunos ejemplos de esto. Sin embargo, hubo un suceso dentro del evento que quisiera compartir con ustedes por haber repercutido especialmente en mí, y que es motivo de esta reflexión.

Aquel sábado, a poco tiempo de dar inicio al conversatorio, uno de los organizadores tomó la palabra y nos propuso comenzar la jornada en actitud de oración. Una vez logrado el silencio, tomó la biblia, fue al evangelio de Mateo y comenzó a leer el pasaje referente al encuentro de Jesús y la mujer cananea. Al culminar la lectura se dirigió a los asistentes, y con voz apacible expresó lo siguiente: “De la misma forma que Jesús tuvo prejuicios respecto de su misión, hoy también algunos cristianos tienen prejuicios sobre nosotros. Roguemos a Dios para que esto termine algún día”. Tal interpretación, concebida a partir del modo en que Jesús acoge el sufrimiento de una mujer ajena a sus creencias, me ha puesto a reflexionar sobre la actitud que venimos adoptando como Iglesia frente a posturas disonantes, en las que el sufrimiento humano también está de por medio. En las siguientes líneas, me gustaría revisar con más calma el texto bíblico, de manera que al contemplar a Jesús en su encuentro con la mujer extranjera, podamos examinar nuestro modo de proceder.
A más de 80 años de la muerte y resurrección de Cristo, la comunidad cristiana de Mateo, ha llegado a la comprensión de que Jesús es el verdadero “Mesías”, con lo cual la ley de Moisés, hasta entonces signo de la alianza entre Dios y su pueblo (Israel), llegará a su perfección a través de la persona de Jesús, a quien consideran, ahora, el “nuevo Moisés” (Pagola, J. 2011, p. 9). Con esto, la comunidad de Mateo, conformada íntegramente por judíos, pone fin a un largo periodo de discernimiento en torno a la figura del Maestro. No obstante, comienzan a surgir nuevas discrepancias cuando personas ajenas al Dios de Israel y sus costumbres, encuentran en Jesús un nuevo sentido a sus vidas. Los denominados paganos, conforman pueblos politeístas, alejados del culto tradicional y de los mandatos del único Dios, hecho que despierta el rechazo de la comunidad cristiana que, por ese tiempo, goza de la nueva ley instaurada por Jesús. Finalmente, la realidad se impone y la comunidad inicia un nuevo y largo periodo de discernimiento para definir si los paganos, pese a no formar parte del “pueblo escogido”, pueden también abrazar la fe en Jesucristo.

Todo parece indicar que los cristianos se remontaron a la persona de Jesús para resolver este conflicto, y al indagar sobre su actitud frente los paganos, recordaron el episodio del encuentro de Jesús con la mujer cananea, suceso que no solo fue importante para la mujer y sus discípulos, sino también para el futuro de su obra (Trilling, W. 1975, p. 173).

Es sabido que Jesús predicaba la buena noticia de Dios al pueblo de Israel; sin embargo, en esta ocasión, el texto de Mateo aclara que salió de Israel con sus discípulos, rumbo a los países de Tiro y Sidón. Estando el grupo en tierra extranjera, una mujer proveniente del pueblo maldito de Canaán sale a su encuentro. Su hija tiene un demonio y clama al Hijo de David que tenga compasión de ella. El pasaje cuenta que Jesús prosiguió su camino sin dar respuesta, y que sus discípulos, mortificados por los gritos de la mujer, pidieron a su maestro que la atienda para luego despedirla; tras lo cual, él respondió con firmeza que “había sido enviado solamente a las ovejas descarriadas de Israel” (Mt. 15, 24). Jesús es consciente de que Dios lo ha enviado, y de que él no debe encargarse nada a sí mismo. Está convencido de que su misión está limitada a Israel, por medio del cual los demás pueblos deben alcanzar la salvación (Trilling, W. 175, p. 173). Confiado en su discernimiento, Jesús guarda silencio; en tanto, sobre los hombros de la mujer recae el peso de la “vieja alianza”, cuya ley la pone al margen de la salvación que trae el Mesías. Sin embargo, nada detiene a la cananea; el sufrimiento de su hija rompe con los prejuicios, y ella se postra ante el Maestro, quien, ante ello, lanza una frase desconcertante: “Mujer, no está bien echar a los perros el pan de los hijos” (Mt. 15, 26). Jesús es duro; nada podía hacer cambiar su parecer; sin embargo no cuenta con la perseverancia de la mujer, cuya respuesta lo hará recapacitar: “Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos” (Mt. 16, 27). Jesús está vinculado a su misión, se ha subordinado a ésta sin reserva, y desde un principio rehúsa cualquier desviación (Trilling, W. 1975, p 174); pero la fe de la extranjera, considerada maldita por no abrazar al Dios de la ley, ha remecido sus cimientos: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!, que se cumpla lo que deseas” (Mt. 15,29). Ahora comprende que la mujer tenía razón: lo que ella desea coincide con la voluntad de Dios, que no quiere ver a nadie sufrir (Pagola, J. 2011, p. 170).

El repaso del encuentro de Jesús con la mujer cananea ayudó a la comunidad de Mateo a determinar el modo de proceder ante los paganos creyentes en Jesucristo. Les propongo ahora, en nuestro tiempo, detenernos en la figura de Jesús, para que sea él quien nos acompañe, como Iglesia, a discernir nuestro modo de proceder ante los sucesos que podríamos considerar ajenos a nuestras creencias.
Tras su encuentro con la cananea, Jesús llega a una mejor comprensión de su misión. Cae en la cuenta de que ante cualquier discrepancia de índole religiosa, debe prevalecer el hombre con sus anhelos y frustraciones. Sin embargo, nada de esto sería real de no haber sido por las decisiones particulares que toma Jesús a lo largo de aquel episodio. Así, su primera determinación es salir, se sacude de exigencias cotidianas, suspende planes, posterga actividades, y se abre a la posibilidad de toparse con el que es diferente. ¿Estarán en salida nuestras comunidades, parroquias y grupos juveniles? O será acaso que la rutina, con sus planes y proyectos, ha adormecido el deseo de encontrarnos con aquellos que padecen exclusión. Habrá que reflexionar al respecto. La siguiente decisión de Jesús es escuchar a la mujer. El Maestro da su parecer, pero también escucha, se deja interpelar por la palabra de la extranjera y, tras ello, le concede lo que necesita. ¿Cuál será nuestra actitud en el encuentro? ¿Exigimos ser atendidos o nos dedicamos a escuchar? A menudo, llegamos, como Iglesia, a moralizar y hacemos a un lado el oficio de consolar. Nos aproximamos con planes y proyectos aprobados, y pasamos por alto los deseos del prójimo. La palabra del otro significa poco para nosotros. La tercera actitud de Jesús es dejarse corregir y enseñar por la cananea. Jesús no anula a la mujer por ser pagana; todo lo contrario, reconoce en su actuación al mismo Dios comunicándosele, remeciendo sus convicciones y abriendo el horizonte de la misión a las futuras comunidades. ¿Podremos escuchar a Dios en la voz de quienes no piensan como nosotros? ¿Cuánto de Dios habrá en el discurso de las mujeres que buscan la equidad de género? ¿Cuánto de Dios hay en la comunidad católica gay que acoge a sus hermanos con VIH? ¿Qué tanto de Dios habrá en el rap antisistema de un joven adolescente? Generalmente anulamos por completo al otro, como si Dios solo actuara a través de nosotros.

Finalmente, Jesús toma una última decisión: salva del demonio a la hija de la mujer cananea. Y con su actuación da nuevo horizonte a la misión de las primeras comunidades, ya que, en adelante, ante cualquier discrepancia, tendrá que prevalecer el hombre y su sufrimiento. Este es, a mi parecer, el criterio por excelencia; el mejor modo de expresarle al excluido que no solo Dios lo ama.


Carlos Morales Portocarrero, SJ

Estudiante de Educación y Filosofía – Universidad Católica Sedes Sapientiae/ Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
Colabora en el Voluntariado “Magis”.

 

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Referencias:
W, Trilling. (1975). El evangelio según San Mateo. Barcelona: Heder.
J. Pagola. (2011). El camino abierto por Jesús. Mateo. Madrid: PPC.