La música, una invitación a entrar en armonía

30 abril 2018

Por Sebastián Zúñiga, SJ | Aprox. 4 min. de lectura.

Según un estudio de la de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia realizado el 2015, el escuchar música produce un efecto agradable, no solo al oído, sino que genera un estado de confort en el sujeto que le facilita el manejo de situaciones adversas. Como arte que es, está orientada a causar un deleite integral en quien la percibe o aprecia, aquel goce es mágico, pues llega a tocar “teclas” de nuestra persona a la que otra actividad no tiene fácil acceso.

Desde hace miles de años, el hombre se dio cuenta de que los sonidos causan efectos en las personas: un sonido susurrado al oído de un niño provocaba la calma e invitaba al sueño, o una sucesión rítmica insistente estimulaba a la lucha; el sonido llega a donde las palabras no llegan. A través de la historia, el hombre ha sido consciente de estos distintos efectos y ha ido transformando los sonidos en música.

En la película “La Misión” de 1986, hay una escena en la que un jesuita en medio de la selva empieza a tocar el oboe, los indígenas guaraníes se acercan despacio a presenciar aquel espectáculo único: un hombre barbado vestido de negro con un curioso aparato produciendo sonidos agradables; si aquel misionero no hubiese llegado con aquel instrumento musical, seguramente lo habrían matado, pero aquellos aborígenes sintieron algo a través de la melodía, puedo decir que fue paz y confianza y se llevaron al jesuita a vivir entre ellos.

Aquel sacerdote no conocía la lengua guaraní, pero supo que podía entenderse con ellos a partir de la música y, a raíz de ello, posteriormente pudo aprender el guaraní y así evangelizarlos. La música es el idioma universal que permite reunir a miles de personas, crear lazos entre desconocidos y sobretodo, provocar y transmitir sentimientos.

Cuando estaba en la primaria recuerdo que llegaba el profesor de música con una guitarra y todos los niños del salón nos acercábamos para al menos tocar una cuerda –claro, ninguno de nosotros sabía entonarla-, y cuando mi profesor empezaba a tocar y cantar, algo misterioso se generaba en nosotros, toda la atención estaba centrada en la música, lo sentía como algo mágico. Con el pasar de los años aprendí a tocar el piano y la guitarra, sentía que era mi espacio y que a través de las canciones que entonaba podía facilitar algo que quería comunicar.

La música es un recurso muy útil para compartir el Evangelio. En el 2016 tuve la experiencia del mes de pastoral indígena en Guamote (Chimborazo/Ecuador) y a pesar de que llevé diccionario kichwa/español tenía dificultad para poder entender a la comunidad con la que estaba viviendo. Para mi sorpresa aquella comunidad contaba con un coro de mujeres, conocidas como cantoras.

Una noche nos pusimos a ensayar cantos y les enseñé un par de canciones, les pregunté qué les motivaba a cantar, la respuesta no me la esperaba: “Taita Dios canta, nosotras le ayudamos”. Fue una gran enseñanza pues aquellos indígenas tenían claro su papel como católicos, nuestra fe se basa en acompañar y cooperar con Dios, aquel Dios que es como el director de orquesta que guía a todos en la ejecución de distintos instrumentos musicales para converger en un todo armónico. La música abre nuestra mente, toca nuestro corazón; nos permite entrar en armonía con quienes nos rodean y también compartir la alegría del Evangelio.

Sebastián Zúñiga Acurio, SJ
Estudiante de Humanidades – Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Equipo de Pastoral Juvenil – Parroquia Nuestra Señora de Fátima
Twitter: @sebaskdtz

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