DESAMPARADOS: Abuso sexual, encubrimiento y la purificación de nuestra fe.

1 octubre 2018

Por Taylor Fulkerson, SJ | Aprox. 5 min. de lectura.

El catolicismo sufre una crisis global. No hay ninguna duda ni manera de dudarlo, ya que el Papa Francisco ha convocado una reunión con los presidentes de todas las conferencias episcopales del mundo en febrero de 2019. La proporción ya no es de países selectos.

Desafortunadamente, conocemos la agudeza de esta crisis de una manera particular aquí en América. En Chile y Estados Unidos en particular, han salido a la luz revelaciones de abuso sexual y seducción a manos de sacerdotes y religiosos. El encubrimiento de estos hechos ha permitido que continuaran por décadas, impactando y afligiendo a miles de jóvenes. La imagen pública de la Iglesia ha quedado marcada.

Sin credibilidad en muchos sectores de la sociedad, los obispos no pueden pastorear a sus rebaños. Como escribe José Vidal para Religión Digital, “es que el tsunami de la pederastia mancha las sotanas negras de miles de clérigos y religiosos de cientos de diócesis de todo el mundo (con hitos especiales como Chile, Irlanda o USA), pero salpica incluso a la blanca del mismísimo Sumo Pontífice y hasta puede dejar marcado para siempre, con una marca indeleble, el propio rostro de la Iglesia católica.”

Siguiendo el desarrollo de todo esto en mi país, quiero exponer los signos de nuestros tiempos en la Iglesia: una aguda crisis que nos exigirá aún más en el porvenir. En respuesta, el papa Francisco ha insistido varias veces en una interpretación espiritual, en la necesidad de discernimiento. Y así para entrar en la dinámica del Papa, me gustaría extender la invitación a nuestros lectores, a vivir un momento de purificación de la fe ante la fuerza del pecado que se ha infiltrado hasta en la vida íntima de la Iglesia.

EE.UU. y Chile y ¿Perú?

En EE.UU., la primera burbuja de la crisis estalló en 2002. El equipo de investigación “Spotlight” del Boston Globe publicó su reporte, detallando el encubrimiento sistemático de abuso sexual a manos del clero en Massachusetts. Con 26 años de edad, soy demasiado joven para recordar esos hechos, pero hace unos años salió una película sobre los hechos, llevando el nombre del equipo investigador.

Como novicio jesuita en EE.UU., ver Spotlight no fue opcional. Nuestros formadores religiosos nos mandaron a enfrentarnos con la dolorosa historia de nuestra querida Iglesia. La Iglesia está llena de pecadores, pues todos lo somos.

Y en mi primera visita al Perú durante el mismo año, tuve un déjà vu: me enteré de las dimensiones globales del abuso sexual dentro de la Iglesia cuando vi El bosque de Karadima con unos compañeros jesuitas.

Es difícil relatar lo que ha pasado en EE.UU.; hasta cierto punto, similar a lo que sucede en Chile. No hay ningún artículo al que pueda referirme para comunicar este ambiente de tanto dolor y frustración, pero aquí presento algunos indicadores:

  • La crisis ha implicado no sólo a sacerdotes y obispos, sino a cardenales también, mostrando lo inesperado de la crisis dentro de la Iglesia. No hay salida sencilla cuando un cardenal comete delitos graves. Los casos de Francisco Errázuriz y Theodore McCarrick no son idénticos, pero son igualmente problemáticos.   
  • Algunas personas han perdido su fe o su celo apostólico por causa de esta crisis. Si hay una definición más correcta del verbo “escandalizar” —derivado directamente del griego y que significa “hacer tropezar a otro”— la hemos descubierto de manera visceral en los últimos meses.
  • Otros demandan resultados en vez de más habla estéril. Pero mientras en Chile observamos una respuesta drástica de la renuncia del episcopado entero y la respuesta mesurada del Vaticano en aceptar las renuncias, en EE.UU. tal vez no habrá solución equivalente. El episcopado estadounidense es mucho más grande que el chileno. Con más de 200 obispos, la situación se parece un poco a la de los bancos en 2008: ¿podría ser “demasiado grande para caer” el episcopado de EE.UU.? ¿Sería demasiado riesgoso para la estabilidad del catolicismo en ese país una renuncia masiva? ¿O sería la única respuesta adecuada en este momento?
  • Más importante que la imagen de la Iglesia, la renuncia de obispos y el retiro de ministerio público de sacerdotes abusadores es un asunto de justicia para víctimas. Una vida de penitencia no parece suficiente. Más bien, muchos claman por el despido de obispos y la expulsión de abusadores del sacerdocio, por un fuerte rechazo de los falsos pastores por parte de la Iglesia. Tal vez Roma escucha: sólo hace días fue retirado del sacerdocio Fernando Karadima.

Fuera de EE.UU. y Chile, la misma crisis aun continúa haciéndose evidente: en Irlanda e Inglaterra, en Australia, en Alemania y en otros lugares. La lista más completa es abrumadora, por decir lo mínimo.

Pero aquí, ¿en Perú?

Tal vez vemos hoy día el desenlace de una crisis nativa. Este año el tema de Sodalicio ha sido frecuente en los medios. Internacionalmente, en el podcast Radio Ambulante de NPR en Estados Unidos salió un episodio de una hora completa con una entrevista a Pedro Salinas, un periodista peruano que se integró al Sodalicio a 18 años de edad en 1982. Detalla su rol en sacar a luz los abusos dentro de esta sociedad de vida apostólica.

Y Salinas volvió a denunciar, esta vez publicando una serie de columnas en el diario La República sobre el obispo sodálite de Piura, Monseñor José Antonio Eguren. Salinas formula un duro argumento en favor de asumir que Eguren no solo estaba enterado de los abusos, sino que habría promovido un ambiente propicio para ello. Por la crisis de corrupción que sufrimos al momento, sus palabras no han llegado a tener dimensiones mayores, pero estas cosas nunca desaparecen.

Papa Francisco en modo de discernimiento

A partir de estas revelaciones en EE.UU., figuras de alta importancia en la Iglesia han tratado de precisar quién tiene la culpa. En particular, el ex-nuncio de EE.UU., Carlo María Viganò, publicó dos cartas alegando que el Papa Francisco apoyó y protegió al Cardenal McCarrick. En adición al encubrimiento, Viganò dice que el Papa y los que lo apoyan tienen una agenda pro-gay (un alegato demasiado complejo para abordar en este artículo).

En el mundo angloparlante, fue una pelea feroz en las redes sociales; todo “Catholic twitter” salió a gritar con toda la fuerza posible en 280 caracteres.

¿Y Francisco? No respondió, y declaró en su vuelo de regreso de Irlanda que no iba a responder.

Como observó el Cardenal Cupich de Chicago —cuyas palabras también fueron sacadas de su contexto— el Papa tiene “otras cosas más importantes” por las cuales preocuparse que las falsas acusaciones de una minoría de la jerarquía ultraconservadora.

Como Rafael Luciani notó en una charla dada en la PUCP el 7 de septiembre, cuando hay ataques contra el Papa, y los obispos o lo atacan o lo defienden, debemos preguntarnos, ¿Con quiénes se solidarizan? ¿Se preocupan por el Papa o por las víctimas de abuso sexual?

Mientras el respaldo de los obispos del mundo ciertamente concreta el futuro de la misión de reforma de Francisco, es importante considerar lo que dice Luciani. Realmente, creo que es clave.

Francisco dijo en una homilía este mes, que en tiempos de tribulación es mejor guardar silencio y rezar. El silencio del Sumo Pontífice tiene dos funciones, aún si él lo reconoce o no: la primera, deja a los laicos católicos la tarea de investigar y formar su propio juicio acerca de la situación; y la segunda, acaba con la guerra civil entre monseñores, saca del foco a los responsables y lo reconcentra en las víctimas.

Podemos hallar una invitación aquí: la labor de dejar de ocuparnos con los escándalos de obispos y cardenales, sino del sufrimiento de los abusados. Siguiendo las noticias, este artículo habla poco del pueblo de Dios. Pero a veces tenemos que caminar un rato antes de darnos cuenta que nos desviamos. Y seguramente seguimos un camino falso cuando seguimos pensando que podemos erradicar todo pecado de la Iglesia por la fuerza en vez de crecer en compasión por los sufridos.

En la Iglesia hay mucho que pensar todavía. No somos conscientes  de la politización de nuestra Iglesia, ni de cómo podemos combatirla para ser un solo cuerpo de Cristo. Además, podemos reflexionar sobre el coste de oportunidad del abuso sexual y su encubrimiento; cuando tenemos que gastar la plata de la Iglesia y desechamos su credibilidad moral en el abuso, ¿qué bien prescindimos hacer? ¿Qué impiden nuestros pecados en términos de apostolado y trabajo social? ¿A qué —o, a quiénes— dejamos de lado?

Rezando en esta crisis

Mientras reflexionamos sobre todo esto, es importante, como una comunidad creyente, rezar. Y si la crisis aun no ha llegado con fuerza al Perú, deberíamos estar atentos.

Como dice San Ignacio, “El que está en consolación (él que se siente cercano al Señor y su voluntad) piense cómo se habrá en la desolación que después vendrá, tomando nuevas fuerzas para entonces”.

Frente a esta crisis de grave pecado que asalta nuestra confianza y sentido de seguridad, tenemos que purificar nuestra fe. No hablo esotéricamente de purificar la Iglesia; esa tarea pertenece a Jesús porque a él pertenece la Iglesia. Para que nuestra fe sobreviva y florezca, nos toca reconocer otra vez que nuestra fe no depende de la pureza de la Iglesia, sino de Jesús.

De hecho, no me di cuenta de lo duro que es sentirse desamparado, el horror de saber que el liderazgo de la Iglesia podría tener otro motivo que mi bien espiritual. Pero se evidencia esta triste realidad en algunos lugares. Al fin y al cabo, aunque nos quedemos como rebaño sin pastor por un rato, como tantas víctimas quedaron en las últimas décadas, allí está nuestro Señor, siempre fiel.

Luis Espinal, el jesuita catalán que dio su vida como mártir en Bolivia, conoció el fenómeno del desamparo espiritual. En su poema “Madre de Cristo”, escribe, “en el desamparo hemos hallado sitio para Ti”, así “queremos sentirnos desamparados”.

La Iglesia está en crisis, y —como siempre— sólo Jesús nos puede salvar del desamparo que nos amenaza.

tfulkersonsj

Taylor Fulkerson, SJ (USA)
Estudiante de Historia – Pontificia Universidad Católica del Perú

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