Por Julio Hurtado, SJ

Ya pasaron casi dos meses de la toma de posesión del nuevo Gobierno y como es de suponer la nueva gestión tiene grandes retos que asumir como administradora de un gran Estado: los problemas de la seguridad ciudadana, la poca presencia del Estado en zonas alejadas de la capital, la corrupción dentro de la esfera pública, entre otros. A partir de la problemática de la corrupción presentaré una breve reflexión sobre dicho fenómeno, debido a que, considero, es un problema ineludible en la agenda del Gobierno de turno, y de la misma manera, en la agenda de todo ciudadano.

Pensar en la corrupción nos lleva a creer que es un problema que solo se da en el ámbito público, es decir, en los mecanismos del Estado. Pese a que este fenómeno es más conocido y condenable en dicha esfera, no deja de estar presente en las prácticas cotidianas de nuestro actuar como ciudadanos.  Se nos han hecho usuales prácticas como las coimas”, “las aceitadas de mano”, “los favores particulares”, entre otras que hemos normalizado, al punto de establecerlas como una forma de vida.

No está lejos la campaña electoral municipal, donde se reconocía como normalizada la frase: “roba pero hace obras”. Con esta frase se reconocía que algunos de los candidatos políticos eran corruptos, pero sin embargo esto no interesaba, con tal de que en su gestión se realizaran obras en beneficio de los ciudadanos. De esta manera estas prácticas se hacían parte de nuestro “modus vivendi”, más aún, se respaldaban con nuestra poca o ausente participación cívica.

Para hacer una reflexión acerca de esta praxis cotidiana revisaremos el concepto de virtud como parte de la acción ética. De esta manera aclararemos cómo es que la trasgresión de la “virtud”, desde la perspectiva aristotélica, es un problema ético, que trae como consecuencia los “vicios”, donde la corrupción, según considero, es uno de ellos.

La virtud, para Aristóteles, es aquello que aprendemos de la acción cotidiana de nuestras formas habituales de actuar. Es decir, es a partir del hábito que acentuamos una virtud en nuestra vida. De allí que Reale, recogiendo la propuesta de Aristóteles sostenga, que:

Las virtudes éticas se derivan en nosotros de la costumbre. El hombre es por naturaleza potencialmente capaz de formarlas y, mediante el ejercicio, traduce esta potencialidad en actualidad. Realizando gradualmente actos justos, nos volvemos justos, o sea adquirimos la virtud de la justicia que a continuación permanece en nosotros de forma estable como un habitus, que contribuirá sucesivamente a que realicemos con facilidad ulteriores actos de justicia… para Aristóteles las virtudes éticas se aprenden de la misma manera como se aprenden las diferentes artes, que son también «hábitos». (Reale, G. 1985, p. 103)

De esta manera, Aristóteles advertirá que la acción cotidiana o el “hábito” de las personas predisponen a una actitud frente a determinadas decisiones. Por eso, la corrupción transgrede la virtud, en tanto produce una distorsión de hábitos que conducen a tomar decisiones que se alejan del bien común. Esta situación lleva a una sociedad a normalizar dichas acciones, por el mismo hecho de ser habituales entre las prácticas de los individuos.

De la misma manera, el Papa Francisco en su alocución dirigida a un grupo de personas pertenecientes a la Asociación Internacional de Derecho advierte que la corrupción: “se ha vuelto natural, al punto de llegar a constituir un estado personal y social ligado a la costumbre… Es la victoria de la apariencia sobre la realidad y de la desfachatez impúdica sobre la discreción honorable” (pf.31). El Pontífice nos invita a todos los cristianos a no ser parte de este desastre social, es decir, a no consentir la corrupción en ninguna de sus formas.

Como Iglesia debemos tener una palabra frente a esta práctica cotidiana que está enraizada en la forma de vida de los ciudadanos, de la cual somos parte. No podemos callar frente a este escándalo social, ni normalizar prácticas que nos hacen cómplices de un delito. Tenemos que asumir nuestro rol de “profetas” y denunciar estos actos de injusticia, para que no se hagan comunes frases tristes como “roba pero hace obras” o “dale sus 10 luquitas y no te pone la multa”.

Finalmente, el acto de corrupción se establece como una práctica que lleva a una serie de vicios, que no mira más que el beneficio personal y que minimiza el respeto por aquello que la sociedad establece como acuerdo social. El rol que nos queda como ciudadanos y como cristianos es rechazar, condenar y denunciar todo tipo de hábito que entorpezca nuestra construcción de ciudadanía.

Referencias:

1. Reale, G. (1985). Introducción a Aristóteles. Barcelona: Herder Editorial, pp. 97-111
2. Francisco. Discurso del santo padre francisco a una delegación de la asociación internacional de derecho penal. Octubre 23 de 2014. Obtenido de:
https://w2.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2014/october/documents/papa-francesco_20141023_associazione-internazionale-diritto-penale.html

Julio Hurtado
Julio Hurtado, SJ
Profesor en el Colegio Cristo Rey.
Colabora en la Plataforma Apostólica de Tacna.