La entronización nacional de la criollada y sus síntomas, segunda parte.

En los últimos años nos hemos acostumbrado a vivir como espectadores de la escena política creyéndonos disociados de ella. En el día a día del quehacer político en el país, parece que vivimos cada denuncia de los actos políticos corruptos como nutrientes de nuestras crónicas domésticas y cotidianas. Desde esta perspectiva de “observadores” olvidamos que participamos de muchas maneras que permanecen en el inconsciente o que relegamos al olvido; como para engrosar las filas de ese género tan nuestro al punto de haber sido consagrado por Ricardo Palma. Trazamos cada día –mediante el chisme, la “bola”, el comentario cínico, la burla, etc- un hilvanado de anécdotas dignas de las Tradiciones de Palma.

Insistiré en que el problema de este modus operandi de la conciencia política popular de la que todos participamos, nos lleva a este círculo vicioso en el que nos quedamos con los síntomas del acontecer socio-político pero en el que sobre todo la prensa, no ayuda a dar el paso siguiente: escarbar esa misma conciencia “epidérmica” para mostrar la (o las) anomalías profundas que subyacen en nuestro cuerpo social. En una metáfora evangélica, Cristo reprochaba a sus eternos detractores, los fariseos, por hacer aspavientos ante situaciones finalmente nimias, en lugar de detenerse en la violación de valores esenciales que mellaban la dignidad y libertad de los individuos. Utilizo la imagen no porque crea que haya nimiedad en las denuncias que venimos espectando desde la época de los Vladivideos. Sin embargo, algo análogo se podría estar produciendo en nuestro rol de espectadores del acontecer político: en nuestro afán “moralizador” ¿no estaremos afinando nuestros coladores para filtrar hasta el más menudo mosquito y a la vez tragándonos los camellos?

Creo que los medios de comunicación ayudarían más –si realmente son conscientes de su rol no sólo informativo, sino formativo de la opinión pública- si incentivaran en el público una observación más detenida de los hechos, sin quedarse sólo en la epidermis de las escenas socio-político-culturales. Lo ideal sería que tratasen de ir más allá, hasta detectar aquellas raíces en las que se oculta el origen de las fallas de nuestro organismo social (en este sentido, lo mismo que se hace en los tiempos de elecciones, con paneles de personas bien preparadas, creo que el análisis de los programas dizque políticos, deberían dar el salto del mero escarceo por el escándalo, a la formación de una conciencia política más elaborada en el ciudadano promedio). Quiero por ello realizar este ejercicio de manera sucinta, tratando de describir brevemente, para luego intentar detectar los problemas que nos revela uno de los más recientes eventos de nuestro mundo político.

Luego de haberse propalado el video con las deplorables opiniones del General Donayre éste siguió protagonizando una lamentable performance en nuestra vida política, con una serie de declaraciones que, a mi entender, concluyeron con broche de oro el día en que pasó al retiro. Parte del discurso dado en esa ocasión por el General fue transmitido en los medios de comunicación y resulta suficiente para analizar algunos rasgos de los que me voy a servir en este ejercicio.

El Diario “El Comercio” trató el discurso como “lleno de lugares comunes”. Es cierto. A nivel retórico, lo era. Pero la retórica no sólo es forma. También su misma forma nos está revelando algo más. En dicha retórica, se mostró, como siendo “asistido de la verdad y la justicia”; con “el corazón limpio”, la “frente en alto”. Según él no tiene nada de qué avergonzarse. En conclusión, las imágenes violentas transmitidas en el famoso video de youtube, no serían dignas de vergüenza, pues –según declaraciones anteriores-, sus palabras “expresaban lo que siente todo soldado que ama a la patria”. Dicho de otra manera, el General está totalmente persuadido de que en sus opiniones no hay nada de malo. Cuántas veces nos hemos cruzado con sujetos que, sumidos en la negación o la inconsciencia de sus actos criminales o inmorales reducen al mínimo la penalidad de sus actos, recurriendo a una primaria enunciación de su proto-conciencia: “¿pero qué tiene de malo?

Pero el asunto no queda allí. El General se presentó como víctima de los medios de comunicación. Dijo que no sólo afectaron a su institución, sino también a “mi ejército”. En claro tono paternalista, incorporó a su soldadesca de modo patriarcal y gamonalista haciendo uso de una estrategia emocional para que “sus soldados” se sumasen a la esfera de victimización que él encabezaría como “mártir inocente”. Dijo que la “pluma” (alude a la escritura periodística) “hiere el alma”. Hay algo de cierto en eso. Si tocó su alma, era porque algo le afectó. El problema es que el General, como muchos de nuestros compatriotas, no hace el adecuado salto de la emoción al análisis correcto. En consecuencia, su auto-análisis, lo dejaba limpio de toda mácula. Y su conciencia, permanece –falsamente- intachable.

Haciendo gala de una interpretación “acriollada” del espíritu evangélico, la victimización es sin embargo acompañada- de una suerte de “redención”: los golpes recibidos por la prensa lo han fortalecido. Pusieron “a prueba mi espíritu y (me) fortalecieron frente a la intolerancia, incomprensión y contrariedad”, aseguró. Más allá de la retórica inundada de una lógica cuestionable, es interesante ver que su victimización le ayuda a colocar en su “cancha” los valores de la tolerancia y la fortaleza de espíritu de su parte. Total inversión de los valores, que ayudada por la auto-victimización, busca a través de la empatía la inmediata aceptación por parte no sólo de su soldadesca, sino de cientos de peruanos que entienden –¡y he allí parte de la enfermedad!- la violencia como algo “natural” (sino, visiten los impresionantes comentarios de apoyo a la violencia del General en Youtube)

La última curva del requiebro interpretativo del General hoy en retiro, es la utilización del recurso retórico de la ironía para resaltar que son precisamente sus “victimadores” aquellos que carecen de los valores que él sí poseería. En el paroxismo de su discurso alucinado, termina con una arenga de tinte moralizador con un subido tono autoritario, de una impresionante violencia, que será –¡y he allí otro síntoma patético!- acompañada de una ovación por parte del público asistente (obviamente en esos momentos, ya todos han sido incorporados como víctimas bajo el manto protector de su líder casi mesiánico). En el clímax, el General, grita a voz en cuello con una violencia que parece haber pasado desapercibida por los medios (por ende, asumiéndola como “natural” o al menos, propia de la retórica militar) los valores que él aparentemente patrocinaría: “¡Verdad!”, “¡respeto!”, “¡tolerancia a otras formas de pensar y hacer las cosas!”. Lo que allí se escenificó fue más bien la subversión total de los valores.

Luego de esta dramatización, el General concluyó su presentación subiéndose a un caballo de paso. Esto merece un pequeño excurso. La elección de un caballo de paso por nuestro General auto-victimizado, no puede ser excluida de nuestra observación. El trote de esta especie -a mi juicio, ridículo-, ha terminado por formar parte de la estrategia de simbolización de un poder criollo de antaño venido a menos y que intenta re-significarse de distintas maneras, proporcionando más bien un conjunto de síntomas del complejo momento histórico que estamos viviendo. En ese caballo que no galopa sino que “se pasea” por haber sido atrofiado adrede, el General intentó desfilar con mucha dificultad frente a una soldadesca que prorrumpía en aplausos, emocionada. Mientras tanto, como fondo musical se oía una marcha militar acompañada de ametralladoras que daban el toque final a esta patética escenificación del autoritarismo caudillista post-criollo. Teatralización ridícula, pero rica manifestación de “síntomas” de un ¿deterioro? político.

Juan Dejo Bendezú, S.J. (Lima). Historiador. Candidato al doctorado en Historia de la Espiritualidad en el Centro Sèvres de Paris.

Caricatura tomada de www.flora-y-fauna.blogspot.com

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