Por: Carlos Alomía, SJ | 4 min. de lectura
Todavía recuerdo la frase que hace diez años me dijo Alonso Salas, ejemplar bombero que falleció el año pasado en el incendio de una fábrica de suelas de zapatos en El Agustino: “la vida nos la jugamos en la cancha”. Me la dijo mientras compartíamos una larga jornada de trabajo en San Clemente junto con otros compañeros, entre ellos alumnos y exalumnos del colegio donde ambos estudiamos (Colegio de La Inmaculada),luego del terremoto de siete grados que remeció las provincias de Ica, Pisco y Chincha. El año pasado, todos los peruanos reconocimos con gran satisfacción el esfuerzo de los bomberos que lucharon y arriesgaron sus vidas para apagar el fuego del incendio que se desató en el Agustino, cuyo desenlace cobró la vida de tres flamantes bomberos, entre ellos, la de Alonso Salas, a quien, luego del penoso suceso, se le pudo reconocer por la medalla de la Virgen del colegio que él siempre llevaba en el cuello.

La vida nos recuerda que, en medio de las dificultades, desesperanzas, incredulidades y, más aún, de la indiferencia ante lo que pasa a nuestro alrededor y en nuestro país, gestos como jugarse la vida por los demás nos devuelven el aliento y la esperanza. De esta manera podemos seguir confiando en las mismas motivaciones que llevaron a Alonso junto con sus compañeros a decidir entrar en búsqueda de una vida, vida que se vuelve cercana cuando uno decide arriesgar la propia, como lo hizo Jesús.
Hace unas semanas se produjo otro incendio en las Galerías Nicolini de las Malvinas, cuyo final fue frustrante y alarmante. Aquella tarde, después de que los bomberos hicieron todo lo posible por rescatar a dos jóvenes (Luis Huamán Villalobos y Jovi Herrera Alania) atrapados en un conteiner en el último piso de la galería, se pudo escuchar el último adiós de Jovi a su mamita: “dile a mi mamá que no llore. Ya fue ya. Cuida a mi hija. Dile que la quiero. Ya fue todo. Ya fue. Ya fue”. Ellos se jugaban la vida todos los días de siete a siete, encerrados, abandonados e incluso en medio de una esclavitud enmascarada para poder salir adelante y, como la mayoría de los peruanos, llevar un pan a sus hogares.

¿Es necesario que pasen estos acontecimientos para salir de nuestra indiferencia, para denunciar las injusticias, para liberar a los que necesitan ser rescatados de la opresión y la esclavitud, para… o es que nos hemos acostumbrado a vivir en tal indiferencia que ya no nos indigna lo que suceda en nuestro alrededor, hasta el punto de decir “ya fue ya”? O quizá, como dijo el ministro de cultura en su visita a la ciudad de Arequipa en la fiesta del Señor de la amargura, debiéramos preguntarnos: “¿a qué persona le ponemos la cruz hoy por hoy en nuestra sociedad?, ¿a quién juzgamos como malos?, ¿a quiénes juzgamos como equivocados?”[1]. Quizá en este mes en que celebramos la fiesta del Perú como peruanos debiéramos responder a esta pregunta, y caer en la cuenta de que, como dijo Del solar, quizá “estamos poniéndoles la cruz a personas que consideramos que no entran en los moldes de nuestra manera de ver las cosas”.[2] Por ejemplo, a la madre de familia que va a la comisaría a denunciar el maltrato físico de su marido y el policía le dice “qué le abras hecho”, o a los que forman parte de la comunidad LGTBI y luchan por ser respetados como seres humanos con igualdad de derechos y oportunidades, o a tantas personas que sufren actos de violencia y corrupción que quedan impunes en nuestro país.

Creo que soñar con un país más justo, solidario y menos indiferente pasa por no quedarse en lo superficial, en el último escándalo de la farándula, en la indiferencia ante la gente que sufre y no encuentra soporte, etc. Como sociedad somos responsables de amar la vida, de valorarla como tal, de “amarnos los unos a los otros” (Jn, 13, 34), de sacar fuerzas en medio de la desesperanza como lo hemos vivido ante el fenómeno del niño. Se trata, como diría el Papa, de “<<aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso>>. Trabajar de este modo significa elegir la solidaridad como estilo para realizar la historia y construir la amistad social.”[3] De esta forma podrá ser posible vivir nuestro ser peruanos desde el ejemplo de los hombres y las mujeres de rojo que constantemente se juegan la vida desde la solidaridad, la justicia y el compromiso en lugar de la indiferencia.

[1] Gerardolipe. (12 de Julio del 2017). Salvador del Solar “a que personas le ponemos la cruz”. [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=vHEQV6Atm1I&t=2s
[2] Ibid
[3] 50ª. Jornada Mundial de la Paz 1 de enero del 2017- #6. Papa Francisco.


Carlos Alomía Kollegger, SJ
Estudiante de Filosofía – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
Acompañante – Comunidades Iñigo PUCP.