La entronización nacional de la criollada y sus síntomas, tercera -y última- parte.


La performance del General Donayre al despedirse de su cargo, nos da algunas pistas que podemos observar de modo similar, en otras escenas de la vida política, social o “cultural” de nuestro país.

Antes que nada saltan a la vista el síntoma más evidente: el autoritarismo del caudillo militar. Anexo a este, el machismo. Desafortunadamente, en un país latinoamericano de larga tradición militarista como el nuestro, nos hemos habituado a este tipo de actitudes patanescas como si fuesen parte del ejercicio normal de un rol social. Pero el machismo de Donayre se escenificó además mediante un despliegue de actitudes que pretendían manifestarse como una “energía viril” antes de ser entendidos como violencia (momentos antes el General casi había prorrumpido en sollozos). Esto me lleva a pensar que fue más bien su interdicto superyoico el que no le permitió aparecer “débil”. Como resultado, Donayre nos dio una real prueba de que en su inconsciente la noción de ley está asociada a la violencia.

Cuántas veces hemos visto en nuestro panorama político que la idea de ley de los personajes públicos se asocia a la violencia. Cuántos parlamentarios, cuántos gobernantes de toda índole han recurrido o han manifestado simpatías con medidas autoritarias y violentas. Eso ya lo sabemos. Pero a mí lo que más me ha sorprendido de estas escenificaciones públicas del poder es el cinismo que aparece ante el aparente beneplácito de los asistentes (es sintomático que Donayre haya sido cargado en hombros luego de su discurso autoritario).

El cinismo, según la Real Academia de la lengua, es la “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”. La pérdida de vergüenza cuando se está mintiendo o luego de haber ejercido acciones dignas de censura. Ahora bien, el cínico, ¿se sabe cínico? ¿Existe algo así como una “conciencia cínica”? El tema de la moral no es precisamente la materia de mi trabajo actual, dejo esa tarea a los especialistas. No obstante, creo que el General Donayre, como Magaly Medina, Rómulo León o Gustavo Espinoza –a quien se le sindica responsable en el envío del video del general Donayre a 50 parlamentarios chilenos- y tantos otros, tienen una visión trastocada de lo que es lo correcto, lo justo, lo admisible, en la vida social, en la vida pública.

Sin embargo, más que la violencia autoritaria o el machismo criollo del General lo que me sorprende es su ceguera para reconocer que lo que hizo -en el mejor de los casos- fue una gran torpeza. Digo “en el mejor de los casos” porque en realidad no creo que podamos llamar torpeza a una serie de afirmaciones que se deslizan con ligereza en torno a la dignidad de los semejantes so pretexto de una idea de “nacionalidad” y “patriotismo” que a mi juicio, ya es trasnochada.

Pero Donayre no es sólo el centro de mi asombro. El no estaría siendo más que una punta del iceberg. En las declaraciones que el General hizo días después de ventilado el tristemente célebre video aseguró que lo que él había dicho: “expresaba lo que siente todo soldado que ama a la patria”. Si lo que dice es cierto (y me temo que llegue a serlo) estamos una vez más ante un caso en el que ante nuestros ojos, de manera escalofriante, una voz colectiva nos está enunciando una disfunción de toda nuestra sociedad: “no hay « nada malo » en burlarse de la vida de los semejantes”. Decir que los « enemigos » pueden ser colocados en bolsas de plástico de basura (lo cual evoca además la serie de atropellos y matanzas vividas en la época del terror) no es algo que merezca la reprobación de nadie, porque refleja un « acto de patriotismo ». Para el General, opinar lo contrario y denunciar estas declaraciones como inapropiadas, es atentar contra este « sentimiento patrio ». Mundo al revés.

¿Por qué el General y muchos de los peruanos no pueden ver que este tipo de actitudes autoritarias y este modo de hablar ligeramente del respeto por la vida no son normales? ¿Qué mecanismos producen esta vivencia de los hechos que permanece más bien en la “negación” de su lado oscuro impidiendo ver la gravedad de un cinismo amoral? Lo que sucede con nuestro personaje militar, sucede además en muchos otros escenarios -que bien valdrá la pena seguir analizando. Sucede con la voz seudo-moralizante de Magaly, que es apoyada de manera casi abrumadora por un gran sector de televidentes -y que según recientes encuestas, no ha perdido nada de credibilidad en su audiencia-. Sucede con los comentarios de Jaime Bayly sobre su propia persona, en la que la ambigüedad sobre todo tipo de valores se convierte en centro de burla y menosprecio con una teatralización con la que cree protegerse de todo juicio -precisamente- de valor.

Creo que estamos en un momento de nuestra historia en el que aquel adagio de los corredores de la burocracia colonial, “la ley se acata pero no se cumple” -y que sirvieron en su momento para saltearse complicados procesos venidos de la metrópoli y para escamotear quizá injusticias o dificultades en la vida legal de nuestros antepasados-, ha terminado por salir de sus reductos netamente criollos, para convertirse en un síndrome que caracteriza a lo peruano. La criollada ya no es sólo un síntoma de un sector costeño, blanco-mestizo. Tampoco ya es una simple finta para saltearse dificultades o una manera hasta cómica de pasarse en alto las reglamentaciones. La criollada se ha vuelto prácticamente un rasgo propio de los peruanos; y lo terrible es que nos estamos acostumbrando a vivir en un medio ambiente en el que la ley se asume como un principio relativo. Relativo en la medida en que se asume de manera subjetiva, individual y en función de los intereses individuales o de un colectivo poniendo en lugar secundario, al conjunto de la sociedad civil.

Cuando el General Donayre está persuadido de que ha dicho algo que miles dirían; cuando Rómulo León hace un guiño al público apelando a su complicidad, ya que todos hablamos así, o cuando Magaly está totalmente segura que tiene un rol de censor sobre la sociedad peruana ventilando vidas privadas sin hacer acto conciente del dolor y daño que causa a esas personas….y que todo esto tiene un gran respaldo a nivel nacional…quiere decir que los peruanos nos estaríamos volviendo una sociedad de cínicos amorales. La criollada ya no es sólo algo reprensible; si la “criollada” es ahora “peruanada”, es mucho más grave que reírnos de nuestros defectos con la certeza de que “no vamos a cambiar”. Cuando la frase “estamos en el Perú” ya no tiene el mismo eco del otrora “Vale un Perú” algo triste a la vez que grave se está produciendo en las mentalidades colectivas de nuestra nación y que, a nivel político deberían motivar a trazar líneas de corrección que pudiesen dirigirse a esa “transformación espiritual” de la que habló el Presidente Alan García en su discurso del 2007. No estoy muy seguro sin embargo, de que Alan García, supiese a ciencia cierta qué quería decir con ello. Lo que sí estoy seguro es que si no observamos bien el deterioro de los eventos político-socio-culturales como síntomas de una enfermedad nacional, seguiremos siendo ese mendigo sentado en un banco de oro del que hablaba Raimondi, sólo que… sin una pizca de dignidad.

Juan Dejo Bendezú, S.J. (Lima). Historiador. Candidato al doctorado en Historia de la Espiritualidad en el Centro Sèvres de Paris.

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