Por Julio Hurtado, SJ | Aprox. 4 min. de lectura.
Hace algunas semanas nos llegó la noticia de la visita del Papa Francisco a nuestro país. Para nuestra Iglesia es una buena noticia que el sucesor de Pedro llegue al Perú con el propósito de seguir animándonos en el misterio de encarnar el Evangelio en nuestra vida cotidiana, sobre todo, en un contexto de desánimo y pesimismo.

La Iglesia peruana necesita de un “remezón” de alegría para continuar con la misión evangélica a la que nos invita Jesús. Misión que nos debe sacar de nuestra comodidad y enviar a espacios donde hemos dejado de ser referentes de acogida y de amor. Siento, como parte de esta Iglesia, que hemos dejado nuestra labor profética en nuestro contexto social y nos hemos centrado demasiado en cuestiones doctrinales normativas que muchas veces nos llevan a tener actitudes farisaicas, donde las normas y los preceptos son más importantes que las mismas personas. En ese sentido, la llegada del Papa Francisco, es una oportunidad para remover la pasividad de una Iglesia apesumbrada por el dolor.

Creo que como Iglesia corremos el peligro de perder la frescura del Evangelio, de hacer de éste solo una noticia académica y no “Palabra viva” que nos cuestione y nos invite a vivirlo con alegría y esperanza. Respecto de la necesidad de un cristiano alegre, dice el Papa Francisco: “El alegre no se encierra en sí mismo; la esperanza te lleva, es el ancla que está en la playa del cielo y te lleva a salir. Salir de nosotros mismos, con la alegría y la esperanza.”

Fuente: L`Osservatore Romano

Hace algunos días, en mi curso de religión, revisábamos con los alumnos, el tema de la Iglesia Latinoamericana y su labor profética en distintos países de la región. En este contexto un alumno aseveró extrañado: parece que la Iglesia ya no tiene las mismas preocupaciones y ahora le importa más si cumplimos con el ayuno eucarístico o si estamos en Gracia de Dios para comulgar, que los diversos problemas que hay en Tacna como la trata de personas y la violencia familiar. Al terminar la clase, caímos en la cuenta de que las preocupaciones de la Iglesia han cambiado sustancialmente. La alegría con la que se vivía el Evangelio se está convirtiendo en una rutina que lleva al cristiano a alejarse cada vez más de su sentido eclesial. Y una Iglesia que no tiene una palabra ante las injusticias del país, que vive más preocupada en normas que podrían ser una especie de cadenas, es una iglesia que no vive alegre el Evangelio de Jesús. Concluimos la clase haciéndonos la pregunta: ¿Profetas, para qué?

Como cristianos nos toca acompañar las dolencias del Pueblo de Dios. Se trata de estar atentos, escuchando el grito suave de los que no son escuchados, de los más pobres. Así nos lo recuerda el Padre Adolfo Nicolás SJ al referirse a la atención especial a los preferidos de Dios: “¿Escuchas? Porque la música de los pobres es suave, a veces imperceptible; pero está ahí… latiendo… llamando, clamando en su mudo grito”. Esa debe ser nuestra labor como cristianos, pero no solo escuchar, sino dar signos de esperanza, es decir, ser profetas en medio de la desesperanza.

La llegada del Papa Francisco nos debe inspirar a todos los cristianos a vivir alegres por el Reino, con la esperanza de construir una Iglesia que no sea indolente frente a las necesidades de su pueblo, sino más bien cercana. Nos queda, pues, una invitación clara a ser profetas en un país donde impera la injusticia y donde los más pobres, es decir, los preferidos de Dios, permanecen al margen o en las fronteras.


Julio Hurtado Pareja, SJ
Profesor en el Colegio Cristo Rey.
Colabora en la Plataforma Apostólica de Tacna.