Por: Carlo Cardoza, SJ
Es el día 23 de julio, 4 p.m., y se da inicio al Curso Taller (CT) de este año. Es su VIII edición. Cuarenta estudiantes de los cuatro colegios jesuitas del país han venido a esta experiencia. Cuarenta jóvenes que buscan desarrollar sus habilidades de liderazgo durante estos siete días. Las delegaciones han trabajado distintos materiales, pero no saben qué les espera en este taller, simplemente vienen con muchas expectativas. Y yo me pregunto, ¿qué tiene nuestra espiritualidad para ofrecerles?

Si consideramos que esta experiencia está inspirada en un pequeño libro escrito por alguien que tuvo uno de los procesos de conversión más impactantes de su tiempo, pasar de ser un caballero de armas a ser un caballero “bajo la bandera de Cristo”, creo que entenderemos mejor lo que aquí se busca alcanzar. La motivación de Ignacio era “hacer cosas grandes” (autobiografía 14), primero imitando a los santos, y después encontrando su “modo propio de proceder”, dejando su voluntad en las manos de Dios para que sea Él quien le “enseñe como a un niño” (autobiografía 27), quien le marque el camino a andar. El libro de los Ejercicios Espirituales es fruto de esta experiencia. Por esta razón no fue escrito de una sola vez, porque fue el producto de las cosas que Ignacio paulatinamente encontraba útiles para sí mismo y para los demás (autobiografía 99).

El CT tiene al P. Pedro Arrupe SJ como figura de motivación. La idea es presentar a nuestros alumnos un líder más cercano a nuestros tiempos, comprometido con la sociedad de su tiempo, capaz de afrontar las dificultades de su periodo de gobierno y, como parte de la Iglesia Católica, atento a descubrir los signos de los tiempos; en definitiva, un líder parecido a Ignacio de Loyola. De hecho, ambos fueron vascos de nacimiento y fueron Superiores Generales de la Compañía de Jesús, liderando nuestra orden con suma libertad y en constante discernimiento. Ambos se comprometieron con las reformas que la Iglesia en sus respectivos contextos tenía que afrontar. Ignacio y Arrupe, sin duda, marcaron el camino.

Ahora bien, si Arrupe aprendió de Ignacio las claves del liderazgo ignaciano, ¿cómo podrían los jóvenes de hoy convertirse en líderes al modo ignaciano?

Todo líder, según Ignacio, debe ser capaz de poseer cuatro rasgos fundamentales. Primero, debe conocerse a sí mismo, pues en conocer las fortalezas y debilidades personales reside la sabiduría, y esto permite algo aún más importante, la libertad (indiferencia ignaciana). Segundo, debe ser capaz de construir un cuerpo con los demás. El líder ignaciano sabe que por sí mismo no logrará todo lo que se propone y que, por lo tanto, las virtudes de los demás siempre serán un buen aporte. Tercero, está llamado a establecer una visión en todos sus proyectos, una visión atractiva e inspirada en la búsqueda de un mundo más fraterno y más justo (fe y justicia). Y, por último, sabe discernir con los demás, siendo capaz de escuchar en el exterior a los demás y en su interior a la voz del Espíritu mediante la oración.

En estos días en el CT he conocido una experiencia que no busca moldear un prototipo de líder, sino hacer posible que cada uno encuentre al líder que ya lleva dentro. No busca dar la solución a todos los problemas que afectan al mundo, sino invitar a cada uno a ser capaz de dar esas soluciones. Y no busca tampoco encaminar a un poder egoísta, a llegar simplemente a lo más alto, como muchas personas lo hacen y al lograrlo se acomodan, sino inculcar que cuanto más lejos uno llegue, mayor debe ser su servicio a los demás (MAGIS).

Carlo Andreé Cardoza Ramírez, SJ
Estudiante de Humanidades – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.