Estos últimos días la blogósfera cinematográfica, a propósito del Festival de Lima, ha comentado ampliamente el contenido del afiche oficial del Festival, calificado de racista. A partir de los comentarios de Alfredo Vanini, programador de la sala de la Biblioteca Pública de Lima, varios cinéfilos y los mismos publicistas que diseñaron el afiche han hecho circular sus puntos de vista. La discusión me pareció particularmente interesante.

El afiche muestra a un grupo de artistas latinoamericanos de cine haciendo cola frente al antiguo cine Metro del centro de Lima. Todos, artistas conocidos entre los cinéfilos limeños, pero todos representantes de un mismo biotipo y de un mismo sector social. Sin embargo, hasta allí no se observa nada desagradable, el afiche pasa como uno más del abundante material publicitario en el que sólo aparece gente de los sectores con más poder de consumo. Se podría decir que el microbús que aparece para dar el aire popular al afiche nunca circularía por allí por ser zona restringida al transporte público, pero eso puede pasar como un detalle técnico. También se ha criticado la sola presencia de los artistas mencionados en un cine del centro, porque, ciertamente, no son ellos el público habitual de un cine popular; pero hay que admitir que este hecho podía tener un efecto simbólico inclusivo: el buen cine y sus artistas también van al centro de Lima.


Pero el punto discordante está en la incorporación a la escena de un elemento disonante en el conjunto. Un personaje mestizo, jorobado, mal vestido, de espaldas a la boletería, y a quien nadie mira, cruza la calle; quizá se trate de un vendedor ambulante pero no queda claro. Uno se pregunta ¿qué aporta el personaje a la escena? Nos vemos forzados a creer que su rol es ser parte del paisaje, se trata del centro de Lima. Como el microbús, el personaje pasa por allí, pero resulta ajeno a la escena, pasa como si pasara por Tacora, Pista Nueva o la Túpac, y el cine no le dice nada. Simbólicamente podríamos decir que el personaje pasa dando la espalda a la cultura, y la cultura también le da la espalda.

Como dice Vanini, los dos personajes populares de la escena, el transeúnte y el boletero, del cual solo vemos sus manos, aparecen porque deben cumplir una función, uno como boletero y el otro como parte del paisaje del centro. Por eso no hace falta ponerles rostro; ellos, mestizos, feos y pobres, no son parte de la cultura limeña, de hecho, no se parecen a los que sí van al cine. Hoy, popular es todo el centro, cholos son casi todos los que circulan por allí, pero los únicos presentes en el afiche no van al cine. Por otra parte, si el objetivo del evento era llegar al mayor número de limeños, está claro que el afiche no era para buena parte de ellos, no son muchos en Lima los que pueden reconocer a Federico Luppi o a Cecilia Roth como estrellas de cine, ¿su roche?

El afiche, inocentemente, tiene un contenido racista. Curiosamente, en una edición del Festival que pretendía ser más inclusiva y llegar a buena parte de la ciudad, de allí la iniciativa de rebautizarlo como Festival de Lima, no solo de la Católica, en verdad, una universidad bastante plural. Creo que el afiche es inocente porque no pienso que los publicistas de Toronja hayan considerado el elemento racista para elaborarlo -más aún si sus directores acaban de publicar un libro que bordea el tema. Pero creo que muestra un contenido racista, porque si, como dice la RAE, racismo es la exacerbación del sentido racial de un grupo étnico, especialmente cuando convive con otro u otros, en este afiche uno puede percibir a un grupo social excluido. En defensa de los publicistas podemos decir que no es pecado ser mal interpretado, en relación al concepto original que pudo dar lugar al afiche. Sin embargo, sí es un error grave para un comunicador no considerar las lecturas posibles de un texto, y la fuerza de éstas. El mensaje no queda claro, y si es posible la contradicción entre el objetivo y el producto, el producto ha fallado.

Algún comentarista ha manifestado que se trata de una reacción de acomplejados. Puede que sí, pero incluso los complejos no desdicen aquello que puede ser real. En verdad creo, como dice Gonzalo Portocarrero, que se trata una vez más de una trampa de nuestro inconsciente social. De la publicidad resueltamente racista, qué podríamos ya decir. Acaba de suceder un terremoto, en las noticias vemos rostros sufrientes de gente pobre y afligida, rostros evidentemente peruanos, pero en las pausas comerciales, de pronto, esos rostros desaparecen y pareciera que estuviéramos viendo televisión holandesa, alemana o española, hasta la de CNN resulta más plural.

El problema es que el país, o la mayoría de peruanos, ya no está para esto. Tampoco para “detalles” como el del afiche de festival. Estas ligerezas siguen asentando problemas estructurales en nosotros. Bien conocemos los problemas centrales del Perú: discriminación, ignorancia y corrupción (= pobreza). La ecuación es simple, y nos los ha recordado la última ola de paralizaciones: más ingresos, pero sin justicia (menos discriminación, ignorancia y corrupción) nos es igual a más desarrollo y bienestar sino todo lo contrario.

A los que nos toca echar una mano en la educación de los niños y adolescentes nos corresponde buena parte de la tarea. Tenemos que seguir pensando en lo que podemos seguir haciendo para trabajar estos temas, particularmente el racismo, muy común en esta Lima, paradójicamente, cada vez más variopinta. De hecho, hay varias entradas al tema. El terreno de la cultura, por ejemplo, no está libre de esta problemática. La polémica en torno del afiche del Festival de Lima lo pone de manifiesto.

Deyvi Astudillo, S.J. (Maestrillo). Comunicador. Profesor en el Colegio de La Inmaculada – Lima.


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