Benedicto XVI, a propósito de la Jornada Mundial de la Juventud 2011.

El domingo 5 de setiembre, el papa ha dedicado su prédica a la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud que se llevará a cabo en Madrid en agosto del 2011. Sus palabras hacen referencia al Mensaje que el 6 de agosto envió a los jóvenes del mundo entero convocando a este encuentro bajo el lema: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2, 7). Nos llama la atención varias frases de este mensaje, importantes frente a la situación actual de la sociedad, el joven y la iglesia católica.

No es común encontrar en discursos o mensajes del Papa referencias a su vocación personal, a su experiencia personal de encuentro con Dios y, sobretodo, a las “dudas” en su llamada: “¿es éste de verdad mi camino?”. Encontrar estas referencias en el mensaje al que hacemos alusión ya nos advierte que lo que transmite va más allá de una catequesis – como también las varias referencias periodísticas a este discurso. En esta oportunidad el Papa habla de corazón a corazón. Quiere transmitir con ilusión y realismo lo que espera de este encuentro y más aún, quiere transmitir lo que Cristo es capaz de hacer en la vida del joven que cree en El.

Empieza su discurso ubicando las inquietudes propias de la edad juvenil, inquietudes sentidas por él mismo: “En cada época, también en nuestros días, numerosos jóvenes sienten el profundo deseo de que las relaciones interpersonales se vivan en la verdad y la solidaridad (…) la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande (…) Desear algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte del ser joven. ¿Se trata sólo de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto? No, el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente”. Así, Benedicto XVI nos propone ser conscientes de las aspiraciones naturales de un joven, de cómo es posible abrirse, desde lo concreto de la humanidad -como es la posibilidad del deseo- a lo concreto de la eternidad, es decir, lo infinito, lo que trasciende. Es allí donde Dios entra en la vida del joven, no para imponer un modo de pensar y vivir, sino para dar respuesta a las aspiraciones humanas desde las propias raíces humanas. Continúa el Papa: “El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”. Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. «Sin el Creador la criatura se diluye» (Con. Ecum. Vaticano. II, Const. Gaudium et Spes, 36).”

Echar raíces, encontrar el fundamento de la propia vida y encontrar las respuestas a las preguntas vitales, son las propuestas de este mensaje. Cuánta actualidad cobran estas palabras en una situación juvenil llena de incertidumbre, no solo por el futuro, sino también por las condiciones del presente. La juventud es el tiempo de la vulnerabilidad, de la posibilidad de dejarse llevar por lo efímero, por la felicidad pasajera. Es importante hablar de lo fundamental, de lo que sostiene y da un sentido verdadero a la vida, un sentido permanente y, por tanto, eterno. En un tiempo donde la Iglesia está particularmente golpeada por situaciones originadas desde dentro, dar respuestas coherentes y válidas no es fácil. Sobre todo en un contexto donde la credibilidad se juega en la coherencia. Por ello, el discurrir del mensaje arriba, desde la fe, al principio y fundamento de toda vida: a su Creador y a quien hizo plenamente humana esa creación, Jesús. Citamos al Papa: “Cuando comenzamos a tener una relación personal con Él, Jesús nos revela nuestra identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Existe un momento en la juventud en que cada uno se pregunta: ¿qué sentido tiene mi vida, qué finalidad, qué rumbo debo darle? Es una fase fundamental que puede turbar el ánimo, a veces durante mucho tiempo”. Por ello, enfatizamos, el mensaje de Jesús no pierde actualidad, y puede echar raíces más profundas en aquella etapa de la vida en que ella misma busca su fundamento y su horizonte.

Desde esta propuesta termina su mensaje Benedicto XVI, centrando la respuesta a la búsqueda de sentido y sustento de la vida en Jesús: “Escuchándole, estando con Él, llego a ser yo mismo… Así, la vida se vuelve auténtica”. Una vida que es auténtica, porque busca hacer auténtico y real el mensaje de Jesús: la justicia, la solidaridad, la dignidad humana, el respeto por la creación, por el futuro. “La caridad que brota de la fe –ha llevado a tantos cristianos/as a lo largo de la historia- a dar un testimonio muy concreto, con la palabra y las obras”. Autenticidad y coherencia, verdadera felicidad y sentido de la vida, cuatro conceptos que se encuentran para darle al joven de hoy una respuesta que puede aclarar definitivamente sus dudas y le puedan ayudar a consolidar su vida con un proyecto que responda a lo que Dios busca de él.

Con esta convicción en el corazón, enfatiza el Papa, “queridos jóvenes, la Iglesia cuenta con ustedes. Necesita su fe viva, su caridad creativa y el dinamismo de su esperanza. Su presencia renueva la Iglesia, la rejuvenece y le da un nuevo impulso”. Y digamos, ¿no es eso lo que hoy la Iglesia golpeada, la sociedad desorientada y el ser humano debilitado necesitan más que nunca? Por eso, bienvenido un encuentro así. Un encuentro de personas que aspiran a transformar la sociedad. Un encuentro de todos por el bien de todos. Un encuentro que permita reflexionar, centrar la atención en lo verdaderamente importante, que deje al Papa dedicar un mensaje con sinceridad y pedir la ayuda de todos para que, fundados en Cristo, volvamos a vivir en un mundo a la altura del sueño que tiene Dios para su Creación.

Un mensaje de Benedicto XVI a los jóvenes que refresca la ilusión por la vida y renueva la esperanza de apostar por ella desde nuestro ser iglesia.

Juan Bytton, S.J.
Licenciado en Economía. Estudiante de teología en la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma)

Mensaje Oficial de Benedicto XVI para la JMJ 2011

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