A través de “El Francotirador”, Jaime Bayly habla de su vida privada y pública, y mezcla estos dos escenarios. Se convierte en show. Pero, yo televidente, ¿tengo acaso que saber qué substancias consume, con quiénes iba al burdel o cuántas veces se ha emborrachado? ¿Tengo que conocer los detalles de su vida sexual o psicológica? La solución ociosa – que se niega a pensar el problema – diría: “bueno, no tienes que mirar el programa. ¡Cambia de canal!”. ¡Cómo si cambiar de canal resolviera el caso Bayly! Otra solución, más displicente, sería la de no darle importancia: “sabe Dios si será cierto. Sólo bromea”. Entre estas dos soluciones merece la pena que nos preguntemos, más allá de la simpatía que “El Francotirador” pueda provocar, qué pasa con la televisión. Un ejemplo para ilustrar el problema: “El Francotirador” repite con frecuencia al invitado de turno: “acá te queremos mucho”. Con la misma tranquilidad, una semana después, se burla de la persona a la que hizo esta confesión. De este modo, subvierte el lenguaje y hace banal el hecho de querer y el de decírselo a alguien. “El Francotirador” podría alegar a su favor que, cuando se burla de alguna persona, su intención es tomar el pelo. Pero ¿cuál es el límite? ¿Se ha puesto acaso a pensar en sus límites? ¿No se le ha ocurrido pensar en que puede herir a la gente? Hace poco, la modelo Viviana Rivasplata fue entrevistada por Rosa María Palacios. Viviana Rivasplata se quejaba porque Jaime Bayly la había insultado al decir que era una “forajida” y una “roba-novios”. “El Francotirador” se disculpó una semana después, pero de tal modo que su “público maravilloso” – como suele llamar a su público cómplice – debe haber quedado con la impresión de que no sólo el periodista no se retractaba, sino de que la protesta de Rivasplata era ridícula e infundada.

Este ejemplo ilustra un cinismo amoral: ni hay sinceridad, ni se obedece a las convenciones que el uso social estipula. El hecho de que una persona sea “pública” no significa que su vida privada lo sea también. Esta es una confusión recurrente de la televisión del Perú: Jaime Bayly, en su rol de “francotirador” renuncia a su derecho a la vida privada, pero ¿es tan sencillo renunciar a un derecho? ¿No corremos el riesgo de pensar que todo personaje de la televisión tiene que hacer lo mismo? Al renunciar a ese derecho, Bayly instaura un estilo que no puede generalizarse de ningún modo: ningún personaje público debe renunciar a su privacidad. Este es un caso en el que el respeto de su derecho sirve de modelo a la ciudadanía. ¿Por qué Bayly sacrifica su vida privada? Una de las razones (y no debe ser la única) es que Jaime Bayly debe encontrarse en la encrucijada de no poder decidirse por Jaime Bayly o por “El Francotirador”, por el individuo y su personalidad o por el rol; lamentablemente, la mayor parte de las veces cede ante el rol, ante el show, ante la puesta en escena. Sería bueno que de vez en cuando “El Francotirador” dejara su rol, y mostrara su rostro vulnerable porque hasta cuando pretende mostrarse vulnerable (reconociendo sus múltiples defectos, por ejemplo), lo hace desde el estrado y en una puesta en escena. Mostrarse vulnerable no significa exhibir su vida privada; eso es una indiscreción, una falta de pudor y una imprudencia. Mostrarse vulnerable significaría no hacer show de la disculpa, por ejemplo; disculparse sin mirarse a sí mismo cuando se disculpa .

Pero ¿por qué digo que el mensaje vehiculado por “El Francotirador” puede ser pernicioso? “El Francotirador” no juzga, ni condena a las personas. Eso más bien es favorable. El problema es que, casi a pesar de él, comunica una confusión de fronteras: no se sabe si es honesto o se burla, si se compadece o es indiferente, si sufre o se hace, si es sencillo u orgulloso, si es amigo o enemigo, si es sincero o charlatán, en suma, si es auténtico o simula. Es como si hubiera logrado sintetizar en él un conjunto de ambigüedades hasta el punto de hacerse la ambigüedad misma. “El Francotirador” es diletante. Curiosa constatación: quien debería mostrarse seguro en su puntería es tironeado por fuerzas que no lo dinamizan. Su mensaje es la ambigüedad misma de allí que uno no sepa en qué dirección va su discurso.

Se suele decir que el filósofo Nietzsche es nihilista porque, entre otras cosas, se presenta como auténtico y porque propone una inversión general de todos valores, pero ¿Jaime Bayly es nietzscheano? Nunca he oído decir a Bayly que sea nietzscheano, pero me parece útil confrontar Nietzsche, un hombre vital, instintivo y nihilista con Bayly para mostrar por oposición que “El Francotirador” ganaría mucho con tener un discurso con la consistencia de Nietzsche. A favor de Nietzsche, habría que decir que no es el nihilista que ferozmente se lleva de encuentro todas las creencias so pretexto de autenticidad.

No es el lugar para discutir la difícil relación que existe entre un valor y una pulsión en Nietzsche, pero resumamos y simplifiquemos. Un valor es por ejemplo la “fidelidad” o el “decir la verdad”. La pulsión por excelencia es la erótica y las pulsiones en general podemos caracterizarlas como la espontaneidad misma. Cabría preguntarse: ¿qué es primero el valor o la pulsión? ¿La pulsión es causa del valor? ¿O el valor es causa de la pulsión? Una lectura distraída de Nietzsche podría hacer creer que él propone una inversión de la relación habitual que existía entre el valor y la pulsión. De esta manera, si el cristianismo tenía en claro que el valor dirigía la pulsión (el Bien suscita el amor del bien y de los actos de bondad), Nietzsche haría lo contrario: propondría pulsiones de las que nacerían nuevos valores. Sin embargo, Nietzsche no invierte la relación entre valor y pulsión, lo que hace es “invertir” los valores para procurar que otras y nuevas pulsiones puedan aparecer. Intentemos entender esta relación entre valor y pulsión, usemos una comparación: un partido de futbol supone reglas y normativas (asumamos que son los valores). Los jugadores (las pulsiones) salen a la cancha, pero deben orientarse en función de ciertas normativas de tal manera que el juego tenga sentido. Invertir la relación entre valor y pulsión equivaldría a pretender que los jugadores salieran a la cancha a perseguir la pelota sin consideración de quién es mediocampista, defensa, atacante, etc. Imaginémonos por un instante ese partido de futbol en que veintidós jugadores persiguen la pelota: ¿quién entendería algo? Nietzsche no pretendía ese escenario, “El Francotirador”, cuya metodología y finalidad es la ambigüedad, sí.

Jaime Bayly opta por jugar el rol de “El Francotirador”, pero al hacerlo convierte todo en una puesta en escena. En esta puesta en escena nada es definido ni definitivo. La consecuencia que se sigue es que quienes se convierten en televidentes pasivos absorben un discurso sin límites, ni dirección porque todo está al servicio del show. Poco importa ser auténtico porque el objetivo es apenas parecerlo.

Rafael Fernández Hart, S.J. (Lima). Filósofo. Candidato al doctorado en Filosofía en el Centro Sèvres de Paris.


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