El reciente incidente surgido entre la Iglesia y algunas autoridades políticas y religiosas a propósito de la historicidad del holocausto judío, ha sido atribuido por el P. Federico Lombardi, portavoz del Papa, a un problema de comunicación en la curia vaticana1. Como recordaremos, Benedicto XVI decidió levantar la excomunión2 aplicada por su antecesor a un grupo conservador que en los años 70 optó por desconocer las conclusiones del Concilio Vaticano II, el evento que abrió las puertas de la Iglesia al mundo moderno. El problema es que el mismo día en que se firmó el decreto de revocatoria, la televisión sueca emitía una entrevista a Mons. Richard Williamson, parte del grupo conservador, donde éste desconocía la existencia de cámaras de gas en la Alemania Nazi. Rápidamente, buena parte de la opinión pública vinculó el levantamiento de la excomunión con las ideas de Williamson; a los ojos de muchos la Iglesia parecía consentir tal postura negacionista. Solo cuando este supuesto desencadenó las numerosas críticas que los medios han hecho circular, el Vaticano dio a conocer una nota donde manifestaba el espíritu de su decreto y su desconocimiento de las declaraciones de Williamson; es más, se exigía la rectificación del obispo.

Indudablemente, el incidente puede verse desde varios planos, donde también entran en juego algunas posiciones preestablecidas -por ejemplo, la reiterada acusación al Vaticano de colaboracionismo con el régimen Nazi, o la imagen conservadora de Benedicto XVI. Pero, trascendiendo la actual dinámica política de la Iglesia, esta situación puede servirnos a los católicos para mirar cómo están funcionando algunas cosas al interior de casa, concretamente, en relación al tema de la comunicación. Los hechos pueden resultar aleccionadores para una Iglesia que aún tiene varias dificultades para situarse en un mundo tan hipercomunicado como es el nuestro.

Las palabras “catholic church” introducidas en el buscador de Google arrojan 29 millones de páginas web. Los funerales de Juan Pablo II -el papa mediático- y el posterior cónclave gozaron de una cobertura televisiva histórica. La participación de Benedicto XVI en la Jornada Mundial de la Juventud de Sydney ha sido reconocida como un acontecimiento tecnológico en Australia. Estas afirmaciones revelan la gran presencia de la Iglesia en los medios masivos de comunicación, orgullo de los sectores más conservadores, que a pesar de su antimodernismo han sabido apostar por la eficacia de los mass media. Ahora bien, ¿esta visibilidad planetaria, marcada por los grandes eventos eclesiales, revela realmente a una Iglesia mejor comunicada con el mundo, es decir, expresa una mejor comunicación de sus enseñanzas?

Reciente iniciativa del Vaticano de abrir su propio canal en You Tube

Evidentemente, si los medios consiguen poner en boca de todos los grandes acontecimientos del catolicismo, ello permite a la Iglesia mantener cierto vínculo con sus fieles, y de paso fortalecer su valor institucional en la sociedad. Sin embargo, podemos constatar que los mismos medios que ayer anunciaron al mundo las palabras conciliadoras de Benedicto XVI en los Estados Unidos, hoy ponen en entredicho su auténtica voluntad de reconciliación con el pueblo judío, como hace algún tiempo, luego del discurso de Ratisbona, divulgaron las acusaciones de intolerancia con el Islam lanzadas por sus detractores. Es en esta línea que el reciente conflicto protagonizado por el levantamiento de la excomunión a los obispos separatistas nos deja una gran interrogante. Si tomamos en cuenta la intención del papa de ofrecer a través de este decreto un gesto de apertura en el marco de la Semana de oración por la unidad de los cristianos ¿por qué el mensaje que Benedicto XVI quiso trasmitir a la Iglesia no pudo ser desde el inicio mejor comunicado y mejor comprendido por los fieles? Al parecer, para comunicar mejor la vida de la Iglesia al mundo hacen falta algunos elementos que escapan a su sola presencia en los medios de comunicación, al uso de las nuevas tecnologías e incluso a la buena voluntad. La dificultad de la Iglesia para situarse dentro del funcionamiento mundial de la comunicación parece más bien reflejar dos realidades: la falta de un diálogo profundo con la actual cultura de la comunicación, y, por otro lado, la complejidad de los flujos de comunicación al interior de la Iglesia.

En principio, el esfuerzo de toda institución por asumir el uso de los mass media debe ir acompañado de un esfuerzo de comprensión de los mecanismos que operan detrás del conjunto de los medios. En este sentido, si bien la comunicación mundial está sujeta a diversos intereses -entre los cuales prima el sostenimiento de los propios medios- también debemos reconocer los logros de la comunicación, y los cuestionamientos que ella plantea a nuestras instituciones humanas. A la comunicación moderna podemos reconocerle, por ejemplo, su carácter democratizador. Los medios hoy permiten el acceso de grandes mayorías a la información, pero también suponen que toda autoridad pública así como sus decisiones, pueden ser sujeto de exposición y cuestionamiento. Si en una sociedad plural los medios exponen ante el mundo a nuestros gobernantes políticos o a nuestros dirigentes laborales, también han alcanzado, con toda legitimidad, a nuestras autoridades religiosas. Asimismo, en esta cultura de la comunicación todos los que deseen pueden ejercer el oficio de comunicador desde la comodidad de su casa y sin necesidad de una autoridad oficial; allí está el ejemplo de los blogs, donde católicos de distintas tendencias discuten diariamente sobre el acontecer eclesial.

Para situarnos en este panorama, a los católicos quizá nos haga falta un poco más de sintonía con la actual cultura comunicacional, es decir, cierto conocimiento de sus mecanismos y apertura a sus sensibilidades. Así como la Iglesia no puede aislarse de las preocupaciones y expectativas de la sociedad, tampoco puede hacerlo de sus dinámicas de comunicación, sean formales o informales. Es importante comprender que en esta nueva cultura, la comunicación funciona con reglas propias, y que hace falta conocerlas para tomar posición, no necesariamente con un activismo mediático que pueda caer en un exhibicionismo ingenuo, pero tampoco con la respuesta reactiva de quien ve en la comunicación moderna solo superficialidad y amenaza. En este sentido, dice el padre Lombardi, refiriéndose al papel de los medios en el reciente incidente eclesial, que los medios de comunicación no han sido ni más buenos ni más malos que en otras ocasiones, sino que reflejan nuestro mundo. Para el portavoz del Papa, el mensaje de la Iglesia con frecuencia va contra la corriente del pensamiento de la mayoría, del que los medios son por naturaleza portavoces, pero las reacciones de los medios también pueden ser positivas.

San Pablo: ejerció la comunicación desde el corazón de la Iglesia

En consecuencia, podríamos pensar también que una mejor posición de la Iglesia en la actual cultura de la comunicación no pasa solo por el uso de los medios, sino por un cambio en su dinámica comunicativa interna. Quizá sea importante plantear nuevos esquemas de comunicación, por ejemplo, en la curia vaticana, donde la confianza en el otro -más allá de su “orientación eclesial”- y el trabajo en equipo primen cuando se trata de temas que atañen a la credibilidad de la Iglesia en la sociedad. Esto implicaría, sin faltar a la virtud de la prudencia, mayores relaciones de confianza, transparencia y democracia. Ciertamente, el conocimiento colectivo entre nuestros dirigentes de las importantes decisiones eclesiales redundaría en una mejor justificación de sus argumentos frente a las dudas y cuestionamientos, facilitando respuestas coherentes y rápidas ante la velocidad de la comunicación actual. Este parece ser también el espíritu del P. Lombardi cuando señala que todavía falta crear una cultura de la comunicación en el seno de la Curia, en la que cada dicasterio comunica de manera autónoma, sin pensar necesariamente en pasar por la Oficina de Prensa, ni ofrecer una nota explicativa cuando la información es compleja. En este sentido, el estreno del canal del Vaticano en You Tube, donde se exponen con fluidez las actividades y enseñanzas del Papa, puede reflejar un deseo de mayor naturalidad en la comunicación del quehacer vaticano.

La Iglesia, diócesis y órdenes religiosas incluidas, requiere de un manejo audaz e inteligente de su propia palabra, en un mundo plural donde los católicos no somos necesariamente más escuchados, leídos y creíbles por el solo hecho de ser católicos. Si no nos organizamos de un modo que nos permita comunicar mejor lo que somos – y con un lenguaje eccesible a nuestros interlocutores-, corremos el riesgo de quedar en la sombra, haciendo peligrar nuestra misión fundamental: el anuncio del Evangelio. Tomemos un ejemplo local, es conocido el desconocimiento general que existe entre los católicos peruanos sobre cuál es la instancia que los representa –la Conferencia Episcopal Peruana (CEP). Pero para entender este desconocimiento habría que caer en la cuenta, por ejemplo, como algún periodista lo ha señalado, de la dificultad que los pocos periodistas interesados encuentran al indagar las incidencias de un hecho tan importante como la reciente elección de un nuevo presidente de la CEP.

Es verdad, comunicar dentro de una esfera de decisión expone y fragiliza, pero la información también crea comunión y enriquece el discernimiento eclesial ante problemáticas finalmente colectivas, atenuando la tentación de reducir las decisiones a una sola visión de los desafíos de la Iglesia, en una Iglesia que desde su nacimiento ha sido plural. De otra forma, la Iglesia institucional, en pleno siglo XXI, para muchos seguirá pareciéndose a aquel monasterio misterioso y oscuro descrito por Umberto Eco en El nombre de la Rosa. Una inmersión en los valores de esta cultura de la comunicación podría dar más sentido y credibilidad al extraordinario despliegue y a todos los esfuerzos que viene haciendo la Iglesia, y ojalá los siga haciendo, por utilizar los medios como plataformas de evangelización.

Deyvi Astudillo, S.J. Licenciado en Comunicación Audiovisual por la PUCP.

1. Diario La Croix, 05.02.2009
2. La mayor sanción que la Iglesia puede otorgar a uno de sus fieles.


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