Hace algunos días Rafael Fernández escribía en este medio, inspirado por Magaly Medina y Luciana León sobre el problema que los peruanos tenemos con la ley y el modo en que “escenificamos” las fisuras sociales. Los medios de prensa hicieron de ambos casos un espectáculo que intentaba ante todo, vender. Una vez Magaly y Luciana convertidas en penosas divas de los medios, terminaron por ser incorporadas en esa “arena pública” que son los programas de humor, bajo la mordaz apropiación y reelaboración de Carlos Álvarez o bajo el cinismo de Jaime Baily.

Estos “escándalos” nos hacen ver que con la masificación de los televidentes, la simplificación de la cultura local y la banalización galopante de la ley y de los principios de respeto al prójimo, el vaivén político de la escena local termina por seguir un circuito previsible: 1) Desatino político, 2) Circulación de la noticia por los medios masivos, 3) Sobredimensión de los “síntomas” y sus “efectos políticos”, 4) Transformación en producto humorístico por el que 5) se banaliza el “mal radical” del problema y se repite el círculo vicioso, pues dicho “mal” termina por no verse. Se le niega.

Hace algunos meses, Martín Tanaka y Jorge Bruce lanzaron un debate a partir de sus posiciones acerca del racismo. Para Bruce el racismo reflejaría graves grietas de disociación en el proceso de reconocimiento del individuo dando como resultado fracturas sociales. Tanaka, por su parte, intentaba rescatar los valores de la cada vez mayor participación de aquellos actores que antes de la reforma de Velasco, eran simplemente transparentes, inexistentes. Saco a relucir este debate intelectual porque creo que también refleja lo que quiero ahora poner sobre el tapete: en el Perú estamos viviendo una etapa transicional en el que los síntomas sociales (y políticos, en consecuencia) están reflejando con pasmosa crudeza, que el cuerpo social que constituimos los peruanos, tiene en su raíz algo así como una constitución fallida. Pero ¡bendito sea el síntoma que nos hace conscientes del mal! –dirían Freud y San Agustín desde distintas perspectivas-: Creo entender esto en el análisis de Tanaka; en efecto, estos síntomas nos reflejan problemas que pueden ser posibilidades pero de otro lado, tampoco podemos dejar de ver que existe un “mal” que hay que detectar para erradicar.

Algo similar sucede con los casos de Magaly, Rómulo y su hija Luciana, la familia Tudela en pleno, los futbolistas de turno, Laura Bozzo, etc. Unos nos quedamos pasmados con los escándalos políticos de turno; otros reímos con las parodias de estos mismos escándalos; otros nos erigimos en Catón o Cicerón criollos para levantar arengas contra la inmoralidad y la corrupción; en fin, otros –desafortunadamente, muchos colegas del mundo académico- los transforman en materia suficientemente exótica como para hacer un artículo que leerá un círculo de proporciones ridículamente restringidas en comparación a la abrumadoramente masiva lectoría de El Trome. Como si estos “síntomas” de un deterioro nos diesen la ocasión de un mórbido placer.

Caricaturas de Carlín, publicadas diariamente en La República.

Así terminamos por vivir (creo que desde el desenmascaramiento de los Vladivideos) en un continuum de denuncias de síntomas de deterioro de la política y la moral social que parecen sumirnos en un goce perverso. Mi intención sin embargo es resaltar que este proceso también refleja -entre otras-, dos cosas: 1) la positiva (aunque ambigua, como lo he dejado ver) participación de los medios de comunicación como los difusores de una sintomatología de un funcionamiento perverso -cuyo origen habría que registrar en un momento bastante atrás en nuestro pasado y 2) la clara manifestación de que el cuerpo de nuestra sociedad sufre de un problema disfuncional.

No creo que se trate de un cáncer o de un deterioro incapaz de ser sanado. Al igual que mi amigo Martín, creo que vivimos un momento “privilegiado” y que el rol que cumple la prensa al desenmascarar crudamente estos “males sociales” –a los que estoy llamando “síntomas”- es históricamente determinante para nuestro futuro. Todo depende de si nos quedamos “atascados” en la fase del diagnóstico sintomatológico y aplicamos paliativos o placebos llamados banalización, relativización, “humorización”, burla, prefiriendo ver el escenario como espectadores seudo moralistas que pretenden estar alejados de todo ello. No. El mayor enemigo que debemos temer es el silencio; pero no hablo del silencio consciente. Hablo de la negación en la que quizá nos es más fácil vivir para terminar haciendo de Magaly, Luciana, Rómulo, etc etc, los chivos expiatorios de algo que no queremos ver, porque quizá nos espanta aceptar que ese algo, también nos habita.

Creo que es el momento de hacer un examen de conciencia histórico, colectivo. En ese sentido, el aparente cinismo de Rómulo León quien, ante cámaras decía algo como “yo hablaba como lo hace todo el mundo, ¿o no hablamos todos así?”, este cinismo, se nos revela espeluznantemente veraz. ¿Podemos, nosotros peruanos, en nuestro fuero interno, tirar la primera piedra a todos estos personajes? Cuando nos burlamos de los personajes inmorales escenificados en un programa cómico o le seguimos la cuerda al cinismo a-moral de Jaime Baily como sintiéndonos fuera, de todo ello… ¿no será que lo hacemos porque entendemos demasiado bien esos síntomas? ¿No será porque en el fondo de nosotros, sabemos que de una u otra manera, participamos de esas fisuras en nuestra vida de todos los días? En distintas dimensiones, todos en este país participamos del mismo pecado social: la “criollada” ha terminado por ser el modus operandi de nuestro cuerpo social. Evadimos como “toreando” principios y valores fundamentales como si se tratase de algo natural. Y lo patético es que….no parecemos darnos cuenta de que esto…ya no es para reírse.

Juan Dejo Bendezú, S.J. (Lima). Historiador. Candidato al doctorado en Historia de la Espiritualidad en el Centro Sèvres de Paris.

esejotas del perú