Por Diego Mantuano, SJ | Tiempo de lectura: aprox. 3 min.
En un mundo tan diverso tanto en cultura como en ideas, la justicia posibilita la construcción de una sociedad diferente, a través de la fe. Debido a que, en primera instancia, la fe reafirma el ideal de igualdad, buscado desde antiguo por el ser humano; en segundo lugar, instaura el respeto a la vida, principalmente la del ser humano; y por último, promueve la paz en las nuevas generaciones, que en la actualidad se ven asediadas por conflictos locales y externos.

La familia, “patrimonio de la humanidad, constituye uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos. Ella ha sido y es escuela de fe”, según el documento de la Conferencia de Obispos de Aparecida. En primer lugar, a temprana edad, los niños se insertan en la sociedad a través de pensamientos y creencias que les transmiten sus padres. La fe procura crear sensibilidad durante la formación familiar en contraposición a una sociedad individualista que no percibe la realidad de desigualdad que existe en el mundo. De esta manera, la sensibilidad se convierte en interés por los demás, en búsqueda de la igualdad y en amor al prójimo. Por consiguiente, el ideal de igualdad debe irse gestando y reafirmando desde la familia, para que, promoviendo una sensibilidad por el diálogo y la escucha, originen condiciones de justicia.

Considerar a alguien es respetar completamente todo su ser. En ocasiones el respeto se ve mermado por ideales egoístas que minimizan la dignidad del ser humano. Actualmente, la realidad muestra a un mundo sin respeto a la vida, que ocasiona dolor y sufrimiento. Frente a esto, la fe pretende anunciar que “la vida es un regalo gratuito de Dios, don y tarea que todos debemos cuidar” como lo afirma la Conferencia de Aparecida. Este cuidado se da mediante “el amor y por amor, participando, de ese don de gratuidad”, según lo afirma la encíclica Evangelium Vitae (1995). Por tanto, la vida se debe amar y se debe respetar a partir de la entrega total a su cuidado y preservación.

La historia de Latinoamérica en el siglo pasado se vio manchada por la opresión y corrupción en los gobiernos dictatoriales que provocaron muertes y destrucción. La Iglesia latinoamericana se mantuvo en movimiento durante las últimas décadas del siglo XX, mayoritariamente, poniéndose de lado de los marginados que buscaban justicia. En el Salvador, el personaje representativo de la Iglesia fue el beato Mons. Oscar Romero, quien en su última homilía aseguró: “el cuerpo inmolado y la carne sacrificada por los hombres, nos debe motivar a dar nuestro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para dar conceptos de justicia y de paz a nuestro pueblo”. La fe, pues, provee esperanza en un Dios de amor y misericordia que vence el sufrimiento y el pecado, mostrando así que la recompensa es la justicia, la libertad y la paz para las futuras generaciones.

Por consiguiente, es de gran importancia que consideremos que la fe afianza el ideal de igualdad a través del diálogo y la escucha que se dan en la familia y mediante ella en la sociedad. La fe permite también que la vida se ame y se respete a partir de la entrega total a su cuidado y preservación. Y por último la fe brinda esperanza en un Dios de amor y misericordia, que, a pesar de las angustias, recompensa con libertad y paz a todas las generaciones.

Diego Mantuano Macías, SJ
Estudiante de Humanidades – UARM
Apoya en la pastoral del la Universidad del Pacífico.