Por Enrique Loyola, SJ 

Hace poco leí a la filósofa y teóloga feminista Mary Daly, quien publicó: El cristianismo y la mujer: una historia de contradicciones (1994). Del texto me gustaría compartir algunas reflexiones que me parecen sugerentes. Esto a raíz de la reciente protesta realizada en Lima (#NiUnaMenos), donde miles de personas abarrotaron las calles para exigir al Poder Judicial que emita sentencias justas hacia las mujeres, quienes han venido recibiendo agresiones canallescas mientras que sus agresores han obtenido penas muy laxas en los procesos judiciales. Cabe preguntarse entonces: ¿desde cuándo la mujer viene siendo subyugada al hombre?

Mary Daly realiza un recorrido histórico por el acercamiento de la mujer a la divinidad, lo cual siempre fue visto con recelo por parte de los varones, pues ellos eran quienes definían el rol de la mujer en la sociedad que les tocaba vivir. Así por ejemplo, en la Biblia encontramos muchos pasajes donde la mujer queda relegada a una condición “miserable”: Gn 3, 16; Nm 30,4-17; 1 Tim 2:9-15; Ef 5, 22-24; 1 Co 11,3-16. Con relación a los textos citados, es necesario considerar que los redactores de las Sagradas Escrituras fueron hombres de su tiempo, inspirados por Dios pero impregnados de humanidad y de los prejuicios de su época.

Así, tenemos que en los relatos del Génesis la mujer aparece como la creatura que salió de la costilla del varón, a quien tentó con el fruto prohibido. Estos relatos, según Daly, han repercutido nefastamente en la imagen de la mujer; pese a que el mismo libro del Génesis menciona que el hombre y la mujer fueron hechos a imagen y semejanza de Dios, poseen la misma naturaleza y dignidad, y tienen la misión de poblar y gobernar la tierra (Gn 1, 27-28).

Por otro lado, en el Nuevo Testamento encontramos a Jesús, quien siempre anduvo a contracorriente. Para él, la vida y la dignidad humana preceden a la ley impuesta por los hombres. Jesús siempre estuvo del lado de los marginados y nunca temió acercarse al leproso, al ciego o al paralítico. Con las mujeres tuvo una relación respetuosa, acogedora y liberadora; basta recordar sus encuentros con la mujer samaritana, quien imploraba por agua de vida eterna (Jn 4, 15); con la mujer adúltera, a quien no juzgó (Jn 7, 10-11); o con la prostituta que ungió sus pies con perfume (Lc 7, 37-38). Asimismo, los evangelios señalan la cercana amistad que Jesús tuvo con Marta, María y María de Magdala, esta última testigo de su crucifixión y resurrección.

Según Daly, en el periodo patrístico se hace evidente el problema del cristianismo con las mujeres. La teóloga hace referencia a algunos padres de la iglesia: San Jerónimo, San Ambrosio y San Agustín, quienes relacionaban lo femenino con la debilidad, la superficialidad, la volubilidad, la charlatanería, la inestabilidad mental y el letargo para el aprendizaje. Así, las mujeres eran consideradas como seres cuasi humanos. Algo que llama la atención es que durante el concilio de Efeso (431 d.C) la figura inmaculada de María es elevada hasta los altares al ser reconocida como Madre de Dios. Sin desmerecer la venerable importancia que tuvo en la vida de Jesús, Daly sugiere que quizás esto se dio para compensar la imagen venida a menos que se tenía de la mujer. Por otro lado, durante el periodo escolástico, la autora resalta la figura de Santo Tomas, quien vinculó el pensamiento de Aristóteles con el cristianismo, y dio un paso adelante al afirmar que la posesión del alma intelectual es natural y esencial para ambos sexos.

La exclusión de las mujeres de las órdenes sagradas (diaconado, sacerdocio y episcopado) se sostiene sobre el hecho de que un sacramento es un signo y que en la mujer ningún grado de distinción tiene significado, debido a su estado de sumisión. Sobre ello, Daly resalta la presencia de algunas hermanas religiosas que tuvieron cierta notoriedad e incluso poder de jurisdicción. Menciona a las santas: Cecilia, Catalina de Siena y Teresa de Ávila. Ésta última fue quien en sus ansias por aprender más acerca de Dios y predicar, se da cuenta de la injusticia a la que estaban sometidas las mujeres, pues estaban condenadas a la ignorancia de no poder aprender a leer y escribir. Si bien es cierto el concilio de Trento (1545-1563) emitió decretos para que todas las religiosas aceptaran los votos solemnes de claustro, existió un grupo de valientes religiosas que se esforzaron por romper con la injusticia impuesta. Entre ellas están Ángela Merici, fundadora de las Ursulinas, y Mary Ward, fundadora de las “damas inglesas”, quien luchó por que las mujeres pudieran usar sus mejores talentos al servicio de la Iglesia.

Durante la Ilustración (S. XVIII), el ser humano se hace consciente de que tales diferencias entre hombres y mujeres, pregonadas desde la antigüedad, no son ciertas. La mujer va descubriendo que es por medio de la educación que tal brecha desaparece y que ello le permite salir de la ceguera en la cual estaba inmersa. Otro acontecimiento importante para la reivindicación de la mujer fue la revolución industrial (S. XIX), y, décadas después, las huelgas y marchas donde las mujeres exigen igualdad de derechos. En este sentido, destacan las camiseras de Nueva York en 1909, o todos los cambios sociales que se dieron a partir del mayo francés del 68. Es preciso señalar que en la década del 60 se desarrolla otro suceso importante dentro de la Iglesia, se da el concilio Vaticano II, cuando Juan XXIII pide abrir las ventanas de la Iglesia, y en cuya clausura del 8 de diciembre de 1965 Paulo VI afirma: “Mujeres del universo todo, cristianas o no creyentes, a quienes les está confiada la vida en este momento tan grave de la historia, a vosotras toca salvar la paz del mundo.”

Hoy en día la teología conservadora sigue utilizando al matrimonio para justificar la sumisión de la mujer, reduciendo su trabajo a lo doméstico, resaltando únicamente la función reproductora y su rol como “alma de la casa”. De allí que Daly postule que toda mujer está destinada a ser madre, madre en el sentido físico de la palabra o en el sentido más espiritual y elevado, pero no menos real.

Finalmente, durante los últimos años, la mujer ha venido tomando mayor protagonismo en la sociedad, desempeñando cargos importantes que eran considerados solo para varones. Lamentablemente, la mujer aún no tiene un rol protagónico dentro de la jerarquía eclesial. En ese sentido, resultan esperanzadoras las últimas declaraciones del Papa Francisco acerca de la posibilidad de que las mujeres ingresen al orden del diaconado, pues considero que se haría justicia con muchas mujeres que se entregan a diario, amando y sirviendo al prójimo. Mujeres religiosas y laicas en las cárceles, hospitales, albergues para niños abandonados, asilos para ancianos olvidados, mujeres trabajando en las fronteras, alejadas del confort de la ciudad y viviendo con lo mínimo necesario para poder seguir exhalando vida a su alrededor. Mujeres como Teresa de Calcuta, que entregó todo por los más pobres entre los pobres y quien hoy, merecidamente, está en los altares.

Referencia
Ress, M. (1994) Del Cielo a la Tierra: Una antología a la teología feminista. Santiago de Chile: Sello Azul, Editorial de Mujeres.

Enrique Loyola

Enrique Loyola Echeverría, SJ
Estudiante de Filosofía de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
Integra el equipo de Pastoral Penitenciaria del penal Castro Castro.