Algunas claves de lectura

Una pregunta que no deja de ser un reto para la comunidad católica mundial es la interrogante por la pérdida del sentido religioso en mucha gente, en el anterior y en el presente siglo. ¿Qué es lo que está ocurriendo?


Diversas respuestas pueden ser planteadas desde diferentes miradas. Por un lado, están las que explican esta problemática apelando a la negatividad de la cultura (o culturas) globalizada. Tal mirada resalta la pérdida de sentido como un extremo relativismo que no mide las consecuencias de sus acciones, ni se sabe ubicar frente a una humanidad que rebasa las exigencias éticas, que parecieran quedarse en el ámbito del individuo y su mero “capricho”. Por otro lado, miradas más positivas buscan afirmar la modernidad, perdiendo el sentido de crítica que toda religión debe tener. Además, la simple aceptación de aquello que la modernidad trae a nuestras vidas no resuelve el problema de cómo hablar acerca de Dios en nuestros días. Muchas veces, esta perspectiva tiene que callar ante preguntas como “¿por qué creer en Dios?”, o recurrir a respuestas que niegan la total afirmación de la modernidad precedente y que no pueden articularse correctamente entre sí. De esta manera, la afirmación total de la modernidad queda bicefálicamente separada de la creencia personal en Dios, dejado solo para el ámbito privado.

Ante tales extremos, no pretendemos desconocer las posiciones intermedias. Por el contrario, deseamos proponer una perspectiva intermedia que pueda dar luces acerca de cómo acercarse a la supuesta increencia actual, a la vez de dar elementos que respondan al querer hablar de Dios hoy.

Cuando volvemos los ojos hacia momentos en la historia del mundo cristiano en los que la religión mantuvo una posición inminente o, incluso, si miramos los momentos de otras culturas y religiones, en los que estas últimas se hallaban en el centro de la vida humana, observamos que las preguntas y retos que estas religiones (incluyendo la cristiana) planteaban eran fundamentales para la propia autocompresión de las personas y las impulsaban a buscar soluciones a través de la esfera religiosa. Por lo tanto, en el marco de sentido de tales culturas, la religión, vinculada al tema de lo trascendente, podía articularse en lo cotidiano de alguna manera sustancial. El marco de sentido, el “gran relato” (como le llaman los autores posmodernos), era clave para articular el día a día (inmanente) con lo trascendente. Por ello, la religión era parte de las preocupaciones de la gente común.

Hoy en día, en el mundo de la modernidad, este “gran relato” que da sentido al ser humano, es denunciado como inexistente. Una suerte de relativismo extremo, mezclado con ingredientes de individualismo e instrumentalismo de la vida, urge al ser humano, supuestamente, a buscar las respuestas a su vida no en un relato trascendental, sino en opciones fugaces y concretas no articuladas entre sí por la vía de un sentido trascendental. Cuando Alasdair MacIntyre, por ejemplo, analiza la situación de la modernidad, denuncia la imposibilidad de construir siquiera una ética que nos permita ponernos de acuerdo, por faltarle especialmente un “fin” (el telos griego) al ser humano. Este fin está frontalmente relacionado con un marco de sentido para la vida de los seres humanos. La razón instrumental (o procedimental) o el emotivismo puro (la orientación ética puramente anímica e individual sin pretensiones demostrativas que escapen a lo solo persuasivo) no permiten, para el citado autor escocés, vivir éticamente de manera plena.

Esta relación entre ética y el marco de sentido dado por el telos, relacionado, en cierta manera con la trascendencia, creemos que guarda dentro de sí la clave para responder a la pregunta planteada al inicio. Ello porque si la religión, como marco de sentido, no se articula en una ética que llegue al comportamiento cotidiano de las personas, entonces perderá toda su importancia en la sociedad. En el corazón de este asunto radica la posibilidad de vincular lo que los jesuitas hemos llamado “fe” y “justicia”, en cuanto religión y ética, inmanencia y trascendencia.

La solución que proponemos, de modo somero, no se sitúa dentro del pesimismo con que MacIntyre plantea las cosas. En contraste con él, Charles Taylor, filósofo canadiense, cree que sí hay un marco de sentido para el mundo actual. No se trata de un marco que funcione a la perfección: su existencia no implica que no haya perversiones o degradaciones de sus fundamentos. Este marco es el de la autenticidad, basada en el reto que plantea la modernidad a todos las personas para ser fieles a sí mismas. Este reto de autenticidad, no obstante, no puede desligarse de las concepciones compartidas en la sociedad. La trivialidad de una decisión casual de un individuo no muestra el eje de acción que este podrá tener como “bueno” dentro de esta ética de la autenticidad. Su opción tendrá que considerar a su sociedad, buscando también los ideales de libertad y democracia que ésta plantea para el día de hoy. El relativismo puro, como tal, no existe ni se da realmente, pues la pretensión de la autenticidad de ser “ideal moral”1 no puede, por ser moral, quedarse solamente en el individuo, porque busca ser reconocido de alguna manera.


Desde este marco de sentido presentado por Taylor, la autenticidad, podríamos acercarnos al mundo de hoy y su trascendencia. Esta última radica en el mismo sujeto y, no obstante, le trasciende al mismo tiempo. La dualidad entre el individuo que quiere reconocimiento del resto y el individuo que busca ser auténtico plantea un marco de sentido y realización que trascienden al mismo sujeto: es su telos actual. No podemos, sin embargo, situar esta finalidad de manera extremadamente concreta (esta es tarea de cada uno). A la vez, tampoco constituye una abstracción pura, puesto que la sociedad en la que se da es una sociedad concreta donde el individuo vive.

Nos hallamos, pues, ante un cabo suelto: ¿qué relación puede haber entre la trascendencia religiosa y la trascendencia del marco de sentido de la cultura moderna si es que aceptamos la postura de Taylor? Usualmente, lo que muchas veces se ha intentado es simplemente obviar la trascendencia del hoy para plantear la del cristianismo o simplemente hacerlas compatibles entre sí. Sin embargo, en vez de preguntarnos por qué las preocupaciones de la gente2 no van hacia lo religioso, podríamos cambiar la perspectiva y preguntarnos porqué no encontramos la preocupación por la trascendencia cristiana en la misma trascendencia del marco de sentido actual.

Dios puede estar presente si es El quien mueve a la autenticidad de cada uno. En este sentido, para plantear así las cosas creemos que la espiritualidad ignaciana resulta ideal. No se trata solamente de la pertenencia a una comunidad eclesial, se trata de la posibilidad de nombrar un eje articulador de las acciones del ser humano moderno y de una preparación ante lo trascendente (Dios) que permita al sujeto decidir vivir su autenticidad a la luz de aquel innombrable, del inexplicable, del trascendente. Para ello, los ideales de la sociedad, de libertad e igualdad, no son más que una cara de la revelación de Dios al mundo de hoy.

Estas ideas podrían no parecer nuevas; pero su articulación en un marco metacristiano de sentido actual sí podría serlo. Concebidos como parte de una realización ética que comprende al ser humano y a la creación entera, encarnada en cada situación histórica, tal vez sigamos un largo camino hacia contemplar el mismo rostro de Dios en el mundo: auténtico, justo, equitativo, libre. Para ello, nunca hemos de cansarnos de leer los nuevos signos de sentido que van apareciendo, junto con los retos que nos lleven a salir incluso de nuestros marcos religiosos y nos lleven a entrar en el mundo siempre actual, nuestra casa también.

Jaime Hoefken Zink, S.J. (Lima). Tiene estudios de Física en la PUCP. Actualmente estudia filosofía en la Universidad Ruiz de Montoya.

1. Planteamiento de Taylor. Puede verse en su obra de divulgación La ética de la autenticidad.
2. Entiéndase, de la gente más imbuida en el mundo globalizado y moderno de hoy.

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