Con una gran sonrisa en los labios, hizo su ingreso en la ciudad montado sobre un asno. Todo el mundo celebraba su llegada. Parecía una verdadera fiesta. La gente lo saludaba con palmas de olivo en las manos. Y el brillo de su mirada iluminaba todo a su alrededor. Sin embargo era el inicio del fin. Después de algunos días cesaron las aclamaciones. Ya no habían cantos cuando él pasaba, al contrario miradas de sospecha y murmuraciones. Las autoridades estaban a su acecho. El era la presa que había que cazar. Tenía que pagar el precio de su audacia: haber criticado a quienes ostentan el poder político y religioso. Fue traicionado, humillado, insultado y torturado. Fue condenado a morir como un criminal. Sus amigos huyeron sin defenderlo. Con su muerte, todas las esperanzas que habían sido depositadas en él desaparecieron con él. Pero pasado un tiempo, tres de sus amigas fueron a visitar su tumba. De pronto se encuentran con alguien que les dice: “Por qué buscan a quien está vivo de entre los muertos”. Y cuál sería su sorpresa al descubrir que el cuerpo ya no estaba allí. Despertó del sueño de la muerte. El está vivo. La muerte no pudo con él.

Jesús resucitado danza con un angel. La alegría de la victoria de la vida sobre la muerte. Jesús danza, vive, deja que los demás entren en relación con él (foto: Dani Villanueva, SJ, portal del santuario mariano de Yaundé, Camerún).

Esta es la historia de un hombre llamado Jesús y de cómo fueron sus últimos días. Nadie sabe con exactitud qué pasó entre el momento de su muerte y el descubrimiento de la tumba vacía por sus amigos. Lo único que sabemos es lo que sus discípulos comenzaron a decir desde entonces, que Jesús había resucitado de entre los muertos, que él había vencido a la muerte, que Dios lo había resucitado. El mismo Jesús con quien ellos habían pasado tanto tiempo juntos, recorriendo Galilea, yendo a Jerusalén, ese Jesús al que escuchaban con tanta atención cuando les hablaba en parábolas, ese Jesús a quien habían llegado a considerar como el Mesías tanto tiempo esperado. El mismo Jesús al que vieron morir en la cruz. Ese Jesús que había osado llamar “Abba” a Dios, al parecer había sido escuchado en su oración por el mismísimo Dios, quien lo arrancó de las garras de la muerte para sentarlo a su lado.>>>

La resurrección marca así un momento clave en la historia de la humanidad, sobre todo para la civilización occidental. Y mucho se ha escrito al respecto. Sin embargo quizás la mejor manera de comprender lo que ocurrió es volver al texto bíblico, al relato que los discípulos hacen de lo que vivieron y tratar de entender estos relatos en el contexto de su tiempo. Como sabemos los Evangelios fueron escritos varios años después de la muerte de Jesús y a la luz de su resurrección. Por ello la importancia de este acontecimiento, porque es a partir de la resurrección que los discípulos se acercan de una nueva manera a Jesús. Aunque durante el tiempo compartido con él empezaron a sentir que él era el Mesías y que tenía una relación de particular intimidad con Dios, es a partir de la resurrección que se atreven a afirmar que Jesús es el Hijo de Dios, a quien Dios ha hecho Señor y ha puesto su nombre por encima de todo nombre en la tierra, como diría el apóstol Pablo.

Los teólogos católicos y protestantes han reflexionado mucho sobre la resurrección de Jesús, desde afirmaciones como las de Bultmann quien sostenía que Jesús sólo había resucitado en el “kerygma” de los apóstoles, en el anuncio de la Buena Nueva sin recurrir a la historicidad de este acontecimiento, hasta la postura de Pannenberg quien insiste en la historicidad de la resurrección. A los aportes de la historia se suman los aportes de la narración, el relato y la lingüística. La teología narrativa que se ha desarrollado en los últimos años, con figuras como Metz y Moingt, pone el acento justamente en el relato, en la importancia de volver al relato evangélico para tratar de entender desde el propio texto lo vivido por los discípulos, lo que nos puede permitir establecer una relación con el propio relato de nuestras vidas.


Victimae paschali laudes, alabanza a la víctima pascal, canto gregoriano, probablemente del siglo XI, es una de las secuencias medievales que se canta el domingo de Pascua.

Tres categorías que nos pueden ayudar a acercarnos a una renovada comprensión de los relatos de la resurrección de Jesús en los cuatro evangelios son: el vacío, el asombro y la relación. Los discípulos de Jesús viven la experiencia del vacío que representa la ausencia del cuerpo de Jesús en la tumba. Jesús no solo ha muerto en la cruz sino que además ha desaparecido y ello causa un profundo temor en los discípulos, en las mujeres que temen hablar al respecto, en los hombres que dudan de lo acontecido. Sin embargo el vacío experimentado por los discípulos se transforma en asombro. Según Lucas cuando Pedro ve la tumba vacía se va “sorprendido, asombrado”, ya no hay miedo, sino asombro, asombro frente a algo que se desconoce, pero que no asusta. Es la experiencia del asombro la que permite salir del vacío y abrirse a algo nuevo. Los discípulos se asombran, se dejan sorprender, están abiertos a lo que pueda suceder. Y es a partir de esta actitud que ellos pueden entrar en relación con Jesús resucitado, una relación que pasa por la palabra y por el cuerpo. Jesús se manifiesta delante de ellos, se les aparece en lugares llenos de recuerdos, durante la pesca, en la mesa al comer, en el camino. Y cuando se manifiesta delante de ellos, les habla, les desea la paz, les hace preguntas, les invita a comer. La palabra circula entre ellos. Y él se deja tocar, deja tocar sus heridas, aquellas que muestran su fragilidad, su humanidad herida, lo que permite que sea reconocido por los suyos. La relación que se había roto con su muerte, vuelve a establecerse, ahora con mucha más fuerza.

Esta ha sido la experiencia vivida por los discípulos de Jesús, por aquellos a quienes él llamaba amigos, ellos pasaron del vacío al asombro que les permitió entrar en relación con Jesús resucitado y a través de él con Dios. A la imagen de Dios trino que es relación, nosotros también estamos invitados a entrar en relación con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Pero para poder entrar en relación, una relación que pasa por la palabra que podemos dirigir a los demás y que podemos acoger de los otros, así como por nuestro cuerpo que se comunica, que expresa lo que vivimos en nuestro interior, debemos dejarnos asombrar por aquello que desconocemos. En un mundo en el que todo nos conlleva a tratar de controlar las cosas, de saberlo todo, de buscar explicaciones a todo, quizás podamos aceptar que hay cosas que se escapan de nuestro control, hay cosas que no podemos saber ni comprender del todo. Allí entra a tallar nuestra capacidad de asombro, de sorpresa ante la vida que se nos presenta por delante. Es el asombro en el que nos ayudará a salir del vacío en el que a veces están hundidas nuestras vidas, que viven por vivir, sin un verdadero sentido, sin palabras, sin compañía. Salir del vacío para entrar en la relación dejándonos asombrar por la vida.

Estas tres categorías que surgen de la lectura de los textos bíblicos y de la observación de nuestra realidad, nos pueden ayudar en este tiempo pascual a leer con otros ojos las narraciones del Evangelio, pueden permitir acercarnos a los relatos de la resurrección de Jesús, relatos que nos dicen lo que en su momento experimentaron los discípulos y que son al mismo tiempo una invitación a vivir la misma experiencia hoy en día, a dejarnos asombrar por el encuentro con Jesús resucitado.

Víctor Hugo Miranda, S.J.

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