La misión de la Iglesia deriva del espíritu misionero que Jesucristo impulsó

En el Perú el mes de octubre nos trae a la memoria una gran fiesta que rebasa el ámbito religioso como es la procesión del Señor de los Milagros. El mes que se viste de morado en el Perú entero y en el que las calles de Lima se ven invadidas de aromas que se remontan a la Lima colonial. Pero si eso ocurre en nuestro país, a nivel mundial la Iglesia Católica dedica el mes de octubre a las misiones, haciendo un llamado general para que toda la comunidad cristiana tome parte en esta misión universal con oración y compromisos concretos. Desde Belo Horizonte, Carlos Quintana, estudiante jesuita de teología profundiza en los textos bíblicos y en los documentos más recientes de la Iglesia de Latinoamérica que fundamentan esta iniciativa de la Iglesia. Para ello es importante recordar que toda la misión de la Iglesia deriva del espíritu misionero que Jesucristo impulsó.

Jesucristo como maestro misionero

Los Evangelios transmiten cómo Jesucristo fue desempeñando su misión. Precisamente en Lucas se encuentra el inicio de su misterio. Él narra que Jesús, estando en la sinagoga y después de la lectura de Isaías, dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para traer la Buena Noticia a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver. A restaurar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 4,16-23). Este texto no sólo transmite la autocomprensión de Jesús como cumplidor de la voluntad de Dios, sino también, en qué consiste su misión: anunciar la Buena Nueva a todas las personas, y, de modo especial, a los más necesitados.

Se sabe que Jesús no realiza la misión recibida del Padre solo, sino que la comparte con sus seguidores: a los doce los envía a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, ofreciendo gratis lo que ellos recibieron (Mt 10,1-13); a los setenta y dos discípulos los instruye para compartir la paz y anunciar que el Reino está cerca (Lc 10,1-12). Algo similar sucede después de su resurrección (Jn 20,19-23). Se trata de una movilización apasionada por la presencia de Dios entre ellos, que consecuentemente los conduce a una intensa labor misionera entre los necesitados de consuelo, de amor y de afecto. De ese modo, lo que ellos aprendieron de Jesús, lo transmitieron en su misión: Dios es el único Señor y se le debe amar con todo el corazón y el entendimiento.

Sin embargo, la enseñanza de Jesús abarca más, mostrándose más exigente. No sólo basta el amor a Dios, sino que ese amor debe pasar necesariamente por el amor y la solidaridad con el prójimo. Jesús afirma que el amor a Dios y la atención al prójimo, al hermano, al necesitado, se complementan. Marcos nos enseña que los miembros de la comunidad no solo deben creer, confiar y amar a Dios como único Señor, sino que también deben amar y servir al prójimo como a sí mismos, pues eso es mejor que todos los sacrificios ofrecidos (Mc 12,29-34). Es viviendo estas lecciones que los discípulos dieron testimonio de Cristo e hicieron presente el Reino de Dios. En otras palabras, es así que los seguidores pueden ser fieles a la misión del maestro Jesús, que busca cumplir en todo la voluntad de Dios desde la perspectiva del amor.


La Iglesia atualiza la misión de Jesucristo

Al recoger el testimonio de las primeras comunidades cristianas, la Iglesia enseña que todos los cristianos están llamados a demostrar el amor de Dios hacia todos los seres humanos. Los documentos de la Iglesia constantemente inculcan el servicio misionero de todos sus miembros. Precisamente, el documento de la Iglesia Latinoamericana de Aparecida se muestra inspirador a las comunidades, porque, además de recordar que la misión de la Iglesia está vinculada a la vida de Jesucristo – “La Iglesia peregrina es misionera por naturaleza, porque toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el diseño del Padre” (DA, 347) -, actualiza la misión eclesial para las comunidades cristianas en la lucha por la vida: “El proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre. Por eso, pide a sus discípulos: ‘¡Proclamen que está llegando el Reino de los cielos!’ (Mt 10, 7). Se trata del Reino de la vida. Porque la propuesta de Jesucristo a nuestros pueblos, el contenido fundamental de esta misión, es la oferta de una vida plena para todos. Por eso, la doctrina, las normas, las orientaciones éticas, y toda la actividad misionera de la Iglesia, debe dejar transparentar esta atractiva oferta de una vida más digna, en Cristo, para cada hombre y para cada mujer de América Latina y de El Caribe” (DA, 361).

Si los primeros destinatarios del Reino son los más necesitados, los que sufren, los pobres, los que viven relegados al margen de la sociedad del poder, de la ambición, del egoísmo, de la injusticia, siendo el amor de Dios no excluyente, entonces el Reino de Dios se extiende a toda la humanidad. Así también, la enseñanza de la Iglesia, inspirada por Jesucristo, enfatiza que el Reino de Dios está en la vida digna de todo ser humano. Esa fue la experiencia de las primeras comunidades en Jesucristo, experiencia desde la relación con Dios y desde el servicio solidario a partir del amor. Esa es también la experiencia de cientos de mujeres y hombres misioneros que han dejado sus proyectos personales para vivir comprometidos y apasionados por el anuncio del Reino de la vida y del amor en los diferentes lugares del mundo. Ellos son los portadores de la Buena Nueva para muchas personas deseosas de encontrar el consuelo en el Dios de la Vida.

La actualización de la misión de Jesucristo en la comunidad eclesial

Toda comunidad eclesial debe sentirse comprometida con la construcción del Reino de la vida siguiendo las enseñanzas misioneras del maestro Jesús, de los seguidores de las primeras comunidades cristianas y de los testimonios de tantos hombres y mujeres misioneros en el mundo. Sin embargo, para cumplir con su compromiso se debe reconocer la dinámica que se desarrolla en la sociedad de hoy. El cristiano se encuentra desafiado a ser testigo de la Buena Nueva del Reino en una sociedad pluralista, con un marcado interés en lo económico y en el bienestar personal y, sobre todo en una sociedad de tantas “ofertas religiosas”.


La tarea no es otra que proclamar el Evangelio en un mundo necesitado de una Palabra de vida. Palabra en concordancia con el espíritu misionero de Jesucristo que comparte su misión mostrando que Dios es Padre y que ama a todos, especialmente a los más necesitados y desfavorecidos de la sociedad. Es así que el cristiano debe hacer visible que el Hijo se encarnó en la historia de la humanidad para enseñar a amar y servir al prójimo. La Iglesia, como servidora del Reino de Dios, que comparte la misión común con Jesús, debe ser portadora de esperanza de vida para todas las personas desde el ejercicio del diálogo evangélico con la cultura. El cristiano misionero debe, entonces, sentirse llamado a actualizar el mensaje de Isaías en su sociedad, sabiendo que el agente principal de la misión es el propio Espíritu de Dios que anima el corazón de las personas.

Se debe tener en cuenta que el cristiano para que sea un verdadero misionero en su comunidad eclesial, primero debe ser testigo de la presencia amorosa de Dios en su vida. Reconociéndose evangelizado por Jesucristo, puede ser capaz de transmitir el mensaje de vida y de amor que ha recibido. Descubrir el amor lo lleva a ser consciente que la vida plena se puede lograr, precisamente, cuando el amor es compartido como don en comunidad. Es en la relación con el otro que el cristiano se descubre plenamente a sí mismo, no solo como fuente de vida, sino también, como un donante de esperanza y de amor. En otras palabras, se descubre misionero comprometido que comparte lo más humano de sí mismo con el hermano necesitado. Compartir con el otro y para el otro es el fermento de la comunidad cristiana. Es de esta manera que se va construyendo comunidad en contraposición al egoísmo individualista y competitivo que tanto mal hace a la sociedad.

Un cambio en la sociedad solamente será posible en la medida en que las personas sean conscientes de la necesidad de una vida más plena para todos, como una vez fueron conscientes las personas que escucharon a los discípulos de Jesucristo. La misión del anuncio de la Buena Nueva en el contexto social actual requiere que el cristiano crea en la acción del Espíritu de Dios (Mc 4,26-32), y en su llamado para servir. Ser misionero a menudo puede no ser una tarea fácil o sencilla, sin embargo, con la presencia de Dios y una actitud contemplativa en la vida diaria, el cristiano puede ir descubriendo los caminos por donde transitar en el cumplimiento de su misión. El discernimiento de la voluntad de Dios ilumina el camino por el cual el misionero va actualizando la misión de Jesús para su comunidad eclesial, misión que, como enseña la Iglesia, debe empeñarse en la proclamación de la vida digna y plena para todos. Es de esta manera que la comunidad eclesial además de participar de las actividades del mes misionero, participa en la misión de la Iglesia impulsada por el espíritu de Jesucristo.

Carlos Quintana, S.J. (Chiclayo). Licenciado en Microbiología. Estudia Teología en la FAJE de Belo Horizonte.

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