Por Matt Ippel, SJ | 5 min. aprox. |
Cuando era un niño (y para ser honesto, ¡hasta adolescente!) esperaba con emoción la celebración de la Pascua. Pero no en el sentido en que quizás están pensando. Esperaba con alguna inquietud el regreso a casa luego de visitar la iglesia el domingo de Pascua. Con mucha alegría y esperanza… para jugar en la parte posterior de mi casa a la búsqueda de huevitos de plástico llenos con monedas o chocolates. Mi hermana y yo salíamos de la casa con nuestras canastas, buscando estos huevitos hasta llegar a tener todos los que habían escondido mis papás. De ahí nos sentábamos en la sala para abrir los huevitos, descubriendo las monedas de 10 o 25 céntimos y los chocolates y dulces que llenaban los huevos huecos.

Durante buena parte de mi vida la Pascua ha tenido este énfasis más comercial (algo parecido a la Navidad), aun sabiendo y recordando la pasión, crucifixión y resurrección de Jesús. Colores brillantes de azul, amarillo y verde. El comienzo de la primavera en mi tierra. Unos días de descanso del colegio. Todo ello rodeaba este misterio pascual. Pero, ¿habrá algo más allá de los huevitos de chocolate, del inicio de nueva estación del año y unos días sin clases?

En un extremo tenemos esta comercialización excesiva y, por otro lado, una super-espiritualización. A veces puede ser que Semana Santa se convierte en un tiempo de mirarnos al ombligo, con mucho enfoque en el pecado personal y la penitencia necesaria para conducirnos más al ejemplo de Jesús. Eso es importante y es parte de la invitación de la cuaresma, y específicamente de la Semana Santa. Sin embargo, a menudo me quedo en lo mío y olvido el vía crucis que me rodea… los migrantes cruzando el Mar Mediterráneo o traspasando México mediante “la Bestia” para buscar una vida mejor; las y los hermanos peruanos que sufren por los huaicos y la irresponsabilidad de parte de nuestros gobiernos; las familias sirias tratando de evitar los bombardeos y ataques. Nos falta espacio para llenarlo con tantas nombres y rostros de personas que viven el vía crucis diariamente.


Semana Santa no es solo recordar el vía crucis de Jesús de Nazaret, quien caminó por esta tierra, nos abrió a otra manera de pensar, actuar, vivir y, en fin, fue asesinado por sus palabras y acciones proféticas, las cuales incomodaron a las élites políticas, económicas y religiosas. Semana Santa es también confrontarnos con la realidad de hoy, con las mujeres, los hombres, las y los niños y familias que son los crucificados de hoy. Los Jesús-es de hoy. Es confrontarnos con estas realidades y no huir. Es dejar del lado todo protagonismo y dejarnos llevar y conmover por las lágrimas, heridas y el dolor del otro. Es quedarnos en la presencia del otro, acompañándole en este camino de sufrimiento. Es sentir la impotencia frente a su sufrimiento, reconociendo nuestra culpabilidad y fallas personales y colectivas para que él esté ahí, es decir, asumiendo nuestro rol en la crucifixión de nuestros hermanos y hermanas inocentes. En los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, se nos invita, en la Tercera Semana, a considerar cómo la gloria de Dios se esconde en la pasión de Jesús. Es justamente la pasión de Jesús lo que nos permite entrar con más profundidad en “la procesión de la humanidad sufriente”[1], y es ahí donde encontramos al Dios escondido… en la humanidad que sufre, que experimenta el rechazo y la injusticia.

Sin embargo, sabemos como cristianos, por haber vivido la Semana Santa varias veces en nuestras vidas, que no termina con la muerte en la cruz. ¡Jesús resucita! Supera la muerte, el odio, el egoísmo, la violencia. Ahí está el comienzo de una nueva vida, una nueva creación. El Jesús resucitado nos abre a un nuevo mundo. Un mundo caracterizado por la esperanza y la consolación. Son los signos de la resurrección. Y los textos de la Pascua de los cuatro evangelios culminan en un mandamiento del Resucitado a los discípulos, a nosotras y nosotros (Mateo 28:19; Marcos 16:15; Lucas 24:47-48; Juan 20:21). La resurrección no es una emoción fuerte que se disipa en los siguientes días. No es un sin sentido. Es un compromiso, puesto que el Cristo resucitado nos encarga una misión: que la consolación y esperanza que experimentamos en el misterio pascual nos inspire, nos mueva a actuar, a ser misioneras y misioneras en la realización del Reino de Dios.

Mártires de la UCA


Compartí en otro artículo que mis experiencias en América Latina me han ayudado a confrontarme con la triste realidad de pobreza, desigualdad, violencia, sufrimiento e injusticia que rodea la complejidad de nuestra humanidad y mundo. La tercera semana de los Ejercicios, el vía crucis de Jesús y de los crucificados de hoy día, nos invitan a acercarnos a esta injusticia, al Jesús crucificado, donde Dios parece estar ausente o, mejor dicho, escondido. Pero la Tercera Semana no puede ser entendida en su totalidad sin la Cuarta Semana, así como la pasión y el asesinato de Jesús quedan incompletos sin la resurrección. Es justamente en la resurrección de Cristo cuando la gloria de Dios brilla allí donde estaba escondida. Y eso me lleva otra vez a las amigas y amigos que me enseñaron que es justamente en ellos y ellas, víctimas de la opresión, la violencia, la corrupción, el odio y la discriminación, donde está presente y vivo este Cristo resucitado. Se trata de compartir su esperanza y consolación, abriéndome a un nuevo mundo donde reine la solidaridad, la justicia, el amor compartido y la Vida misma.[2]

Disfrutamos los huevitos de chocolate, las flores brillantes de la primavera, la sensación de algo nuevo y distinto en el aire. Y en el fondo, en lo más profundo y real de este misterio pascual, nos encontramos una vez más con las víctimas, con los crucificados que gritan, piden y luchan por una humanidad más humana, justa y solidaria. Nos dejan un gran trabajo: amarnos unos a otros, confrontarnos con la realidad injusta y dejarnos conmover, desde las entrañas, para seguir luchando, animados por el Cristo crucificado y resucitado, este Dios “escondido-aún-manifestado entre las víctimas de hoy”[3], que nos manda a cada uno a participar y colaborar en su proyecto de la Vida.


Despiértanos, Dios de la Vida, de nuestra insensibilidad, de nuestro adormecimiento ante las muertes, violaciones, injusticias, violencias que caracterizan nuestras realidades. Despiértanos, Dios de la Vida, y ayúdanos a no huir de la incomodidad y confusión de tu rechazo, victimización y asesinato. Acompáñanos en este caminar del vía crucis de los crucificados de hoy. Ayúdanos a ser colaboradores y colaboradoras en tu misión de reconciliación, de consolación y de esperanza. El reto es grande pero vale la pena, como Tú, Jesús, nos lo has mostrado. No hay nada más grande que dar tu vida por tus amigos y amigas.


Matt Ippel, SJ

Estudiante de la Maestría en Filosofía – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
Apoya en la Promoción y Desarrollo Juvenil en Servicios Educativos El Agustino (SEA), El Agustino.

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[1] Dean Brackley, SJ. The Call to Discernment in Troubled Times: New Perspectives on the Transformative Wisdom of Ignatius of Loyola. The Crossroad Publishing Company: New York. p. 185.

[2] Dean Brackley, SJ. Su libro influyó mucho en mi pensar y reflexionar sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, y sobre cómo esto tiene que ver con nuestra realidad de hoy.

[3] Idem. p. 201.