A propósito de Sólo un sueño, de Sam Mendes

Hace algunas semanas se ha estrenado la última película de Sam Mendes, el mismo director de la célebre American Beauty que mostró hace una década, la cruda realidad “interna” del habitante promedio de la sociedad americana.

En Revolutionary Road (en Lima estrenada como Sólo un sueño) el “sueño americano” se escenifica como el gran engaño en el que viven las conciencias, condicionado por un sistema económico mecanicista, en el que la rutina impide toda búsqueda de horizontes que sea extranjera a ese mismo sistema. El guión está pensado para transmitirnos la frustración de los protagonistas de no llegar a realizar su “verdadero sueño”. April y Frank Wheeler (Kate Winslett y Leonardio di Caprio) son sin embargo la excepción en este mundo en el que el resto no tuvo el tiempo de escoger la vida soñada. El tiempo cumplido los llevó a vivir en la negación. Salimos de ver la película con el sentimiento de que haber sido enfrentados a una encrucijada: si no nos oponemos al sistema, en el momento menos pensado seremos engullidos por él.

A través de una puesta en escena impecable, -lo que le ha valido la nominación a la mejor dirección artística- somos llevados a sentir que los protagonistas son compelidos por algo más fuerte que ellos mismos y que los lleva a constatar que sus vidas son construidas sobre la base de una ausencia: la de sus respectivos deseos. Nunca llegan a tomar forma, sino que son manipulados por ese sistema que parece tener vida propia.

La trama puede resumirse en el desarraigo profundo que siente la joven pareja debido al monótono ritmo de una vida distanciada cada vez más del sueño inicial que los habría unido. En su lugar, viven en medio de un montaje de vida apacible, de color pastel –coadyuvado por la estética de los 50’s, que le ha valido también la nominación al mejor vestuario-, sostenida por una gran transnacional –la Knox Business Machine-. La voz de esa “conciencia subjetiva” la lidera April (Kate Winslett), quien insatisfecha con una vida de pueblo, caricaturizada desde la primera escena de la película, percibe que el problema radica en que ambos llevan una vida que ni siquiera habían imaginado llevar. Sus sueños habían terminado por ser guardados en un baúl y, lo peor, no se atrevían a abrirlo para enfrentar lo que realmente querían.

La reacción de April parece desmesurada, pero el director nos ha hecho llegar a ella con la suficiente convicción de que la propuesta de la joven esposa roza con lo descabellado, y a la vez parece abrirnos el espíritu a ese nuevo horizonte romántico que ella propone a su marido. El cambio de vida aparece así en escena y los Wheeler se ven embarcados como un par de adolescentes, a vivir “la vida loca” por unos días, ensoñados en un futuro de límites imprecisos. El desenlace puede llegar a parecernos previsible. Sin negar que Mendes encuentra el punto neurálgico del sistema de vida americano en ese síntoma esquizoide al que conduce el sistema de producción capitalista y su lógica consumista, quiero sin embargo plantear otras posibilidades de lectura.

Nadie puede ocultar que en el sistema de consumo existe de modo inherente un mecanicismo que nos puede hacer olvidar el “factor conciente” de nuestros planes de vida. En ese sentido creo que el film nos hace sentir –bajo la intención de subrayar la neurosis a que dicho sistema conduce- que el modo de vida rutinario y monótono de un empleado promedio (y aquí podemos dar el salto a otros escenarios culturales) es siempre ocasión de una frustración que no quiere (¿no puede?) verse cara a cara, pues los mecanismos de auto-negación serán siempre más poderosos que toda mirada crítica. Por aquello de sobrevivir, o de “llevar la fiesta en paz”, a fin de cuentas.

La película nos conduce así a pensar que la aparente monotonía de una vida rutinaria es malsana. Que aquello que soñamos en nuestra primera juventud, por no haberse realizado, nos hace hombres y mujeres frustrado/as. Desde esta perspectiva –me pregunto si no será acaso una versión reloaded de los “triunfadores” al más puro estilo americano?- el sueño adolescente, impreciso aunque sazonado de adrenalina, termina por situarse como un “horizonte” ejemplar. Si ese sueño no se realiza, siempre cargaremos la frustración. Y obviamente, seremos individuos manipulados por el sistema de la misma manera en que lo son las chapas de Coca-Cola, sin otro destino que encajar a la fuerza en el pico de la botella.

Me resisto a creer que miles de individuos vivan vidas mediocres por el sólo hecho de no poder haber “realizado” sus sueños adolescentes. No siempre la vida que llevamos se corresponde con nuestros sueños del pasado. Creo que parte de la responsabilidad de la existencia es poder abrirnos un horizonte de realización dentro de los mundos que hemos ido construyendo y que la mayoría de veces, toman caminos insospechados. El sueño de Frank Wheeler (di Caprio) era claramente eso, sólo un sueño.

Creo que el guión de Sam Mendes termina por ver la realidad del sistema de vida burgués de modo maniqueo. En consecuencia, la tentación a que ello conduce es la de pensar que el espacio en el que vivimos siempre será un universo de insatisfacción si nunca nos hemos confrontado con él. Obviamente ello sucede en aquellas existencias en que los individuos pueden ser capaces de elegir. Sin embargo, bien sabemos que la mayor parte de habitantes de este planeta, no tienen esa libertad de elección. Por ello Revolutionary Road plantea la neurosis que habita al sujeto de clase media de la sociedad globalizada, y no sólo el de la sociedad americana.

El escenario espiritual de esta película es el de esa “clase media” de occidente, amenazada por la tentación de una insatisfacción cuyas razones terminan por ser imprecisas. April y Frank representan ese individuo de la postmodernidad, torturado por la fantasía de una “vida mejor”, que no se da cuenta de que la vida que llevan tiene ya las condiciones para una vida feliz. No por ello dejo de preguntarme luego de ver este film ¿acaso es imposible vivir la autenticidad dentro de un sistema de vida burgués? ¿Todo aquel que vive en él está condenado a ser un autómata y a ser manipulado, sin capacidad de reacción?

Dentro de esta insatisfacción crónica, agudizada por un sistema mecanicista, algunos caen en la tentación de la acumulación para satisfacer un goce que es quizá imposible de llevar a su plenitud. En ese preciso instante, caen en los engranajes de esa “mano invisible” que termina por manipularlos y hacer de ellos autómatas sin voluntad. Otros, como April Wheeler caen víctimas de la fantasía de su imaginación que se ha quedado anclada en un “más allá” (en el pasado y en el futuro) sin poder ver su momento presente. No entienden el porqué de su desazón -tan burgués en su origen, además: no en vano los cuadros depresivos se presentan mayoritariamente en las clases medias.

Revolutionary Road nos presenta así el drama espiritual de las clases medias de nuestro siglo. Hace algunos días, alguien me preguntaba: ¿antes de que hubiese los antidepresivos, existía la depresión? No he sabido qué responder. Tengo la impresión de que no. Creo que esa insatisfacción que se vuelve neurosis es algo que en efecto, es resultado del sistema en que vivimos. Pero creo también que sucede porque el narcisismo moderno se ha colocado en el centro de las expectativas existenciales, con un marcado olvido por el otro. El horizonte del deseo termina absorbido por esas pseudo-búsquedas de paraísos artificiales y que no tienen mayor consistencia que un placer egocéntrico a la vez que efímero.

Por ello me temo que el horizonte planteado por este tipo de películas, resulte un tanto simplista, olvidando que el ser de lo humano vive y se proyecta en una dimensión social. Por último podemos preguntarnos si no es a fin de cuentas cierto que toda opción y elección de vida implica una ineludible renuncia. Es lo que la pareja de vecinos de los Wheeler -estereotipados en la película como los “autómatas” clásicos- han debido hacer. No se preguntan si hicieron bien o no en su elección; están ya en la vida asumiendo a la vez la responsabilidad de llevar adelante una familia. ¿Son frustrados porque renunciaron a sus sueños del pasado? Todo depende de la lectura de vida que uno haga a través de los años. La renuncia a los sueños del pasado sólo tiene sentido cuando observamos que vamos labrando nuestros destinos ya no sólo en función de deseos individualistas, sino descentrándonos por la convicción de la presencia de los demás como algo esencial para mi propia existencia. Leído de esta forma, me temo que Revolutionary Road (o Sólo un sueño) me deja nuevamente convencido de que el ímpetu revolucionario no tiene mayor sentido si no se desbroza la maleza de ensoñación primero para que, limpio el camino de los espejismos utópicos o ucrónicos, nos percatemos de que ningún cambio puede darse sino se agudiza la mirada enfocándola hacia un auténtico anclaje en el principio de realidad.

April Wheeler en su desesperación, escenifica la angustia del ego narcisista romántico-burgués y moderno, que no puede aceptar que la felicidad no es sólo un pathos, sino una construcción social cuyo auténtica resonancia sólo puede ser vivida a partir de la salida de sí y de los caprichos de un ego disfrazado de sueño idealista.

Juan Dejo Bendezú, S.J. (Lima). Historiador. Candidato al doctorado en Historia de la Espiritualidad en el Centro Sèvres de Paris.


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