Diciembre es un mes diferente. Se va cerrando el semestre académico, el año escolar, las facturaciones de empresas, los balances de los negocios, etc. Es un tiempo donde no solo lo material, sino lo anímico juega un papel importante. Es un mes que se termina cansado. Sin embargo, para los cristianos es un mes especial. Aquí recordamos y celebramos la llegada del Salvador, la “incursión de Dios en la historia”. Este hecho, a pesar de recordarlo en el último mes del año, también nos permite reflexionar sobre lo que significa y nos puede decir a nuestra propia vida como personas y como colectivo.>>

La clave de lectura que podemos proponer en este mes es la generosidad. Frente al cansancio físico y emocional propio de diciembre, vale resaltar la cantidad y la calidad de actividades que giran en torno a la generosidad. Las famosas campañas navideñas de grupos, instituciones y personas son un signo de que existe en la compleja condición humana una dimensión que reconoce al otro como igual. Esa ha sido la imagen que predomina en este tiempo: familiaridad y unidad – que los medios de comunicación y campañas publicitarias saben explotar muy bien. La generosidad es una actitud que nos puede dar un nuevo aire y un nuevo impulso para mirar el futuro con esperanza, cerrar el año con paz y abrirnos a un nuevo año con expectativa.

Contra lo que la mayoría piensa, preocuparse por los otros es también una forma de ser feliz. A mi parecer, esa es una de las mayores lecciones del nacimiento de Jesús. Dios ha sido generoso con su creación, y sigue siendo generoso. La donación de Dios tiene nombre propio: Jesús. Y la donación de una mujer cambió el rumbo de la historia: María con su Sí. Es por ello que en Navidad celebramos la venida del Salvador. La generosidad es salvación y la salvación es donación.

¿Dónde, cómo y por qué ser generosos hoy? La realidad habla por sí misma y existen cantidad de manifestaciones del mundo donde la actitud de la generosidad lidia con el imperativo de serlo. La crisis mundial, la desigualdad abismal entre países y regiones, el daño irreversible al medio ambiente – y una ONU que reúne al mundo entero para tratar de salvarlo en pocos días -, la indigencia del hombre, la pobreza de los niños, la indiferencia de los jóvenes, la incredulidad de los adultos y un largo etcétera. Existen espacios que claman generosidad y es posible reconocer que existe también un grupo humano concreto capaz de escuchar esos gritos. Los jóvenes, sinónimo de aventura, riesgo y sueños, son también sinónimo de generosidad y donación. Ellos se arriesgan a comprometerse con pequeños o grandes proyectos, que repercuten en sus propias vidas como formación para el futuro, o repercuten en la sociedad como signos del cambio social deseado y posible. La juventud es donación. Jesús en sus cortos treinta y tres años y María en su sencillez y juventud, nos confirman esta afirmación. Aprovechemos estos años y estos espacios que Dios nos dona. Años de juventud y espacios de rostros humanos.

Hagamos de la generosidad un camino que una humanidad y divinidad, ya que Dios no renuncia a hacer del mundo un espacio de dignidad y progreso. “El Señor ha estado grande con nosotros, y estemos alegres” (Sl. 125)

Juan Bytton, S.J. (Lima). Licenciado en Economía por la PUCP. Hace el Magisterio en la Pastoral Juvenil y la Promoción Vocacional.

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