El gobierno actual del Perú ha rechazado la iniciativa alemana para crear un museo de la memoria. Lo más probable es que las razones de esta negativa sean políticas y, si bien es cierto, hace falta hacer un análisis político con el fin de desentrañar las motivaciones que podrían estar detrás, prefiero suscribir los análisis que otros entendidos en el asunto han hecho y ofrecer más bien una aproximación teológica.

Los hechos históricos no son siempre, pura y simplemente, “hechos”. Y, tal vez por eso, siempre es posible objetarlos, ignorarlos, negarlos o querer olvidarlos. Podría decirse que los hechos de la historia cargan una fragilidad que consiste en que siempre son interpretados. Incluso cuando relato un hecho, acentúo esto o aquello según mi estado, según mis interlocutores y según el tipo de relación que quiero establecer entre mi mismo, el hecho y quienes oyen. Los hechos no son simplemente “hechos” porque están siempre en relación a la narración y la narración nos incluye a todos en su movimiento.

Pero tomemos una narración conocida. Jesús es un personaje de la historia, y la religión cristiana existe no sólo como conjunto de prácticas litúrgicas o de devoción, sino, sobre todo, como memoria del hecho Jesucristo. En la teología política se habla desde hace algunas décadas de la “memoria peligrosa” de Jesús porque al recordar la pasión y la resurrección de Jesús, ésta cuestiona – como lo hizo en su época – los sistemas humanos que albergan la perversión. Dicha memoria crea una identidad cristiana e inspira un actuar cristiano en el mundo. El cristianismo cuenta y recuerda una historia que está en relación con nosotros. Al hacerlo interpela las identidades – individuales o colectivas – en vista de una liberación y de la salvación.


Ahora bien, precisamente porque el hecho de Jesucristo se nos presenta, se nos da con su fragilidad, lo que hace la religión es ofrecer un testimonio. El cristianismo, que habla de Jesús, el Cristo, es testimonio y en consecuencia agrupa a un conjunto de testigos. La verdad pasa y se comunica a través del testigo. El testigo recuerda y, al hacerlo, comunica un sentido vital que inspira toda la historia. No en vano, san Juan, al final de su Evangelio, dice: “Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas; y sabemos que su testimonio es verdadero” (21,24).

¿Qué ha permitido la continuidad de este testimonio? Ha permitido modificar la sensibilidad de un grupo humano para vigilar la historia, para hacer que ella reúna todas las condiciones para transcender. El cristiano se dice testigo del reino porque al reconocerse en una historia única se proyecta hacia el futuro. Su compromiso con el testimonio lo hace sensible a la historia actual.

Si todo museo, a través de los objetos que reúne, está llamado a reconstruir nuestra historia, un museo de la memoria sería la mejor manera de testimoniar que nuestra historia ha conocido el sufrimiento y que hemos decidido hacer de esta tragedia un acicate para rehacernos. A lo largo de los años, este museo sería un testimonio para evitar la fragmentación de nuestra identidad: transformaremos la sensibilidad del peruano, lo haremos mejor, lo haremos más consciente y habremos suscitado en él que el deseo de avanzar como colectividad sea más grande. La identidad se encuentra en el acto de la memoria, pero además la memoria es la condición de toda redención porque toda redención echa sus raíces en la historia.

Rafael Fernández Hart, S.J. (Lima). Filósofo. Candidato al doctorado en Filosofía en el Centro Sèvres de Paris.


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