Por: Sebastián Zúñiga, SJ | Aprox 5 min. de lectura.

Día a día decimos cientos de palabras ya sea de forma oral en nuestro trabajo o centro de estudios, o de forma escrita a través de mensajes de texto y redes sociales. Conocemos el significado de casi todas las palabras que manejamos, pero hay algunas palabras cuyo significado solo creemos conocerlo, una de ellas es la palabra “vocación” palabra frecuentemente mal interpretada en la sociedad actual. Mucha gente cree que “vocación” únicamente tiene que ver con la vida consagrada. También se ha conservado la idea que afirma que la vocación es algo ya predestinado. Se ignora que es un llamado a ser feliz.

Cuando escuchamos la palabra “vocación” lo primero que se nos viene a la mente es la vida religiosa. Si nos invitan a una charla sobre este tema seguro pensaremos que es una promoción para entrar a un seminario, incluso en algunos diccionarios la primera definición está vinculada a la vida consagrada. Sin embargo, la vocación es ante todo un llamado, un llamado a hacer algo… Y a hacerlo bien. Si tenemos que hacer algo bien, eso nos va a exigir pasión, y esa pasión supone amor, pues como dice una oración del Padre Pedro Arrupe SJ: “Determinará lo que te haga levantar por la mañana…”. Entonces una definición sencilla de “vocación” podría ser: un llamado a hacer algo con amor. Todos tenemos la capacidad de amar, así que esta invitación no es solo para los religiosos, sino para todos. La vocación no solo comprende el celibato, la consagración y el matrimonio como tales, sino también diversas “subvocaciones” o pequeños caminos que les dan sentido y dirección al camino por el que estemos optando.

La “vocación” se puede entender como: destino exclusivo, plan vital, programa vital, programa de existencia, yo irrevocable, etc. lo cual genera la idea de que nuestra vida es un guión que tenemos que cumplir. Es cierto que cada uno “nació para algo” –pues tenemos dones, aptitudes y talentos-, pero debemos saber que ese “algo” no debe ser impuesto por nuestra familia ni tampoco por la sociedad. Nos hemos vuelto tan complacientes que vestimos de cierta manera para impresionar, escuchamos algún tipo de música para ser aceptados y, estudiamos “A” o “B” carrera para ser elogiados. A veces parece que nuestro verdadero destino fuera complacer al resto, y entonces percibimos la vocación como algo que hay que tomarlo obligatoriamente, nos olvidamos de nosotros por satisfacer a quienes nos rodean. Es verdad que por nuestras actitudes y aptitudes estamos invitados a algo, pero esto debe venir desde nosotros mismos y no desde afuera.

¿Cómo descubrir mi vocación? ¿Cómo puedo dar con ella? Una pista es la felicidad; qué tan felices somos haciendo lo que hacemos nos indicará si hemos acertado o no con nuestra vocación. En muchas ocasiones la gente piensa que “vocación” y “felicidad” no se relacionan para nada, y qué otra cosa se podría esperar si a muchos les han dicho “tú debes ser médico” o “tienes que ser ingeniero”, y éstos no han seguido lo que en verdad querían. Como hemos visto, la palabra vocación significa llamado a hacer algo con amor, pero se podría decir que también es un llamado a la felicidad, a la verdadera felicidad, no a aquella débil y momentánea que nos puede ofrecer cualquier cosa, sino esa que marcará nuestra vida. Aquí es importante aclarar lo que significa el éxito, porque en ocasiones se lo vincula con ser alguien famoso, ser un millonario, ser presidente de una compañía o ganar un premio Nobel. Sin embargo ¿quién determina lo que en realidad es el éxito? ¿Nuestra sociedad y sus normas de funcionamiento? En realidad, somos personas con éxito cuando estamos despiertos a la realidad; tenemos éxito cuando sabemos que nuestra felicidad no depende de un cargo importante o de una gran suma de dinero en el banco. A esa felicidad estamos llamados, a ella nos está invitando la vocación de cada uno.

Por lo tanto, la vocación no es para una selecta minoría como usualmente se cree; quien la “predestina” somos nosotros mismos, nadie más. Y ya que es algo que supone pasión, amor y felicidad, no podemos dudar que viene de Dios, Él nos hace este regalo día a día, depende de nosotros contestar a esta invitación

 

Sebastián Zúñiga Acurio, SJ
Estudiante de Humanidades – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.
Colabora en la pastoral juvenil de la parroquia Nuestra Señora de Fátima.