Laicos llamados a vivir bienaventurados

7 diciembre 2019

Por Renato Argüello, SJ | Aprox. 5 min. de lectura.

Para comenzar este planteamiento es necesario recordar lo que entiende por laico la Constitución dogmática Lumen Gentium: “Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos”. (Conc. Vaticano II, Const. dogm. Lumen Gentium, 31, “AAS” 57 (1965) 37-38).

Ahora, mirando cómo las bienaventuranzas son una realidad en la vida de Jesús, los laicos pueden vivirlas en el mundo actual, donde los conceptos de felicidad, éxito y gozo toman matices cada vez más ajenos a la verdadera necesidad del hombre. Por eso es difícil satisfacer el ansia de felicidad que tenemos, porque la estamos buscando por el camino del consumo, la diversión, la ganancia económica desmedida, la eterna juventud, etc.

LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD

Con este planteamiento no pretendo definir la palabra “felicidad” ni hacer una recopilación de conceptos sobre ella; hay mucho material al respecto, por lo tanto, este tema ocupa un lugar esencial en el devenir de la historia del hombre y de la sociedad[1].

En esta época post-moderna, los medios de comunicación nos transmiten y nos quieren   convencer, de que la felicidad está determinada por lo que consumimos y poseemos, su cantidad y su calidad; por lo que estudiamos, dónde lo hacemos y hasta qué nivel; por lo bien que nos vemos y nos ven los demás, aún a costa de cambiar totalmente nuestra apariencia mediante cirugías, implantes u otros métodos; por el grado de satisfacción, bienestar, diversión y éxito social que alcancemos. Propaganda que va introduciéndose en nuestro interior y que va influyendo en nuestra libertad y voluntad, haciendo muy difícil reconocer lo que es innecesario de aquello que en verdad nos conviene para crecer y desarrollarnos como personas.

La gente, en el transcurso de su vida, va ensayando diversas fórmulas para ser feliz. Los cristianos, que sabemos que Jesucristo tiene la respuesta, hemos recibido de él muchos consejos, enseñanzas y, especialmente, su testimonio de vida. La manera de ser feliz de Jesús nos ha sido transmitida en los evangelios, a ellos debemos remitirnos para buscar la felicidad, pues han sido escritos para que comprendamos con certeza (Lc 1, 4).   

   

LA INTERPRETACIÓN DE LAS BIENAVENTURANZAS

Jesús nos da un programa de vida y nos dice que el que quiera ver el Reino de Dios tendrá que “nacer de nuevo” (Jn 3,3). Eso podría significar, aparte de la necesaria conversión a Dios, estar dispuesto a dejarse renovar y recrear por su palabra en cada etapa y situación personal, así como en cada período de la historia humana.

Así, las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección. Una mala interpretación de estas, nos puede llevar a distorsionar y alienar el mensaje de Jesús hasta hacerlo totalmente opuesto a lo que él pretendía al comunicarlo. Corremos este peligro cada vez que olvidamos que Dios envió a su Único Hijo a este mundo, para redimir y salvar.  (Lc 4,18).

Mirando el caos de nuestro mundo podríamos preguntarnos: ¿Dónde está Dios que permite tanta maldad, pobreza y sufrimiento? ¿o somos nosotros, los cristianos, los que estamos distorsionando el sentido de las bienaventuranzas? Obviamente, Dios que es todo amor no puede ser el origen de ello; somos nosotros, herederos de Adán, los que no llegamos a ver claramente nuestro origen ni nuestro destino[2]. Este ver difuso puede hacer que nos confundamos y equivoquemos al entender las bienaventuranzas, pudiendo llegar a creer que su contenido es de exclusiva responsabilidad divina y, en el sentido opuesto, negando su validez como generadoras de esperanza.

Aplicarlas es una tarea personal y comunitaria. Significa buscar la coherencia con Cristo en la propia vida y en las instituciones de nuestra sociedad. Pero, no sólo es esfuerzo, trabajo, acción, sino que es, principalmente, continuar la misión de Jesús.

SER FELIZ AQUÍ Y AHORA

La búsqueda de felicidad en la que todos estamos embarcados, tiene sólo un camino para los cristianos: Cristo. Él ha comprobado con su vida que las bienaventuranzas son “el modo” de ser feliz. Resumiéndose  en el nuevo mandamiento: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo[3]. Es un solo mandamiento, pues no se puede amar a Dios sin amar al prójimo y, por otro lado, al amar al prójimo se está amando, aunque no se sepa, a su Dios y creador. Esta oferta de Jesús está dirigida a todos los hombres, pues todos tenemos la posibilidad de hacerla propia. 

En este mismo sentido, encontramos la propuesta del P. Federico Carrasquilla M. para enfrentar la creciente desigualdad entre los hombres. Él propone que repartamos la pobreza y no la riqueza que es lo que persigue el libre mercado, desde un proyecto social basado en la solidaridad y fraternidad, pues considera que la brecha entre pobres y ricos es cada vez mayor, a pesar de todos los esfuerzos de inclusión de los últimos en el mercado. “El ideal es que a partir de los valores del pobre se realice un nuevo proyecto de sociedad, de tal manera que se reparta la pobreza y no la riqueza, porque repartir la riqueza siempre ha sido un imposible y aunque no parezca lógico, es más factible adoptar una forma de vida frugal y sencilla para todos, que aspirar a que todos seamos ricos”[4].

Igualmente, la enseñanza de Jesús nos posibilita a ser felices aquí y ahora, no cuando me saque la lotería, consiga un empleo o cuando los demás se den cuenta de lo que valgo.

Estos requisitos, acaban absorbiéndonos, esclavizándonos y apartándonos de nuestra verdadera vocación humana.

CONCLUSIÓN

Por lo tanto, con las bienaventuranzas el laico, está llamado a ser en feliz en Cristo ya que él le ha mostrado el modo de lograrlo. Él le ofrece una felicidad profunda y permanente, incluso en medio del dolor, de los problemas y sufrimientos, pues vino al mundo para quedarse. Jesús está en el mundo y continúa acompañando, consolando y sanando a los hombres a través de los que han hecho suya su misión. Los laicos están llamados a participar en este proyecto divino desde su propia vocación, desde el matrimonio, la familia, la comunidad, el lugar de trabajo y el modo de descanso. Ser apóstoles de Cristo las 24 horas de todos los días, porque el mundo completo ha sido redimido por él. Igualmente, no olvidemos que su presencia real les acompaña por siempre.

Dios quiere que seamos felices, pues somos sus creaturas amadas. Esa es, pues, la principal tarea: ser felices como Cristo fue feliz. Se constituye en razón para que el laico pueda ser feliz aquí y ahora.

[1] “Que el hombre quiere ser feliz indica obviamente que no lo es. Es un ser no plenamente identificado consigo mismo”. José I. Gonzáles Faus, “De la tristeza de ser Hombre a la Libertad de Hijos”, Revista Cristianismo y Justicia.
[2] 1Cor 13,12
[3] Mt 22,37-39
[4] Federico Carrasquilla M., “Escuchemos a los Pobres” Aportes para una Antropología del Pobre, Colección Espiritualidad, Edit. Tierra Nueva, Quito, Ecuador. Año 2000

P.  Guillermo Renato Argüello Veloz, SJ
Estudiante – Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Acompaña la pastoral juvenil de la parroquia de San Pedro

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