El distanciamiento visual: La ausencia de mirarnos a los ojos

6 septiembre 2020

Por Carlo Cardoza, SJ | Aprox. 5 min. de lectura.

El distanciamiento social es quizás la frase más incorporada en nuestro lenguaje cotidiano en este tiempo de pandemia. Hoy se ha vuelto indispensable tratar de mantener cierta distancia física con otras personas. Y esta práctica ajena a nuestro anterior estilo de vida ha generado un sentimiento de soledad o aislamiento. La frase “extraño poder vernos” es quizás de las más usadas en las conversaciones digitales con nuestras amistades. Pero acaso, ¿no hemos estado viviendo en una época de distanciamiento visual desde mucho antes de la pandemia?

Paradójicamente hoy contamos con una cultura digital que nos provee de medios que permiten nuestro encuentro en tiempo real con otras personas. Por ejemplo, podemos no sólo conversar sino también vernos mediante videollamadas. Sin embargo, algo causa las sensaciones de que en realidad no nos estamos viendo. ¿Cómo es posible que con tantos medios digitales nos sintamos así? Para entender este fenómeno desarrollaré dos apartados. El primero en torno al valor de la mirada. El segundo en torno a la desmitificación de lo digital en torno a este mirarnos.

La mirada posee un doble poder: el poder de la mirada de los otros hacia mí y el poder de mi mirada hacia los otros. En cuanto al primer caso, Sartre afirma que la mirada de los otros hacia mí da garantía de lo que soy. Me ven, luego soy, somos lo que los otros perciben de nosotros con su mirada; soy convertido así en objeto de su mirada, soy objeto para la otra persona. Por eso, es común que ante las miradas de los otros nos sintamos desposeídos de nuestro mundo. Pero, a su vez esta mirada también afecta mi existencia. Yo puedo estar en un lugar rodeado de personas, pero si nadie me mira ¿puedo estar seguro de que existo? Por la mirada de los otros podemos estar seguros de nuestra existencia, necesitamos de la mirada de los otros. Estas afirmaciones de Sartre sin duda son debatibles y, sin embargo, encontramos en ella la explicación al por qué en estos tiempos existe una necesidad de la mirada de los otros. En cuanto al segundo caso, nuestra mirada tiene dos funciones: una que convierte lo que miramos en objetos y otra que los convierte en sujetos. Según Levinás, la mirada que cosifica lo que miramos es una mirada totalizadora, desprovista de novedad vuelve habitual todo lo que observa. En cambio, la otra mirada es una mirada que se interpela y cuestiona. Cuando miramos el rostro del Otro nace un sentimiento de responsabilidad hacia lo mirado. Sólo así se da una interacción mutua en libertad.

El mirarnos a los ojos es la síntesis de estos dos poderes de la mirada. Cuando las miradas coinciden entre sí el otro aparece como sujeto y viceversa. En este tipo de mirada se hace casi imposible cosificar al otro y que me cosifiquen porque la comunicación que se da trasciende incluso lo verbal. En lo profundo del mirarnos a los ojos descubro con admiración al otro y me descubro sin barreras, vemos lo que son y lo que somos. Un claro ejemplo de lo que puede implicar mirarnos a los ojos es la intervención de Marina Abramović en el MoMA. Tiene un final que ni ella misma se lo esperaba.

Para la desmitificación de lo digital y su relación con la mirada he de apoyarme en el filósofo Byung-Chul Han. En el capítulo titulado El Listo Hans, en su libro En el enjambre, Han afirma que a costa de la eficiencia y comodidad de la comunicación digital hemos sacrificado el contacto directo con los otros, el contacto en cuerpo y rostro. El contacto que goza del tiempo que este dura. Hoy no percibimos la mirada de los otros porque lo digital cada vez desaparece más el rostro del otro que me mira.  Podemos decir que la velocidad con que nuestro dedo desliza la pantalla táctil evita que las cosas nos miren. A su vez creo tener el poder de decidir qué y quién me observa o a qué o quién observo. Por ejemplo, dice Han, un smartphone es un dispositivo digital que fomenta la mirada a corto plazo que se ofusca con lo que tiene larga duración o lo lento.

En contra de lo que podemos pensar, la comunicación digital es pobre en mirada. Las videollamadas son ilusiones de la presencia del otro que sólo hace más soportable la separación física que existe. En el texto de Han observamos lo que podemos llamar el efecto Skype. Pensemos en cualquier dispositivo digital que permita una videollamada. Imaginemos ahora que miramos a los ojos a la otra persona que aparece en nuestra pantalla. Si queremos que la persona con quien conversamos aparezca en nuestra pantalla mirándonos a los ojos, ¿Hacia dónde debe mirar en su dispositivo digital? Las miradas a los ojos por parte de ambas personas son hoy imposibles por medios digitales. Cuando yo lo miro a los ojos, él otro debe mirar la cámara instalada en su dispositivo si quiere darme la ilusión de que nos estamos mirando. Se ha creado así un distanciamiento visual. El medio digital nos aleja cada vez más del otro.

Ojalá que cuando el distanciamiento social ya no esté vigente no sólo recuperemos la posibilidad del encuentro físico, sino también el mirarnos a los ojos.

 

Carlo Cardoza, SJ
Estudiante de Filosofía – Univesidad Antonio Ruiz de Montoya
Acompañante espiritual pastoral juvenil de Fátima
Acompañante del voluntariado escolar – UARM

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