El ajedrez de la vida

8 noviembre 2020

Por Sebastián Zúñiga, SJ | Aprox. 3 min. de lectura.

Después de años sin practicar, volví a jugar ajedrez hace cinco meses y lo hice a través de una plataforma virtual. Esto ha sido un volver a aprender. A través de los errores que cometía, descubría posibles tácticas para una próxima partida. Esta fue mi lógica inicial: si unos movimientos determinados me daban cierta ventaja frente a mi oponente, trataba de repetir esas jugadas en la siguiente partida. ¿Qué ocurrió? Ninguna partida es igual a otra, ni siquiera si se vuelve a jugar con la misma persona. Quien abre la partida tiene veinte posibles movimientos, su oponente también y esto significa que cada uno de estos movimientos tiene veinte posibilidades de respuesta, dando 400 opciones solo al final del primer turno. A medida que avanza el juego, las posibilidades aumentan de una forma exorbitante: el número de partidas de ajedrez supera a la cantidad de átomos del universo.

A partir de lo que acabo de señalar, puede creerse que durante el juego “siempre hay movimientos posibles”, pero no es así. La partida no está perdida al momento del jaque mate ni tampoco en el penúltimo movimiento, ella ya está definida varias jugadas atrás. Esta derrota viene desde cuando mi rival me obliga a tomar una mala decisión: perder cualquiera de mis alfiles, sacrificar mi torre, etc. Pues bien, creo que esto es lo que ocurre en la vida de muchas personas: se encuentran en la delincuencia o las drogas porque las decisiones tomadas no les abrieron más posibilidades, simplemente se fueron encontrando con cada vez menos opciones. Esta incapacidad de poder elegir algo más, las ha conducido a “perder la partida”.

Me doy cuenta de que a lo largo de mi vida he tenido muchas buenas opciones, de que he procurado tomarlas, y de que ellas me han llevado hasta este punto de la partida. Pero ¿qué ocurre con las personas que desde que eran niñas o niños no tenían buenas opciones? Del ajedrez aprendí que una pieza puede definir el destino de la partida, incluso si esta es un simple peón. Quienes contamos con más piezas y/o ventajas en el juego, podemos brindar ayuda a fin de que esas personas cuenten con buenas opciones. Y estas opciones deben ser respaldadas por buenos movimientos; la partida no se define por quien tenga más piezas en el tablero, sino por quien las haga funcionar inteligentemente como elementos de un equipo. La ayuda que podemos brindar a estas personas debe tener este tinte colaborativo: poniéndonos de acuerdo con amigos, conocidos e instituciones, aportando desde nuestras partidas a fin de que el otro pueda tener un buen juego.

Otra enseñanza que me ha dejado este deporte es la importancia y el significado del sacrificio de piezas. Es imposible -con un rival del mismo nivel- ganar con el escuadrón intacto, uno debe perder piezas para poder enrumbarse a la victoria. Como en la vida, contamos con varios elementos que podemos mover a nuestro gusto, pero llegaremos a un punto en el que tendremos que desprendernos de uno o más de ellos. Si queremos avanzar debemos ir haciendo “pequeños sacrificios”, algunos obvios como poner a un lado el egoísmo, la pereza, la ira; y otros no tanto, como dejar actitudes y actividades que no nos permiten llevar un buen ritmo. Ciertamente, varias de éstas últimas no deben ser eliminadas de nuestras vidas, sino ocupar un lugar distinto en nuestra lista de prioridades. También podríamos decir que las distintas etapas de nuestra vida son estas “partidas”. Haremos sacrificios, tendremos aciertos, cometeremos errores, pero sabemos que en algún momento terminarán. Entonces, podremos analizar nuestra partida y los movimientos que hicimos; en un punto volveremos a tener nuestras dieciséis piezas y aunque sabemos que la partida será diferente, contaremos con elementos que nos ayudarán a movernos mejor.

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Sebastián Zúñiga Acurio, SJ
Estudiante de Filosofía – Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Asesor de Pastoral en Colegio De La Inmaculada

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