El Dios de las marchas

15 febrero 2021

Por César Carranza, SJ | Aprox. 3 min. de lectura.

Hace varios meses, en el Perú se vivía una fuerte inestabilidad política desde que el Congreso decidió vacar al expresidente Martin Vizcarra. Aquella vez, muchos jóvenes optaron por salir a protestar contra dicha decisión. En vista de ello, los religiosos que vivimos en Lima decidimos acompañar las marchas; nos organizamos a través de la CONFER (Conferencia de Religiosos y Religiosas del Perú). Recuerdo que el día jueves 12 de noviembre, estábamos varios religiosos reunidos en la plaza Francia y una señora se acercó a una hermana religiosa y le dijo, “¿ustedes no deberían estar rezando? ¿Qué hacen en la marcha?” Recordé entonces, mi experiencia con Jesús de Nazaret.

La primera imagen que vino a mi mente fue la de Jesús expulsando a los comerciantes del templo de Jerusalén (Mt 21, 12); al parecer, él estaba molesto porque los mercaderes estaban interesados únicamente en vender. La segunda imagen fue la de Jesús reclamando por las injusticas que cometían las autoridades de su tiempo, como los escribas en Mc 12, 38-40 y los fariseos en Mt 13. La última imagen fue la de Jesús sentado en la barca mientras predicaba a una muchedumbre (Lc 5, 1-3); allí, él decía que el Reino de Dios estaba con todos y alimentaba la esperanza de sus oyentes con los valores del Reino. Esas palabras que dirigía Jesús al pueblo de Israel, encendían una llamada en la gente, la misma que lo seguía porque encontraban en él respuesta a su sed de justicia y necesidad de esperanza.

Por supuesto que Jesús también rezaba. Él se apartaba a lugares solitarios (Mc 1, 35) o rezaba junto a sus amigos (Mc 6, 41), dirigiéndose a Dios como Abbá (Mc 14, 36) – es una forma afectuosa de decir “papito”. Estas oraciones unían a Jesús con Dios y sus hermanos;  de ellas, Jesús sacaba energía para continuar predicando que el ¡Reino de Dios ya está con nosotros! Además, a Jesús le interesaba la felicidad de las personas, por eso iba caminando de pueblo en pueblo predicando al Dios con nosotros, consolando a los descartados de la sociedad, sanando el corazón de la gente que tenía alguna dolencia y dándoles mucha esperanza en el Reino.

Al mismo tiempo, Jesús convivía con injusticias por parte de los gobernantes, como Herodes, que mandó matar a Juan el Bautista porque protestaba con voz potente contra su mandato; además, Jesús vivía con gente muy pobre que moría de hambre.

Al igual que hace dos mil años, vivimos con muchas autoridades que sólo buscan su propio beneficio económico o político, dejando de lado el bien común y a los más necesitados, cuya situación económica se ha agravado con la pandemia del COVID-19. Ante esta realidad, muchos jóvenes de la generación del bicentenario decidieron salir a protestar con pancartas, chicharras y a clamar justicia a una sola voz. Como consecuencia, en la marcha del 14 de noviembre mataron a Jack Pintado e Inti Sotelo. La historia se vuelve a repetir, con un Dios que se sigue encarnando en cada uno de nosotros: por una parte mediante esa fuerza juvenil para salir a reclamar justicia; por otra, con tantos cacerolazos que se escuchaban en la mayoría de las casas y, por último, a través de un pueblo que sigue construyendo el Reino de Dios, porque cree que buscar sus valores es instaurar el Reino en nosotros.

Ahora que reflexiono sobre todos estos acontecimientos, ellos me ponen triste como la muerte de Jesús en la cruz. Pero a la vez la generación del bicentenario me da esperanza. Esta misma esperanza es la que nos contagia Jesús con su resurrección, la misma que nos hace luchar por un mundo más justo, humano y fraterno: ¡por el bien común! Ella nos llama a compadecernos sobre todo de los necesitados de esperanza, alimento y refugio. Por eso digo, felices los de la generación del bicentenario y todos aquellos que se esfuerzan por el bien común, porque el Reino de Dios está en ellos. Siento que esta situación nos ha sensibilizado mucho a los jóvenes y nos ha impulsado a interesarnos más en la política, a sentir “más nuestro” a este país, y sobre todo, a luchar por una sociedad más justa.

César Carranza, SJ
Estudiante de Filosofía – Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Asesor en el Voluntariado Magis

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