¿Ir al psicólogo? Ni loco

28 marzo 2021

Por Daniel Chafla, SJ | Aprox. 4 min. de lectura

Cuando era niño, recuerdo haber escuchado una frase comentada en una reunión familiar: “pobre nuestra tía, hasta con psicólogo está”. Pues bien, esa manera de entender la salud mental, como algo destinado a las personas que han vivido traumas o crisis fuertes que les han hecho lindar con la “locura”, era el concepto que tenía sobre el ir a un psicólogo/a. Es decir, únicamente al momento de sentir que mi sentido de la realidad se ha ido perdiendo y que ya sin más remedio tuviera que “vergonzosamente” acudir a un profesional que me ayude con mis problemas mentales. Nada más falso y errado.

Hace dos años decidí quitar ese mal concepto de mi vida y acudir a terapia psicológica con la necesidad de iniciar un proceso que me permitiera entender mejor mi funcionamiento interno, conocer más sobre mi afectividad, aceptar y acoger con cariño mi historia, y descubrir los mecanismos que operan en mi mente. Realmente he observado un gran crecimiento en mi libertad interior, una purificación gratificante de mi imagen de Dios (antes condicionada por mi propia percepción) y, sobre todo, encontré un espacio donde hablar, sin represión, de mis afectos, miedos, luchas y sueños. Todo esto acompañado de un profesional capaz de confrontarme y ayudarme a un mejor entendimiento personal. Sin embargo, esto sigue siendo un privilegio de pocos y no un derecho de todos.

En el último año la población se ha visto afectada drásticamente por la pandemia que todos vivimos y experimentamos. Hemos acompañado la muerte de familiares cercanos, la lucha por la salud de seres queridos, el confinamiento abrupto y el miedo al contagio. Además, nos hemos adecuado a un estilo de vida virtual, donde el encuentro cercano se ha perdido. Muchas personas se han quedado sin empleo, sin un sustento fijo, sin medios para alimentar y dar sostén a su familia. La pobreza se ha incrementado y la corrupción en el gobierno no se ha hecho esperar. Frente a todo esto: ¿no es urgente, aparte de cubrir las necesidades básicas de alimentación, empezar a trabajar en la salud mental de la población que está gravemente afectada en su estabilidad emocional y afectiva?

En cifras recientes proporcionadas antes del inicio de la pandemia por el instituto de análisis y comunicación “Integración”, alrededor de 4 millones de peruanos tienen una enfermedad mental, sin embargo, casi el 80% de los que padecen estos problemas no han sido atendidos. Además, se menciona que las enfermedades neuropsiquiátricas como la depresión y la dependencia al alcohol, ocasionan la mayor pérdida de vidas al año (aproximadamente 1 millón de vidas). Estas cifras son realmente alarmantes, aun más con datos que indican que en lugares como Ayacucho o Puno se llega a contar con solo un máximo de dos psicólogos por dependencia pública para atender a toda una población; esto no varía en otros países de América Latina. Es decir, estamos frente a un problema real, por el cual la mayoría de personas por falta de información, educación o dinero, no pueden acceder a una terapia psicológica que les brinde un soporte psico-afectivo y así a una mejora en su nivel de vida personal, familiar y comunitaria. ¿Por qué no se exige con mayor firmeza este derecho?

Me sorprende encontrarme con personas que se siguen asombrando cuando les converso que asisto a psicoterapia, tanto dentro de mi familia como en mi comunidad. La salud mental es un derecho que debe ser parte del desarrollo integral del ser humano, desde que somos niños hasta que nos desarrollamos como adultos. No solo es una realidad humana, es una exigencia evangélica: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37-39). El hecho de amar a Dios implica la purificación de la imagen que nos hacemos de Él, por tanto, amar con toda la mente implica vivir con integralidad nuestra salud mental y configurarla en libertad y armonía para amar de manera saludable al prójimo. Esto no quiere decir que la psicología reemplace a la fe, antes bien, la complementa y permite encontrar a Dios en todos los aspectos de nuestra humanidad. Por otro lado, la misma fe que obra justicia, nos invita a levantar una voz de lucha y reclamo frente a una realidad descuidada que ahora más que nunca necesita ser atendida y valorada.

Finalmente, quisiera mencionar que, si bien la pandemia permitió vislumbrar la necesidad de reforzar los programas de salud mental, que en la mayoría de las situaciones empezaron a ser virtuales, no es un problema que se haya solucionado por completo. Definitivamente, las familias más vulnerables no tienen acceso a una ayuda psicológica, lo que se suma a la falta de profesionales de la salud a nivel país para atender esta realidad. Si decimos luchar y amar al ser humano, parte de esta lucha es exigir que el Estado destine mayor presupuesto a esta área de salud, solo así podremos crear grupos humanos más saludables, integrados y que vivan su historia personal y social con mayor paz y armonía. Que tengamos la capacidad de desmontar prejuicios, valorar el mundo de los afectos y de este modo continuar construyendo el Reino de Dios que está para darnos vida y vida en abundancia.

Daniel Chafla, SJ
Estudiante de Psicología – Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Asesor en Iñigo – UARM

Para leer más artículos de Daniel, dale click aquí

Comentarios recientes

Categorías

Archivos