¿Hablamos o dialogamos? Reconocernos en el otro
Por Fernando León Alava, SJ | Aprox. 5 min. de lectura.
La pandemia del coronavirus sin duda alguna ha desnudado los grandes problemas que enfrentan nuestras sociedades latinoamericanas. Las economías inestables, los sistemas de salud precarios y las constantes crisis políticas terminaron por mostrar abiertamente la fragmentación social que se venía sufriendo, pero que, lamentablemente, se ocultaba bajo el discurso del progreso. En este último tiempo se ha difundido con mayor fuerza discursos que exacerban posiciones radicales, los cuales buscan colocar una forma de observar la realidad tratando de minimizar o desacreditar a otra parte de la ciudadanía. Esto origina, sin ninguna duda, que se socave profundamente un elemento constitutivo de nuestro ser social y, en definitiva, de nuestras relaciones interpersonales como es el diálogo.
El diálogo, en sus distintas facetas, tiene un importante valor público como generador de otros valores. Mediante este mecanismo de interrelación somos capaces de interactuar, mostrar perspectivas y definirnos respecto a nuestras identidades construidas en relación con otros, de modo que, se promueva en el imaginario social una cultura de constante comunicación entre los miembros de la comunidad basada en el respeto y la tolerancia, lo que permite transformar y generar nuevas dinámicas de desarrollo social. En los últimos años se ha tratado de posicionar con más fuerza el valor que supone sentarnos a conversar, los esfuerzos de diálogo en espacios con alta conflictividad social permitieron mostrar una faceta en la que, a pesar de las diferencias, se podía generar espacios estables para el diálogo entre los ciudadanos.
Sin embargo, como ya había mencionado líneas más arriba, nos encontramos en medio de un mundo altamente polarizado, los conflictos y violencia dentro de las sociedades cobra un especial aumento hasta el punto de contaminar muchas relaciones. Si bien en el pasado, fruto de la discrepancia, se podía obtener una riqueza y pluralidad de opiniones, ahora el no estar a favor de determinada postura puede llevarnos al quiebre de relaciones sociales y desconexión de la situación en la que nos encontramos. Llegar a este punto supone estar encerrados en nosotros mismos, nuestros propios esquemas que nos impiden abandonar una forma de escrutar la realidad e impiden el paso hacia una mirada renovada del otro.
En ese contexto, las palabras del Papa Francisco cobran especial relevancia para nuestra interacción con el conjunto social. En la encíclica Fratelli tutti (2020) propone que: “El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos” (FT 203). La conversación y el encuentro se tornan como herramientas que nos invitan a profundizar en la riqueza que supone escuchar al otro, no sólo desde una perspectiva pasiva, sino de inmiscuirse profundamente en su modo de pensar y fomentar las relaciones interpersonales.
Abrir el paso al diálogo supone romper con una cierta lógica polarizada para dar espacio al encuentro consciente con mi interlocutor, reconociendo las diferencias, pero participando de la necesidad de ponerme en la situación del otro para comprender los argumentos que motivan sus aseveraciones. Sólo pasando por este intercambio de posiciones emprenderemos un camino de reconocimiento mutuo que nos permita construir espacios sanos y sociedades mejores. Toda esta visión basada en el encuentro, debe llevarnos a un nuevo criterio de unión, que nos convierta, en palabras de Francisco, en “arquitectos de amistad y reconciliación”.
Ser parte de la dinámica de gestar amistad y reconciliación va de la mano con el progreso de nuestras sociedades. La búsqueda del bien común supone reconocer el derecho del otro a ser él mismo y, a la vez, diferente. Ello nos permite colaborar en la construcción de sociedades justas y democráticas, pues nos induce a continuar construyendo la cultura del diálogo que permite encontrar puntos en común e impide que algunos pasen por encima de otros. Ignorar los derechos de los otros supondría, en algún momento, formas de violencia que buscan menospreciar la identidad de quienes consideran que perjudican sus propios intereses.
Nuestra opción como seguidores de un Jesús que escucha y acoge a los distintos y alejados de la sociedad nos debe orientar a observar en el bien común el proceso de cambio que requiere la ciudadanía. Así, el diálogo se posiciona como una herramienta fundamental en la creación de consensos y actitudes de escucha que desembocan en procesos de gobernabilidad democrática más estables. Sólo desde el intercambio de argumentos y enfoques podremos encontrar lo enriquecedor que puede llegar a ser compartir nuestras experiencias personales en el ámbito de la construcción de culturas fortalecidas por la conversación activa.
Estar inmersos en sociedades plurales y globalizadas debe impregnar en nosotros el deseo de encontrar en la comunicación, el camino más adecuado para reconocer la importancia de la diversidad de opiniones; de esta manera, podremos cultivar mayores procesos de entendimiento y reconocimiento que supone vivir y actuar en comunidad. Francisco nos advierte que “cuando uno se encierra en el horizonte pequeño de los propios intereses los demás se vuelven superfluos o peor aún, un fastidio, un obstáculo”. Por tanto, es tarea nuestra continuar generando espacios de diálogo en los lugares y circunstancias en las que nos encontremos, ya que sólo así podremos descubrir el fruto que resulta del hecho de encontrarnos con el otro.
Fernando León Alava, SJ
Estudiante de Filosofía – Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Pastoral Colegio la Inmaculada
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