El sabor de la vida

29 noviembre 2021

Por Jesús Hernández Gonzáles, SJ | Aprox. 5 min. de lectura.

Recuerdo que un día en las clases de mi universidad el profesor del curso de metafísica nos dejó para leer un texto titulado: “La esperanza de vida” del libro el sentido de la vida del filósofo canadiense Jean Grondin. Una vez introducido en su lectura, al ir recorriendo y degustando sus páginas me topé con una interpretación que el mismo autor hizo de una frase de Agustín, la cual resonó hondamente en mi interior: “La vida tiene sabor (sapit) y vale un poco «más» la pena que sea vivida”. Esta frase me interpeló y me movió a reflexionar sobre el significado profundo del sentido del “sabor” que tiene la vida.

            Grondin nos dice que frente a la vida no podemos adoptar una posición de simples espectadores u organizadores, sino, por el contrario, es necesario que podamos reconocer que la vida tiene un sentido, un horizonte de esperanza que la moviliza y la jalonea. Esta esperanza que se haya en el interior de cada uno de nosotros se manifiesta a través de la aspiración que todos tenemos a una mejor vida, a una vida colmada de gozo y felicidad. Por consiguiente, es necesario abrir los ojos, escuchar nuestros deseos y responder a aquel anhelo que late en nuestro interior y nos mueve a buscar una vida que tenga más sabor. Así pues, es esta esperanza e ilusión por la vida la que nos oxigena y llena de sentido cada segundo de nuestra existencia.

 

            En esta línea, a raíz de estas ideas, surgieron en mí muchas preguntas y entre ellas la más importante ¿cuál es el sabor de mi vida? A medida que pasaban los días esta pregunta resonaba cada vez más en mi corazón de una manera clara y comprometedora. De repente, empezaron a surgir en mi memoria algunos recuerdos de mi historia, recuerdos en los cuales estoy convencido haber podido “saborear la vida”, haberla gozado profundamente. Entre ellos vino a mi mente uno de los recuerdos más significativos de mi niñez; recuerdo que viviendo en Venezuela a la edad de 5 años cada vez que mi padre me decía que íbamos a ir en familia a caminar a la montaña, toda la noche anterior a ese día no podía dormir de la ilusión y la esperanza que sentía de saber que al día siguiente iba a aventurarme en los caminos de las montañas y disfrutar de los hermosos paisajes de la naturaleza.

 

Estos paseos por las cumbres del Táchira me colmaban el corazón inmensamente de alegría, era la sensación sublime de percibir el aroma de las hojas de eucalipto, escuchar el lenguaje de los pajaritos, el sonido del viento al mover los árboles, el sentir el aire puro recorrer por mis pulmones, el contemplar el sol radiante que iluminaba nuestros caminos y sobre todo la felicidad que sentía de saberme acompañado y poder compartir esta experiencia con mi familia. Así, como este, otros tantos recuerdos vinieron a mi mente, como las veces cuando sentía profundo gozo de ir con mi papá al parque del zoológico infantil, o cuando me dormía ilusionado sabiendo que al día siguiente iba a ir a la finca de mis tíos para ver a los animales y pescar en el río, o la vez cuando viajamos con toda la familia más de dieciocho horas para conocer por primera vez las hermosas playas del caribe, o cuando en noviembre me llenaba de ilusión y esperanza al saber que ya faltaban pocos días para que llegue diciembre, la alegría y el gozo que sentía cuando en las posadas de navidad (que consistían en ir de casa en casa con José y María buscando un hogar para que nazca el niño Jesús) tocaba el tambor y cantaba aguinaldos y villancicos con mi mamá en un coro de niños, o cuando en familia armábamos el pesebre, o cuando preparábamos las hallacas, o cuando en navidad jugábamos con los fuegos artificiales y a fin de año quemábamos el muñeco del año viejo.

 

 

            Todas estas memorias y escenas que han quedado impresas en mi corazón son un testimonio de lo que significa para mí “saborear la vida”, pues, si algo he aprendido de estos primeros años es que no hace falta esperar el momento o la experiencia indicada para gozar la vida a plenitud. La vida es un regalo y no sabemos cuándo nos vamos a morir, basta mirar nuestra realidad y percatarnos que la vida no la tenemos comprada y que el día de hoy puede ser el último día de nuestras vidas. En este sentido, como dice el dicho popular: “mientras hay vida hay esperanza”. Este es pues el mensaje de fondo: ser capaces de disfrutar y gozar con hondura y profundidad cada segundo de nuestras vidas, recuperar aquella capacidad de asombro de cuando éramos niños, la ilusión por los pequeños detalles y la esperanza de una vida plena que radica en el amor de un Dios que nos promete que “todo aquel que muera vivirá” Juan 11, 25, pues él “ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia” Juan 10, 10. Dios, nuestro padre no solo quiere que seamos felices en la vida que nos espera, sino también en la presente. De esta manera, la invitación a vivir la vida con sabor, es la actualización del deseo más profundo de Dios, él quiere que como sus hijos vivamos felices ahora, pues hemos sido creados para ser luz e iluminar también la vida de los demás. Las personas que viven felices, son personas que nunca pierden la ilusión, personas que nunca pierden la esperanza que la vida es hermosa y colmada de sentido.

 

Asimismo, el significado de la ilusión según Grondin es que la vida tiene un cierto sabor, una esperanza, una meta, un ideal que nos anima. De esta manera, tener ilusión es también tener ánimo, tener alma, tener espíritu, es la ilusión que nos permite esperar que el sol salga una vez más el día de mañana, es la ilusión por construir un mundo más humano y justo para todos, es la ilusión por los grandes relatos de la historia, por los grandes proyectos y deseos personales, pero también son aquellas ilusiones y sabores del día a día, de una buena conversación con un amigo o una amiga, es disfrutar de tú comida favorita, de una bella música, de un interesante libro, de un paseo en bicicleta, de un sabroso café, de una película, de un abrazo, de una oración, de una mirada, de una caricia, de una palabra, de una sonrisa, del silencio, de la compañía; esto es la vida, este es el sabor de vivir, vivir con hondura y valorar a profundidad cada segundo, cada instante.

 

La esperanza es aquello que colma de sentido nuestras vidas y es precisamente esta esperanza la que nos permite vivir en medio de las circunstancias más desoladoras, circunstancias de incertidumbre y tristeza. La esperanza es un rechazo a la muerte, al sin sentido, es nuestra firme confianza que hemos sido creados para vivir en plenitud porque la vida es un regalo y el deseo de Dios es que seamos feliz ahora en esta vida y después para siempre.

 

 

Jesús Hernández Gonzáles, SJ
Estudiante de Psicología – Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Concejo Pastoral Juvenil, El Agustino.

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