¿Retorno a la normalidad?
Por Miguel Alvarado, SJ | Aprox. 5 min. de lectura.
A inicios del mes de abril en el Perú hemos llegado al 80% de personas vacunadas. Las actividades sociales se van retomando progresivamente, por lo que nos alegramos de poder reencontrarnos en espacios físicos con las personas que no hemos podido compartir en este tiempo de aislamiento social. Con las medidas sanitarias correctas hemos de regresar a la presencialidad y forma de vivir a la que estábamos acostumbrados antes de la pandemia, nos puede costar un poco al comienzo después de habernos acostumbrado a realizar nuestras actividades desde el mismo espacio físico, pero sin duda es una alegría poder regresar a la calle e intercambio social que tanto hemos añorado en el tiempo de la pandemia.
Sin embargo, no podemos regresar a la normalidad. Porque la normalidad en muchos casos era vivir aislados, distantes, superficialmente, sin vínculos profundos y con un pensamiento muy individualista. Las actitudes mencionadas se pudieron apreciar antes de la pandemia en la dificultad de relacionarse con las personas que pertenecían al entorno, o en la soledad profunda que debieron vivir algunas personas como consecuencia del aislamiento social impuesto por el gobierno. No pretendo ser pesimista ni apocalíptico, pero es una realidad que hemos podido apreciar y en algunos casos sufrir.
Por otro lado, la pandemia ha sido una oportunidad para demostrar nuestro lado más humano y solidario. Se han podido apreciar algunas muestras de empatía con los médicos, servidores públicos, policías que ofrendaron sus vidas en plena emergencia sanitaria, en campañas para plantas de oxígeno, colaboraciones con los más vulnerables de la pandemia e incluso unión de ánimos para poder acompañar y estar con aquellas personas que se vieron afectadas por el virus y sus consecuencias.
No obstante, como en la propia vida de Jesús, no se puede entender la resurrección sin acompañar la pasión. Me atrevo a decir, que el momento más crítico de la pandemia equivale a la pasión de nuestro Señor, en donde hemos podido experimentar soledad como en el Getsemaní, negación tal como lo hizo Pedro, traición como la de Judas, dolor como aquella muerte en cruz y desgarro emocional como María, al ver a su hijo pagar las culpas de una sociedad injusta. Por lo que el desafío ahora es poder encontrar y fomentar, actitudes y gestos que van a ser la resurrección para nosotros.
La resurrección nos dice que la muerte no tiene la última palabra, nos invita a no perder la esperanza en la sociedad, por más corrupta que esté, y sobre todo nos hace valorar la vida en todas sus dimensiones. La resurrección es el mensaje transcendental que comparte Jesús con nosotros, que consiste en la oportunidad de vivir plenamente. Resurrección es solidaridad, es un acto de desprendimiento que nos enseña Jesús, como producto del amor del Padre. Aunque no terminamos de asimilar el mensaje integral de la resurrección, intentemos, en esta ocasión del retorno a la presencialidad, poner en práctica actitudes que impliquen resurrección.
Ahora con la vuelta a la presencialidad, es la ocasión perfecta para poner en práctica un cambio, en nuestras actitudes para poder traslucir la imagen de Dios amor, que no se cansa de invitarnos a cambiar y mejorar cada día. Aprovechemos que se van terminando las restricciones sociales para tener relaciones humanas con las personas que nos rodean, en donde podamos expresar lo que realmente sentimos y no simplemente aparentar tener todo bajo control. Seamos capaces de ayudar y saber pedir ayuda, con los asuntos que nos complican y nos resulta difícil resolver solos. Valoremos la presencia, incluso la ausencia, de aquellas personas que nos hacen crecer cada día. Hagamos de esta oportunidad la resurrección social, en donde podamos contribuir a reducir las brechas sociales y desigualdades enraizadas en nuestro sistema.
Finalmente les invito a no regresar a la normalidad. O en todo caso cambiemos lo establecido como normal. Pensemos más en las personas que nos rodean y hagamos algo por ellas. Salgamos del pensamiento ensimismado y autorreferencialista, en donde todo gira en torno a nosotros. Pongámonos en acción y contribuyamos con la sociedad desde nuestras habilidades, capacidades y talentos. Escuchemos a nuestros mayores que tienen tanta sabiduría para compartir. Donemos nuestra vida por aquellos que la sociedad quiere invisibilizar. Participemos de un apostolado que nos permita compartir con los vulnerables. Pongamos el amor más en las obras que en las palabras. Es así, como, en la restitución a la presencialidad de las actividades, encontraremos la posibilidad de revertir todo aquello, que, durante la pandemia, nos debilitó como sociedad y nos aquejó como individuos intentando ser comunidad.
Que el Resucitado nos guie en este cambio de actitud, y sobre todo que sea la referencia inmediata de nuestro comportamiento.
Miguel Alvarado, SJ
Estudiante de Humanidades – Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Asesor en el Voluntariado Magis Pamplona.
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