Llamado e identidad
*Pintura: “¿Quién soy?”-José Miguel Caballero
Por Angel Talledo Alvarado, SJ | Aprox. 7 min. de lectura.
¿Quiénes somos? ¿Quién soy? ¿para qué estoy en el mundo?
Preguntas como éstas, o temas referidos a la identidad y autenticidad, representan hoy una fuerte tendencia en los medios de comunicación o en nuestros grupos sociales. Necesitamos identificarnos con algo o alguien, y muchas veces la oferta de identidad se presenta fuera de nosotros o “a la venta”, mediante la multiplicidad de objetos, marcas o grupos sociales que pretenden resolver nuestro problema. La identidad también un asunto comercial con altos beneficios económicos.
Si observamos el paso de la historia, durante los últimos años, muchos países han entrado en una carrera de desarrollo científico – tecnológico para lograr un espacio en una determinada zona de influencia económica a nivel internacional. Esta competencia ha tenido importantes aportes para nuestras vidas, pero no resuelve un asunto que ha recorrido nuestro ‘paso’ por la Tierra desde el momento que despertamos a la conciencia sobre nosotros mismos: quiénes somos y para qué estamos aquí. Saber que vivimos y que vamos a morir tiene un alto costo para nuestra existencia humana; dicha conciencia implica, en muchas ocasiones, el trabajo de saber qué hacer con la vida que tenemos.
Si buscamos responder esta pregunta, con la seriedad y el cuidado que nuestras vidas merecen, nos encontramos con que ésta no es una cuestión sencilla de responder. Lo que podemos nombrar como una “primera llamada” propia de nuestra naturaleza humana, nos sitúa ante un asunto que nadie resolverá por nosotros, ya que es una pregunta personal, pero a la vez universal.
En la antigüedad, cuando Sócrates – uno de los personajes más carismáticos de la filosofía griega- responde a la pregunta sobre quién es él mismo, se define como una “partera” a la que le han negado el dar a la luz. Sócrates se entiende desde la misión que “ha recibido de los cielos”: servir como partera, ayudando a otros a dar a luz sus propias ideas o pensamiento, sin que él por él mismo crea o sienta que tiene sabiduría (El Teeteto, 150c-d). Y, en efecto, su aporte a la humanidad no será una doctrina filosófica propiamente dicha, sino su maestría o talento para ayudar a pensar a sus discípulos mediante el método mayéutico. Su identidad es su misión, y su misión implica el movimiento o actividad que brota desde su mismo ser.
En la tradición judeo-cristiana, nos encontramos con varios ejemplos que vinculan la identidad con la misión, e incluso con el nuevo nombre que adquieren los que han oído la llamada de Dios. Abram ya no será “Abram”, que significa “exaltado padre”, sino “Abraham” que significa “padre de muchos”; y así lo será para todo el pueblo hebreo. Cuando le preguntan a Juan “El Bautista” sobre su propia identidad, dirá de sí: “yo soy la voz que clama en el desierto” (Juan 1, 23). En este caso, Juan se define en su acción y misión: ser “La Voz” que anuncia la llegada del Mesías esperado.
María de Nazareth, ya no será sólo la madre de Jesús. En la cruz, poco antes de la muerte de su hijo, se convertirá en “La Madre” de todos los hombres (Juan 19,26). Por su parte, Jesús de Nazareth tendrá la costumbre de cambiar también el nombre de aquellos que le siguen. El caso más representativo es el de Simón, el hijo de Jonás, a quién llamará Pedro, que significa “la piedra” desde donde Jesús construirá lo que ha de llamar su Iglesia (Mateo 16, 13). El cambio de nombre representa su misión para siempre. Es importante notar, que esta revelación se dio en cuanto Simón, reconoció por la fuerza del Espíritu Santo, quién era Jesús. De esta manera, a Pedro le fue revelada su actividad en el mundo y su identidad más profunda, la que lo llevará hasta la muerte en cruz, como su Maestro.
Iñigo López de Loyola, ya no será “Íñigo”, sino “Ignacio” que significa “fuego”, el mismo que cuando envía a su compañero Francisco Javier a la Misión del Asia, le dirá: “ve e incendia al mundo con fuego”. El mismo Ignacio se dio cuenta de que el “hallar la voluntad de Dios” era un asunto crucial en la vida de las personas, como lo fue para la suya. Por ello, construyó un método (los Ejercicios Espirituales), recogiendo la tradición espiritual de la Iglesia y las nuevas inspiraciones del Espíritu Santo, para que así toda persona pueda tener la oportunidad de discernir el llamado de Dios en sus vidas o reformar la vocación elegida. El que ha descubierto su vocación también se debe apresurar por responder a ella con toda la fuerza de su ser (el fuego del Espíritu), quitando de sí todo aquello que le impida dar el fruto que ésta exige. En la vocación está en juego la identidad, actividad y presencia más auténtica de la persona.
Jesús, en una de sus parábolas, nos dice que el Reino de los Cielos se parece a aquel que ha encontrado un tesoro y que vende todo para comprar el campo donde éste se encuentra (Mateo 13, 44). Aquel tesoro podría ser aquella gracia original, única y distinta con la que Dios ha tocado nuestras almas (la vocación); algo ya presente en nosotros. Es el mismo Dios, el primer interesado en que descubramos y hagamos crecer este tesoro; porque en él también se encuentra nuestro aporte a la humanidad y nuestro lugar en el mundo.
Y ahora, ¿quién eres?
Angel Talledo Alvarado, SJ
Estudiante de Filosofía – Univesidad Antonio Ruiz de Montoya
Asesor en el Voluntariado Magis Cerro La Milla.
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