El rostro del Señor de los Milagros

16 octubre 2024

Por Angel Talledo, SJ | Aprox. 6 min. de lectura.

 

 

La devoción del Señor de los Milagros es una de las más importantes del Perú y una de las más multitudinarias de Hispanoamérica. Es interesante observar el cambio que se genera en Lima, y en ciertas zonas del Perú a donde ha llegado la veneración del Señor de los Milagros. Probablemente, así se sienta también en las zonas donde hay grupos de peruanos devotos en el extranjero. En un documental que observé hace algunos años, una mujer morena, sahumadora del Señor por tradición familiar, mencionó que la devoción del Señor de los Milagros en el Perú, “fue la devoción de la gente negra, del desposeído, de quien sólo lo tenía a él[1]. Sentía que, en sus palabras y gestos, esta mujer transmitía un vínculo afectivo con el cuadro, que yo de alguna forma podía entender. Justamente, desde esta importante y delicada línea afectiva, es que deseo acercarme a describir una posible interpretación sobre el vínculo afectivo que el cuadro suscitaría, en quienes lo contemplan.

El grado de conexión que genera esta imagen con la población es asombrosa. Desde una mirada personal y, posiblemente en sintonía con la de otros devotos, pareciera que el hombre allí pintado mirara y comprendiera el sufrimiento y dolor de las personas; saliendo de sí mismo y, a la vez, atrayéndolas en amor hacia sí. El Señor, aunque clavado y desangrado en una cruz, pareciera pensar más en el dolor del que lo mira, que en el suyo propio. La serenidad del rostro de Cristo pintado en el muro, parece haberlo perdonado todo. La imagen de Jesús no reniega, no reclama, no llora por el sufrimiento que en sí le ocasionan. No, sino reposa amorosamente sobre el lecho amargo y doloroso de la Cruz. ¿Se puede expresar algo más grande que tamaña dignidad y libertad humana aún en medio de un dolor tan grande y caro como el de la injusticia y la crueldad?

Me imagino así el rostro de asombro de un esclavo de origen africano que, conociendo en su carne aquel lugar desde el que no se es tratado más que como un objeto de intercambio, miró con extrañeza, misterio y desconcierto, la escena de la muerte de quien que se abajó hasta tomar la condición de esclavo (Filipenses 2, 6-11). “¿Puede un esclavo demostrar tanto amor para con sus verdugos al punto de perdonarlos?” – podría haberse preguntado el esclavo. Esto puede incluso haberle resultado escandaloso. Definitivamente, algo de misterio o de locura divina tendría esta nueva realidad para él.

Mural original del Señor de los Milagros de Nazarenas
Foto: José Carbonell

 

Por alguna razón, este hombre quiso replicar la crucifixión del Señor; y es evidente que la técnica de pintura que conocía era bastante rústica, ya que en el mural se puede notar la desproporción de brazos, piernas y caderas del Señor. Ciertamente, podría decirse que es una pintura “mal hecha”. Sin embargo, no sé si haya alguna otra imagen de la crucifixión en el mundo que brille y atraiga tanto por la realidad que transmite. Hay pinturas de la crucifixión del Señor de alta técnica artística, pero que sólo brillan en los museos.

Solange Avila, citando a María Rostworowski, menciona que en el lugar en donde se pintó el mural en 1651, trabajaba un grupo de negros esclavos traídos del Sur de Lima (Pachacamac), de allí el nombre de Pachacamilla. Además, la investigadora subraya que, en ese entonces, aquel barrio formaba parte de las periferias de la Lima colonial[2]. Es decir, Pachacamilla no era parte de la ciudad. El mural, tal y como lo vemos hoy en Las Nazarenas, fue pintado entonces en un muro de adobe, en un barrio de las periferias de Lima, en medio de gente negra y esclava, a una altura promedio desde donde todos podían verlo.

Respecto al tema de las periferias, el Papa Francisco en 2018, mencionó que “[Dios] no tiene miedo a las periferias, es más, él mismo se hizo periferia. Si nos atrevemos a salir de nosotros mismos e ir a las periferias, allí lo encontraremos”. En medio de los que el mundo desprecia, el Señor parece haber puesto su casa. ¿Puede entonces el despreciado/a seguir sintiéndose tal, cuando el Todopoderoso ha decidido vivir con él/ella?

Como vemos, el misterio que envuelve la pintura o el lienzo del Señor de los Milagros remite necesariamente a una experiencia de salida. Salida aún en medio del dolor, salida a las periferias como él lo hizo. Salida al mundo como él lo hace en la procesión. Tanto como el amor es salida, la vida del cristiano implica el acto de salir de uno mismo por amor. Y así, todo aquel que ha sido mirado por el Señor, no puede hacer más que lo mismo que él: salir. Y ya en salida, ya “pintado el cuadro”, el Señor parece valerse de nuestra pintura frágil y limitada, para hacer brillar su luz sobre los hombres y mujeres del mundo, la luz que devuelve la paz y restaura la justicia, la luz del Señor de los Milagros.

 

[1] El Señor de los Milagros (2015), en  https://www.youtube.com/watch?v=0ITVLBMRU-w

[2] Señor de los Milagros: de Pachacamilla para el mundo (2016). En https://puntoedu.pucp.edu.pe/noticia/senor-de-los-milagros-de-pachacamilla-para-el-mundo/

 

Angel Talledo QSAngel Talledo Alvarado, SJ
Estudiante de Filosofía – Univesidad Antonio Ruiz de Montoya (UARM).
Colabora en la Pastoral UARM.

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