Tras la elección del nuevo Padre General de los jesuitas, Adolfo Nicolás, son muchos los documentos, entrevistas y artículos que nos muestran su estilo y forma de pensar. Uno de aquellos textos, realmente inspiradores, nos recuerda una acción que pocas veces la tomamos en cuenta de forma directa, pero nos acompaña noche y día, y más aún, es lo que nos hace seguir caminando, seguir mirando el futuro con esperanza. Nos recuerda el Padre Nicolás: “Hoy en día hay muchos grupos e intereses que venden sueños. Son vendedores de sueños. Pero ellos venden sueños cortos, sueños pequeños. Pienso que tenemos que recuperar la capacidad de soñar en grande. Soñar sueños que no se venden…. Estos son los sueños que necesitamos. ¿En que podemos contribuir para este mundo? ¿Como realizar estos sueños? La vida religiosa, la vida de jesuita, no va a ser fácil, así cómo no es fácil responder a un gran desafío. Hay que darnos cuenta que la única seguridad es la esperanza”. A la luz de esta reflexión podemos mirar también el trabajo de pastoral juvenil y vocacional. Nos invita a hablar desde dentro, con sinceridad, poniendo bajo una misma balanza optimismo e inexperiencia, realismo y expectativas, sabiendo que en definitiva “nuestra única seguridad es la esperanza”.

Cuando la temporada no es buena y pensamos que Dios está dormido (Cfr. Mt. 8, 23-27), a veces seguimos el ejemplo de desánimo de los discípulos en la barca. Sin embargo, la voz del Señor no se hace esperar en ese mismo mar en el que se navega a diario: ¡Remar mar adentro! (Lc. 5, 4). Remar más allá de donde nos encontramos y, si es el caso, re-enrumbar el camino teniendo como referente al mismo Jesús. Buscar aires frescos, renovados, que dejen respirar a los tripulantes para que otros quieran continuar el viaje. Las orillas juveniles están gastadas, llenas de superficialidad, no hay deseo de navegar porque no se sabe a dónde llegar, las expectativas juveniles en la sociedad de hoy se ahogan. Remar mar adentro significa ir a lo más hondo del mismo joven, acompañar y estar a su lado. Remar mar adentro es escucharlo para que pueda, no solamente expresar sus limitaciones, sus heridas, sino también descubrir sus dones y la posibilidad de una vida de comunión con Dios. Vivir con él el presente y escuchar sus expectativas de futuro. Remar mar adentro es no desilusionarse con las malas temporadas, sino confiar una vez más en un Dios siempre nuevo que no deja de llamar y mostrarnos el norte: Su misión, Su Reino, un presente que hace futuro, un mundo de esperanzas, un día a día que construye, una posibilidad de hacerse todo a todos.

La espiritualidad ignaciana nos permite mirar esta dinámica del Señor en los dos frentes de misión. A nivel interno, ¿Qué tenemos y qué ofrecemos en nuestro ser y hacer como compañeros de Jesús? Y por otro lado, a nivel externo ¿quiénes son los jóvenes a los que llegamos y que esperan de nuestra Compañía?

Mostrar lo que somos y queremos es mostrar nuestros sueños, aspiraciones, deseos y motivaciones. Es también ser transparentes con nuestros límites, incapacidades e incoherencias. Sin embargo, hoy en día no basta con mirar el mundo y su realismo, hay que “mirar el lado bueno del mundo” –y por ende, de nosotros. Es eso lo que necesitamos mostrar. Si queremos seguir remando, renovando y proponiendo, necesitamos mostrar los frutos que Dios pone en nosotros. Necesitamos dar razón de nuestro ser compañeros de Jesús, de compartir lo que nos ilusiona y nos llena el día a día.


Mostrar lo que somos significa re-enrumbar lo que vamos haciendo. La novedad de navegar pasa por tener una propuesta clara, inspiradora y compartida de pastoral juvenil y vocacional. Un plan de gestión capaz de ser alimentado y evaluado constantemente. Una propuesta planificada e integral, que convierta las intuiciones en acciones y éstas en procesos. Así, todo lo que se proponga al respecto hace que naveguemos juntos. Nuevos vientos están soplando en la Compañía Universal -la gracia de un nuevo Padre General, la convicción renovada de lo que se ha trabajando en la CG 35-, y es una buena oportunidad para abrir las ventanas de nuestras vidas, comunidades y obras a esta realidad. Es algo que la situación de hoy nos exige.
Queremos hablar de la novedad de forma y de fondo de un mismo mensaje, el Evangelio, y una misma misión, la de Jesús. Pensemos en cambiar discursos y formas de actuar en un mundo que cambia en su actuar. Las formas y los métodos parten de la libertad del corazón, agradeciendo por todo lo que se vivió y la pasión con que salió adelante por ejemplo, la opción preferencial por los pobres. Hoy ese mismo espíritu de la opción preferencial intrínsecamente cristiana es el mejor aliento para renovar modos, estrategias y espacios de evangelización. El Espíritu sigue soplando en la manera de idear, promover y ofrecer espacios a los jóvenes de hoy, para que puedan a través de la opción libre y el compromiso generoso, decir sí a un proyecto de vida que sea respuesta al mundo cambiante y, a veces, sin rumbo. La vida y misión en la Compañía de Jesús es una opción completamente válida para ser, justamente, “compañeros de camino en especial de los hermanos y hermanas más pobres” (Aparecida 396).

Esto es posible, si desde nuestro frente interno navegamos hacia un mismo norte. De no ser así corremos el riesgo de no escuchar la voz de los jóvenes. Dejemos que “Dios sea Dios”, que suscite vocaciones y dejemos también que use los medios que El crea necesarios. De nuestra parte, el profundo deseo de dar lo mejor de sí y afianzarlo: trabajando en equipo, ilusionándonos por lo que somos y hacemos, mostrándonos sinceros, contentos y agradecidos porque el Señor nos ha llamado a servirle; estar ubicados en una realidad cambiante, mostrar nuestra esperanza válida de un mundo mejor, y nuestra capacidad de soñar.

Empecé señalando el temor de pecar de exceso de optimismo y realidad, pero cuando uno sueña la mente y el corazón siguen un rumbo que ellos mismos desean sin saberlo. Por eso, quizás sea válido transformar algunos sueños en preguntas para que podamos reflexionar desde aquí en torno a lo que todos deseamos: que este barco inspirado por Dios siga navegando en el mar de la vida, siguiendo el destino al que Jesús nos llama. ¿Ayudamos a soñar a los jóvenes a quienes llegamos?, ¿Somos receptores generosos de los sueños y esperanzas de esos mismos jóvenes?

Jesús es nuestro principio y referente, nos apasiona seguirlo, como a Ignacio cuando leía su vida y la vida de santos que hacen historia. Que miremos su rostro y renovemos nuestra misión con el mismo espíritu renovador de Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros, aquellos que hace varios siglos decidieron fundar la Compañía de Jesús.

Juan Bytton, S.J. (Lima). Licenciado en Economía. Hace el Magisterio en la Pastoral Juvenil y la Promoción Vocacional.

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