Dios madre y sinodalidad

19 junio 2022

Por Felipe Vicuña, SJ | Aprox. 5 min. de lectura.

Desde hace unos años me ha cautivado la imagen del Dios de la ternura y del Dios maternal [1] que podemos encontrar en el Antiguo Testamento. Contra la fama del Dios enjuiciador y duro que muchos manifiestan, he encontrado un Dios que abraza, que acoge y se enternece, que acompaña las distintas etapas de la vida y que busca el modo de acercarse a su criatura tan querida.

Me conmueven las palabras de Dios en el profeta Oseas, en donde se da cuenta de ese amor gratuito que sostiene y acompaña desde los albores de la vida: “Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en mis brazos (…) fui para ellos como quien alza una criatura a las mejillas; me inclinaba y les daba de comer” (Os. 11, 3-4). O esas palabras de amor incondicional y eterno en Isaías, que sostienen en los momentos de vejez y vulnerabilidad: “hasta que envejezcan yo seré el mismo, hasta las canas yo los sostendré” (Isaías 46, 3-4). Dios se encuentra ahí, en medio de nuestra vida, como una madre que nutre y abraza y que nos lleva impreso en su corazón y cuerpo. Ante el dolor del abandonado clama: “¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pero, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada” (Isaías 49, 15-16).

Dios se presenta en toda su ternura y quiere comunicarse con su criatura amada. Jesús se desvive por esta convicción interna e intenta expresar este amor en un lenguaje de su tiempo: ¡Dios es mi Abba! La parábola del Padre y sus dos hijos (Lc. 15, 11-32) retrata con una belleza extraordinaria el amor visceral y entrañable de Dios, un amor que es padre y madre. El pintor holandés Rembrandt intenta plasmar esto en su obra El regreso del hijo pródigo, en donde dibuja al padre con una mano masculina y otra femenina; imagen a la que Henry Nouwen le dedica un hermoso libro.

Enfatizo en esta dimensión femenina y maternal pues siento que estos tiempos necesitan de ella. En momentos en que la vulnerabilidad y la fragilidad tocan nuestras puertas, en donde las heridas parecen gritar intensamente, y en donde el horizonte de sentido se pierde en medio de crisis de distintas naturalezas, el rostro maternal de Dios puede suscitar esperanza y aliento, y revelarnos un nuevo modo de ser y constituir Iglesia. En la película “La Cabaña” se representa esto de un modo magistral, en donde el misterio de Dios se revela a través de una mujer afroamericana.

 

Es el Espíritu mismo el que nos viene invitando hace tiempo a ampliar y renovar nuestras concepciones de Dios, recordándonos que Dios es siempre mayor a nuestras propias imágenes. El Papa Juan Pablo I ya sugería esto al indicar que “Dios es padre, más aún, es madre” [2], y el Papa Francisco nos vuelve a recordar que “Dios es como una madre que nunca deja de amar a su criatura” [3]

Estoy convencido que mucho de nuestro anquilosamiento como Iglesia se debe al olvido de este Dios madre que renueva estructuras e invita a nuevos modos de relación. El clericalismo imperante en muchos rincones de nuestra Iglesia es fruto de la cultura patriarcal en la que estamos inmersos, en donde se pone el énfasis en normas y en dinámicas de competencia y de poder, y que, en sus rigideces, ahogan la creatividad y diversidad del Espíritu.

La Iglesia sinodal a la que nos invita el Papa Francisco lleva en su seno modos colaborativos que remiten al ejercicio de la misma maternidad. La valoración por los procesos y espacios de escucha, por la vinculación con las raíces y la tierra, y la preocupación por acoger la diversidad de las manifestaciones culturales representan vientos de cambio y de frescura. El rostro maternal de Dios nos impulsa a transformaciones que tocan lo más profundo de nosotros mismos y de la Iglesia, promoviendo espacios horizontales de participación, de respeto y de armonía propios del misterio de amor trinitario.

Este Dios Madre lleva consigo una preocupación por el diálogo y el cuidado de cada ser y persona, y nos revela un modo de estar y vivir caracterizado por la delicadeza y la capacidad de esperar. Su sabiduría maternal es una invitación a una pasividad activa que acoge y abraza a cada uno en su individualidad, permitiendo que florezcan en la Iglesia las comunidades-hogar. La maternidad gesta, a su vez, un nuevo lenguaje para referir al misterio de Dios, en donde las emociones, los símbolos y la poesía constituyen una nueva matriz. 

El camino sinodal iniciado es un camino de comunión y fraternidad que puede ayudarnos a nosotros, hombres y mujeres de fe, a sentir en carne viva las palabras de San Ireneo: “la gloria de Dios es que el ser humano viva”. Estas palabras manifiestan que la mayor alegría del Dios Madre-Padre reside en que cada persona pueda vivir y desplegarse plenamente desde lo que ella es. Cual amor de madre su único deseo es que seamos profundamente felices, y de que podamos hacer felices a los demás.

 

[1]  Para un acercamiento orante al rostro maternal de Dios recomiendo la canción de C.Fones y E. Arija Dios como una mujer 

[2] Angelus, 10 de septiembre de 1978.

[3] Audiencia general, 16 de enero de 2019

 

Felipe Vicuña

Felipe Vicuña Errazuriz, SJ
Estudiante de Filosofía – Univesidad Antonio Ruiz de Montoya
Colabora en la Pastoral de la Universidad del Pacífico.

Comentarios recientes

Categorías

Archivos