La memoria: donde la muerte y la injusticia ya no nos son indiferentes

Durante una pollada en la noche sucedió la matanza de Barrios Altos el 3 de noviembre de 1991(1). Durante la madrugada del 18 de julio de 1992 fueron secuestrados nueve estudiantes y un catedrático de la Universidad Enrique Guzmán y Valle (“La Cantuta”), que luego fueron asesinados por un comando de oficiales y subalternos del Ejército(2). Durante los años 1996 y 2000 se produjo la esterilización masiva de mujeres, en su mayoría indígenas como pretexto de una campaña de Salud(3). La memoria de tantas víctimas producto de estos acontecimientos es la voz viva de una sociedad que busca la justicia, la reconciliación y la reparación a través del reconocimiento y el recuerdo. Memoria que debe siempre quedar marcada en el corazón de cada peruano. En este sentido, la memoria de los familiares por las injusticias cometidas contra sus seres queridos debe ser nuestra memoria.  

Las movilizaciones recientes nos han revelado la indignación de miles de peruanos por los últimos acontecimientos políticos, aquellos que han mostrado una evidente fragmentación en la sociedad. Nos han hecho notar como país que la memoria de las víctimas producto del conflicto armado interno que asoló al Perú entre 1980 y el 2000 debe seguir siendo reconocida, atendida, promovida y jamás olvidada. En este contexto, Tzvetan Todorov, filósofo búlgaro, en su libro “Los abusos de la memoria” entiende la memoria no como un proceso de olvido deliberado o de huida que obstaculiza el camino para lograr algún tipo de impunidad, sino como el proceso de reconciliación enfocado en la víctimas, que son precisamente las que han padecido diversos tipos de sufrimiento(4).

Para Todorov, lo fundamental es dar vigencia al criterio que distingue entre el buen uso(5) y el abuso de la memoria. Esto tiene que ver con la relación entre pasado y presente. El pasado no puede, en ningún caso, subordinar al presente, ya que no es posible volver a los recuerdos solo por deber u obligación. El hecho de recordar debe tener un objetivo concreto: transformar una mentalidad, una estructura, una institución y ser condición de posibilidad para que otros se sensibilicen con lo que sucedió. En caso contrario, si el presente subordina al pasado, la función de la memoria tampoco tendría un valor conmemorativo o reconstructivo, ya que el peligro de esto es que se victimice a la víctima. Todorov señala que solo es posible hablar de memoria al “conservar viva la memoria del pasado”(6), comprendiendo a la víctima como aquella que ha sufrido un daño inmerecido.

En este sentido, el itinerario de la memoria, que busca la justicia, debe siempre estar orientado a que los derechos se hagan valer, es decir, a que aquellos derechos que la víctima perdió sean recuperados a través de una rigurosa investigación, procesamiento y rehabilitación de los perpetradores. A este tipo de memoria Todorov la denomina “ejemplar”(7), quizá la más importante para el desarrollo y reconstrucción de sociedades, ya que este mecanismo hace posible un movimiento de “rememoración” que permite dar un nuevo sentido a las víctimas, reformar instituciones y crear una consciencia en la sociedad donde se pueda trasformar actitudes para contener y asumir la violencia como una oportunidad de reparación.

Por estos motivos, “la memoria ejemplar” es condición de posibilidad para que todo ciudadano se declare parte de una misma comunidad de carácter moral, donde sea posible una confraternidad en la que el dolor de otros no sea rechazado sino acogido como propio. Así, la justicia real encontraría sentido en la colectividad. Asimismo, desde la voz de las víctimas es posible que los procesos de memoria, reparación y reconciliación se hagan realidad y no permanezcan en la ficción. Además, estos procesos deben siempre asumirse con mucha seriedad y rigurosidad tomando como eje central el testimonio invaluable de las víctimas:

“Por eso nosotras las mujeres campesinas, como hemos sido analfabetas, ellos han hecho lo que han querido, pero ahora dijimos nosotras que ya no se vuelva a repetir esas cosas que han hecho daño a todas las mujeres”(8).

En definitiva, considero que el verdadero sentido de la memoria pasa por una verdadera reconciliación. Sobre esta se puede consolidar una consciencia social que se compre el pleito y se involucre con todas la muertes, desapariciones y violaciones de derechos humanos, de manera que estas representen un dolor no solo para las víctimas sino para todos aquellos que formamos parte de la misma sociedad. De lo contrario, la reconciliación se vuelve, dice Salomón Lerner, “un pacto de convivencia entre poderosos a expensas de las víctimas”(9), en lugar de ser “una experiencia de Justicia, Verdad y Reconocimiento”(10). Este es el auténtico ejercicio de la memoria a partir del cual una muerte ya no nos es indiferente sino que nos convoca para hacernos cargo como sociedad de lo que hemos construido. Ojalá podamos gritar a una sola voz: “un pueblo con memoria no repite su historia”.

Carlos Alomía Kolleger, SJ
Estudiante de Filosofía – Universidad Antonio Ruiz de Montoya
Acompañante Comunidad Iñigo – PUCP

Referencias:
1. Informe final CVR. Tomo VII. Capítulo 2. Apartado 2.45. Las ejecuciones extrajudiciales en Barrios Altos (1991). Pp.475-476.
2.  Informe final CVR. Tomo VII. Capítulo 2. Apartado 2.22. Las ejecuciones extrajudiciales de universitarios de la cantuta (1992). p. 237.
3. Recuperado de: https://elpais.com/diario/2002/07/25/internacional/1027548004_850215.html
4. Todorov, T. (2000). Los abusos de la memoria. París: Paidos. (Pp. 29-33).
5. Ibid, pp. 24-28
6. Ibid, p.58
7. Ibid, pp.41-49
8. El Proyecto Quipu cuenta el doloroso drama que sufrieron  muchas mujeres indígenas que fueron forzadas a esterilizarse durante los años 1996 y 2000. Proyecto Quipu-testimonio 3. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=pZdpmAdq_G0
9. Recuperado de: http://larepublica.pe/politica/1166711-la-reconciliacion-mal-entendida
10. Ibid