Mientras el ex-presidente lo niegue, nunca sabremos con certeza si Fujimori sabía de la existencia del comando Colina. Sin embargo, lo trágico no es esta eventual ignorancia. La sentencia condenatoria no obedece al hecho de que Fujimori desconociera lo que ocurría en términos de lucha antiterrorista durante su gobierno. Ella obedece al hecho razonable de pensar que el presidente de la República es y era quien debía diseñar el plan de lucha antiterrorista y a que, incluso si desconocía los métodos, esta ignorancia merece una condena. Es decir, incluso en el caso de que no hubiera conocido ni la existencia de este comando ni sus operaciones, como jefe de estado, Fujimori debió al menos dejarse conmover por los muertos de Barrios Altos, de La Cantuta y por los atropellos del SIE. Incluso en el caso de que los asesinados hubieran sido terroristas – cosa que la última sentencia rechaza –, nadie merece ese tipo de violencia. El argumento es elemental: ¿cómo matar sin convertirse en lo que se rechaza? Lo que habría que preguntar es en qué momento y por qué motivaciones el gobierno de Fujimori decidió remedar la bestialidad terrorista.

Aunque este espacio no permita dar una respuesta satisfactoria, sin duda en el combate contra el mal lo más difícil es salir de los márgenes en el que el mal nos coloca. El mal, en cualquiera de sus formas, es parasitario. El mal vive de la provocación y de la exacerbación con el fin de traernos a su modus operandi. El mal triunfa cuando la víctima del mal se encuentra, casi a pesar suyo, emulando sus métodos y sus acciones.

Ninguna persona en su sano juicio puede negar que lo que hizo Sendero Luminoso fue terrible. Mi convicción personal es que, bajo una pretendida fachada política, Sendero Luminoso encarnó y encarna al mal que parasita nuestra nación. Este grupo terrorista ha infligido el más grave daño al Perú y hará falta mucha voluntad y mucho esmero para superar las profundas heridas causadas. Cuántos policías, cuántos miembros de las fuerzas armadas, cuántos civiles en todo el país, cuántos niños, cuántos peruanos encontraron la muerte a manos de este grupo de eufóricos militantes. ¿Puede alguien justificar esa violencia aludiendo a situaciones de pobreza o de abandono? ¡Cómo si no fuera posible la revolución desarmada!

Cuando el jefe de estado decidió embarcarse en el proyecto de dar amnistía a quienes habían reproducido la barbarie senderista, pactó con un estilo que el peruano promedio rechazaba con indignación. Fujimori debía haberse interesado en conocer la verdad sobre todo al saber que entre las víctimas había un niño de ocho años. Eso no podía ni debía ignorarlo. Si es cierto que ignoraba lo que Vladimiro Montesinos o De Bari Hermoza hacían a sus espaldas, se equivocó gravemente al no querer reconocer lo que tenía delante. Sólo esa pretendida ignorancia es inadmisible y – a pesar de su testimonio –, poco probable.

No se debe ceder ante la violencia. No se puede pactar con ella de ninguna manera. Hay que estar espiritualmente dispuestos siempre a rechazar el mal. Esta semana, los cristianos recordamos la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Los evangelios recuerdan que, al acabar la última cena, Jesús y sus discípulos recitaron los salmos tradicionales para celebrar la pascua judía. Asimismo, mientras Jesús estuvo en la cruz, atormentado por la violencia y la barbarie, recitaba el salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Curiosa manera de disponerse a la entrega y de morir: Jesús muere recitando los salmos que recuerdan la Alianza de Dios con los suyos y la Alianza es la ley. Morir con la ley entre los labios, rumiándola y sintiendo su espesor, su densidad y su aspereza no tiene nada que ver con la violencia desenfrenada de Sendero Luminoso. Y esto, hace muchos siglos que ya no podemos ignorarlo. El vínculo con esta Alianza puede liberarnos de la tentación de reproducir la irracionalidad del mal; el vínculo con Dios nos libera de la tentación de quedarnos atrapados por un comercio con el mal. Es difícil imaginar otro modo de permanecer indemne cuando tenemos que habérnoslas con el mal.

Rafael Fernández Hart, S.J. (Lima). Filósofo. Candidato al doctorado en Filosofía en el Centro Sèvres de Paris.

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